Martes, 15 de diciembre de 2009 | Hoy
CULTURA › LA CIUDAD VIVA. ENSAYOS RADIOFóNICOS INéDITOS
El libro, que se presenta hoy en la Casa de la Cultura, recopila artículos sobre Buenos Aires, escritos entre 1963 y 1964 y leídos en un ciclo radial. Los autores son nada menos que Jorge Luis Borges, Leónidas Barletta, Enrique Molina y León Rozitchner, entre otros.
Por Silvina Friera
Una pila de papeles viejos, perdidos, por obra y gracia del azar –en rigor una tarea de oficina de rutina, chequear un material de referencia– produce un resplandor sobre una tumba de sepia que nadie esperaba encontrar, pero que de repente parece que hubiera sido tramada para evitar la intrusión y el saqueo. “Nadie ha maldecido a esta ciudad como merece”, escribe Francisco “Paco” Urondo a principios de los años ’60 en un breve ensayo sobre Buenos Aires que se extravió en el mundo silencioso de los archivos. “Todo el mundo está descontento con ella y protesta y sostiene que desgraciadamente no tiene remedio.”
El poeta rastrea las causas de que esa urbe tan exaltada –en el exterior como puertas adentro– sea insultada casi en voz baja por sus calles, sin que se llegue a ventilar públicamente ese humus de malhumor, de incomodidad. Una escena de una película, La mentira maldita, grafica ese resentimiento privado. “En una secuencia del film, su personaje central sale de un restaurante a la calle; es de noche y Nueva York está en toda su grandeza; el hombre mira y luego reflexiona: ‘Cómo quiero a esta ciudad maldita’. La cita no es textual pero se parece a la forma en que, en definitiva, tenemos de ver Buenos Aires, la ciudad desdeñosa que hemos terminado por amar”, compara el poeta. Este texto, rescatado de las catacumbas del olvido, integra La ciudad viva. Ensayos radiofónicos inéditos, un libro que recopila artículos sobre Buenos Aires, escritos entre 1963 y 1964 y leídos en el ciclo radial homónimo, de Jorge Luis Borges, Leónidas Barletta, Bernardo Canal Feijóo, Enrique Molina, Silvina Bullrich, Noé Jitrik, Edgar Bayley, Fernando Birri y León Rozitchner, entre otros, que se presenta hoy a las 18.30 en la Casa de la Cultura (Avenida de Mayo 575).
En el prólogo del libro, Liliana Barela, directora general de Patrimonio, subraya el “enorme placer de estos textos inéditos y olvidados, hasta por sus propios autores”. Poetas, dramaturgos, novelistas, cineastas, plásticos y ensayistas escribieron estos ensayos para ser leídos al aire, la mayor parte en Radio Municipal, que por entonces funcionaba en el subsuelo del Teatro Colón, y unos pocos en Radio Nacional; emisoras que entones estaban bajo la órbita del gobierno nacional. El ciclo se llamaba “La ciudad viva”, espacio radial del Instituto Histórico dirigido por el poeta y ensayista César Fernández Moreno –quien convocó a buena parte de los que escribieron–, que aparecía con una frecuencia disímil, según los registros, en cápsulas de cinco o diez minutos, a veces en las tardes, otras durante las mañanas, cuenta Marcos Zangradi, a cargo de la investigación y recopilación. Las joyas se perdieron en las dos emisoras después de 1964, cuando finalizó el ciclo porque “cumplió con las metas que se había propuesto”. Pero Ramón Melero García, trabajador del Instituto y su futuro director, se dedicó a compilar cada audición, a copiar, completar, clasificar, numerar y guardar todo en opulentos biblioratos que desde entonces engrosaron el archivo del Instituto Histórico.
Los textos cuestionan, polemizan, revisan y hasta se burlan de los grandes mitos de Buenos Aires: que sea una ciudad inhabitable, triste, sórdida y sin estilo; que es un pálido espejismo de las ciudades europeas; que los porteños son grises, apagados y atropellados. Bernardo Ezequiel Koremblit define a Corrientes como la “calle de los milagros”. “Si el tango, según el radiografiador y el primer existencialista porteño Enrique Santos Discépolo, es ‘un pensamiento triste que se baila’, Corrientes es un mundo, una vida y una calle que se piensan.” Bullrich, en cambio, bajo el imperativo categórico “vivir no es mirar; es sentir”, postula en su ensayo que “nuestras vidas no son mediocres, sólo es mediocre la mirada de quien no sabe ver lo que salta a la vista”. Con notable ironía, la de una mujer de “mundo” que se ha bautizado en París, advierte una gran contradicción del argentino de clase media que suele cultivar el deporte del viaje. En cuanto los argentinos llegan a otro país del mundo, “se precipitan sobre los suburbios o los barrios bajos y miran embelesados lo que aquí ni siquiera perciben”.
Jitrik, como afirma en su relato, tal vez idealice las calles y los bares de Buenos Aires. “Me empeño en rescatar hechos vividos allí como si tuvieran una textura heroica, siento a partir de mi recuperación que penetro en las hondonadas de la ciudad y la reduzco a la medida del sentido de mi vida. Así, en esa operación, Buenos Aires pierde agresividad, su muchedumbre no asusta, el anonimato que esgrime protege.” El plástico Nicolás Rubió opina que la humildad y la pobreza no circulan. “Los cafés de Buenos Aires están llenos de millonarios sin millón, pero creen tenerlo. Es la riqueza más fabulosa del mundo... Allí en la imaginación las operaciones financieras dejan muy atrás a Wall Street.” Rubió bosqueja tres tipos centrales de la psicología porteña: el guarango (“este individuo se debate contra la realidad a golpe de palabrotas”), el negativo (“se siente recobrar vida en los entierros ajenos”) y el sobrador (“aquel que se erige en genio o prócer de bronce y mira al mundo con la altiva arrogancia de las estatuas”). Su mirada “desde abajo” lo incita a decir que “un Napoleón resulta menos atractivo en un libro que un verdulero de lenguaje picante”.
Birri plantea que Buenos Aires tiene una personalidad fotográfica “difícil y contradictoria”. Con la cámara en mano hace un zoom sobre la ciudad hollada. “Levantamos de golpe la mirada y descubrimos una cornisa, y un fragmento de cielo que han estado desde hace años sobre nuestras cabezas, una cuadrilla de albañiles italianos, correntinos, bolivianos, sube por el montacargas para ayudar a construir –con sudor y ladrillos, con confusión y ternura– la fotogenia de Buenos Aires, que desde allá arriba es como la palma de una mano abierta junto al estuario enceguecedor del Plata.” En el ensayo de Borges, incompleto, con espacios faltantes marcados en el texto original con puntos, el autor de Ficciones señala que “Buenos Aires es una ciudad para ser querida y para ser vivida, no para comunicarla a otros”. “Algunos me han llamado poeta de Buenos Aires. Lo soy en el sentido de que he querido dar una expresión poética de la ciudad, pero no creo haberla conseguido.” El poeta que ha dado la mejor versión de Buenos Aires, según Borges, es Fernández Moreno: “Piedra, madera, asfalto/ si me enterrasen bajo el pavimento/ Piedra, madera, asfalto,/ en una calle del centro./ Piedra, madera, asfalto,/Casi no estaría muerto”.
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