Sábado, 12 de diciembre de 2009 | Hoy
CULTURA › PRIMER CONGRESO INTERNACIONAL DE CULTURA PARA LA TRANSFORMACIóN SOCIAL
En Mar del Plata, diversos representantes de aquí y de Latinoamérica analizan los distintos proyectos de inclusión a través de la cultura. Y sin dejar de enviar señales de alerta, coinciden en la apreciación de que soplan nuevos vientos en el continente.
Por Silvina Friera
Desde Mar del Plata
Una combi avanza como puede por el tránsito pesado de Callao, cruza Perón y frena en la Casa de la Provincia de Buenos Aires. La temperatura asciende sin sobresaltos, apenas pasadas las ocho del jueves. Eduardo Balán, profesor, ilustrador, músico y comunicador social, coordinador de la asociación civil El Culebrón Timbal, se une a la muchachada de tonada cálida que saluda a los nuevos pasajeros. Esa ráfaga de calidez lingüística la transmiten los colombianos Jorge Melguizo, actual secretario de Desarrollo Social y ex secretario de Cultura de Medellín; Jorge Blandón, actor, director y gestor cultural que dirige la Corporación Nuestra Gente; y Doryan Bedoya, responsable del colectivo Caja Lúdica de Guatemala, país en el que reside desde 1999. Con todos los pasajeros en sus puestos, comienza el éxodo a Mar del Plata. Después de más de seis horas, el mar de fondo y la majestuosa fachada del Gran Hotel Provincial son la mejor bienvenida, la primera escala de este viaje titulado Primer Congreso Internacional de Cultura para la Transformación Social.
La primera revelación surge al ingresar al hotel. Sus dimensiones son descomunales; cuesta acostumbrarse a tanto espacio virgen. Hay que desterrar la palabra contiguo, dice el presidente del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, Juan Carlos D’Amico. Nada queda cerca en estos 77.500 metros cuadrados. Los recién llegados caminan por la amplia recepción bajo la mirada de seis imponentes imágenes murales de César Bustillo, un conjunto alegórico de míticos personajes que recrean las estaciones del año. Blandón es un colombiano duro. Durísimo. Cuando la amable recepcionista le pide en un tono neutral una tarjeta de crédito para cumplir con los trámites formales del check in, el tono del actor, director y gestor colombiano deviene en una navaja que corta el aire. “No soy sujeto de crédito”, le dice, respuesta afilada y celebrada por todos. La joven le confirma el número de habitación y se olvida de la bendita tarjeta.
Organizado por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, con la colaboración del Consejo Federal de Inversiones, en el Primer Congreso de Cultura para la Transformación Social la retórica de la “mano dura” es, afortunadamente, la gran excluida de la primera jornada. La medicina para enfrentar los problemas de seguridad administra dosis de un medicamento que proclama la reconstrucción del tejido social, la formación de valores, la inclusión social y la reconstrucción de la ciudadanía. Nino Ramella, jefe de Gabinete Social del Instituto Cultural, subraya la necesidad de que los conceptos que surgen del marco teórico tengan un respaldo en la acción para que “las políticas culturales no naufraguen en el mar de las buenas intenciones”. Como moderador de la mesa inaugural, repasa el común denominador de experiencias culturales como los Pontos de Cultura de Brasil, una asociación entre el Estado y la Sociedad Civil que será analizada por Celio Turino, ex secretario municipal de Cultura de Campinas (de 1990 a 1992), y La red de Arte y Política Latinoamericana, cuyo representante argentino es Eduardo Balán, el coordinador de El Culebrón Timbal. “Los sujetos son protagonistas activos; son experiencias que pretenden realzar los cambios sociales y que combinan la acción con la reflexión”, destaca Ramella.
En un español exhalado en cámara lenta, Turino avanza en la explicación de El Ponto de Cultura, corazón de la política cultural de Lula. “Son organismos de la sociedad civil que hacen cultura y reciben presupuesto del gobierno federal”, define Turino y agrega, que hay 2500 pontos en todo Brasil que cuentan con una inyección vital de 35.000 dólares al año para cada uno. “Ponto de cultura es autonomía y protagonismo sociocultural potenciado en la articulación de red; no es un equipamiento cultural dirigido para dar atención a las comunidades, es el movimiento cultural de la sociedad que se desarrolla respetando las especificidades de cada grupo”, plantea. “Con Lula entendemos la cultura como expresión de ciudadanía, expresión simbólica y economía todo junto.”
Balán dice que cultura y transformación social es la razón de la militancia de mucha gente. “Tuve el gusto de ver en Valparaíso una cárcel recuperada por organizaciones sociales y convertida en centro cultural”, recuerda el representante argentino de La Red de Arte y Política Latinoamericana, diseminada en once países. “El arte y las organizaciones comunitarias somos parte de lo nuevo que pasa en Latinoamérica”, postula Balán, convencido de que “somos hijos” de un cambio de paradigma hacia una democracia más participativa que hace que “no seamos sujetos pasivos”. Con un claro guiño hacia los resultados de las recientes elecciones en los países vecinos, este profesor de tono contundente advierte que La Red sería impensable en otro continente. “Tenemos un presidente de un pueblo originario en Bolivia que acaba de ser reelecto; un presidente uruguayo que estuvo preso por su militancia. Otro mundo es posible; hay otra realidad que podemos construir.” Balán se gana un largo aplauso que se renueva cuando añade que la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual “también la construimos las organizaciones sociales”. Entusiasmado por el fervor de la audiencia, el hombre de los aplausos se extiende con un ejemplo que conoce de cerca. En el municipio de San Miguel, donde vive, hay presupuesto participativo. “Es el que más invierte por habitante, pero para conseguirlo fue fundamental la movilización de los vecinos.” Para rematar busca la síntesis que refleje la sensación térmica de esta época: “Estamos en un nuevo momento; la cultura está transformando las realidades. No es un accesorio, es el centro de los cambios”.
Los dos Jorge, colombianos, se sacan chispas de las buenas. El de remera amarilla es Blandón, director de la Corporación Cultural Nuestra Gente. El otro, de saco crema y anteojos de intelectual, es Melguizo, comunicador social y periodista, actual secretario de Desarrollo Social de Medellín con aquilatada experiencia en la Secretaría de Cultura de la misma ciudad. Quieren proyectar un video, pero la pantalla se estanca en un blanco perfecto. “El diablo habita en los micrófonos y los dividís”, bromea Melguizo, y asume las tareas pendientes en ese atípico laboratorio de transformación social que es Medellín. Repasa datos de su Wikipedia afectiva: 2.300.000 habitantes, segunda ciudad del país, “no es la ciudad capital, pero es de capital importancia”, matiza con orgullo de paisa. “Los paisas somos como los argentinos: muy pagados de nosotros mismos.” Hay cifras escalofriantes; hace 21 años tenían 381 muertos por cada 100 mil habitantes, casi 20 muertos por hora. “Todo lo que hacemos en Medellín tiene como norte la convivencia; un centro cultural no tiene un propósito meramente cultural. La convivencia para nosotros es capital.”
Melguizo juega al adivina adivinador con el público. ¿Qué palabras nombraban fatalmente a Medellín? La platea adivina: violencia y narcotráfico. “En los aeropuertos terminamos desnudos sólo por el hecho de decir que somos de Medellín.” De un tiempo a esta parte, otras palabras hacen camino al andar para desterrar los viejos clichés: transformación, cambio, optimismo, cultura, modernización, convivencia. La clave de lo que se podría llamar “el milagro de Medellín” se sustenta en la recuperación de la confianza en lo público desde que en enero de 2004 asumió la Alcaldía un movimiento cívico alejado de los partidos tradicionales. “En 2003 la ciudad estaba calificada como la de mayor corrupción, que es el principal impuesto que pagan los pobres”, reflexiona Melguizo.
Para revertir eso el trabajo se centró en dos caballitos de batalla: la educación pública y la cultura. Por más buena voluntad que exista, el “caso Medellín” confirma que no hay decisión política sin presupuesto. La cultura pasó de recibir 60 centavos de cada 100 del presupuesto municipal en 2003 a manejar 5 pesos de cada 100. Gracias al programa de Planeación y Presupuesto Participativo, la comunidad maneja el 20 por ciento del presupuesto de la Secretaría de Cultura Ciudadana. La inversión en cultura es de 22 dólares al año por habitante. Las intervenciones sociales lograron disminuir la violencia; los esfuerzos se concentraron en llegar a los lugares donde el Estado no, las zonas más pobres y vulnerables. Las bibliotecas están permanentemente abiertas, antes cerraban el Jueves y Viernes Santo. “¿Para qué cerrar si el Estado es laico?”, preguntó Melguizo. “No se puede vender libros como si fueran zapatos o verdura; el propósito no es la venta sino emocionar, generar entusiasmos”, precisa sobre la Feria del Libro de Medellín que logró “sacar la fiesta del libro del palacio de exposiciones”.
Blandón presenta al principal aliado privado, la Corporación Cultural Nuestra Gente, que nació en 1987 para unir los esfuerzos de los jóvenes de la zona nororiental de Medellín para mostrar lo positivo de los barrios y acercar la cultura a sus habitantes. El hombre que dirige esta institución vital desde 1997 propone la metodología del cuchicheo: hablar de lo que han escuchado con el compañero de asiento. Escucha los comentarios y recoge uno acerca del miedo, cinco letras que se traducen en parálisis. “El miedo es el nuevo punto de venta de la cultura norteamericana”, sintetiza uno de los núcleos del cuchicheo mientras camina por el salón. “Nos hubiéramos llenado de dinero vendiendo miedo”, ironiza. “Medellín pasó del miedo a la esperanza.” Armar barricadas de poemas, atrincherarse en las esquinas y hacer algo con y por los jóvenes. Las primeras acciones de la Corporación blandieron estas consignas; sueños que se hicieron realidad. “Poca gente apostaba por nosotros, nos decían que los peladitos no valoran nada”, recuerda. “La lógica del desarrollo de la comunidad es creer en ella facilitando recursos, así sean poquitos, para construir con el otro. El arte y la cultura son esa torta de chocolate que nos alimenta a todos.” Aunque todavía no lograron extirpar la corrupción y la amenaza de la violencia está replegada en un armisticio que no es definitivo ni suficiente, Blandón agita las manos y añade: “Tengo el pasaporte abierto a la esperanza”.
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