Viernes, 21 de mayo de 2010 | Hoy
CULTURA › SIMPOSIO INTERNACIONAL SOBRE ARGENTINA EN BRUSELAS
Organizado alrededor del tema “La cultura de la memoria” y con el “caso Garzón” muy fresco, el encuentro generó ricos contrapuntos respecto de las políticas sobre derechos humanos. Participaron del simposio Estela de Carlotto y Eduardo Luis Duhalde.
Por Juan Ignacio Boido
Desde Bruselas
Ya no hay un fantasma que recorre Europa, sino dos: el de la crisis y el de Baltasar Garzón, un nombre que parece haber viajado con la delegación argentina que llegó a la capital de la Unión Europea para participar en el Simposio Internacional sobre Argentina, organizado alrededor del tema “La cultura de la memoria”. Con el rastro de la cumbre en Madrid todavía en el aire, donde estuvo de cuerpo presente, el nombre de Garzón recorrerá el Hall del Palacio de Bellas Artes de Bruselas hasta ser conjurado durante la segunda de las mesas del día, cuando su sola mención expondrá el complejo entramado detrás de un tema como éste, incluso entre quienes están de acuerdo.
Organizado en el marco de la Feria del Libro de Frankfurt, que los primeros días de octubre tendrá a la Argentina como invitada de honor, el propósito del Simposio, realizado para ofrecerle un marco más reflexivo a lo que luego será el ajetreo de toda gran feria, es examinar las diferentes perspectivas con que la literatura, el cine, las investigaciones académicas y las políticas de Estado abordan el tema de la memoria. En virtud de los puntos en común que marcan el exterminio, las dictaduras, el exilio y la desaparición de personas, los organizadores sumaron invitados de Alemania y España, un podio de horror que no deja de ser –todavía– bastante impresionante.
El primer día estuvo dedicado a las políticas de Estado, que quedaron planteadas como denominador común entre quienes dieron las palabras de bienvenida y los discursos inaugurales. “El Holocausto es insoslayable y funciona también como metáfora de otras historias traumáticas. Por eso, resulta fundamental reconstruir nuestro pasado próximo y remediar las dolorosas regresiones de las leyes de obediencia debida y punto final, así como el olvido público y el silencio cómplice con que fue cubierta la impunidad. Son imposibles las políticas públicas de reconciliación sin verdad y justicia”, dijo la embajadora Magdalena Falliace, directora del Comité Organizador de Frankfurt, ante un auditorio en el que se contaban Estela de Carlotto; el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde; el embajador ante la Unión Europea, Jorge Remes Lenicov (quien más tarde dio una conferencia sobre la necesidad de que se comprendan en el Hemisferio Norte procesos políticos que no responden a los modelos europeos conocidos); los directores de los Institutos Goethe y Cervantes en Bélgica, el portavoz de Human Rights Watch, el director del Centro por la Igualdad y contra el Racismo del Parlamento belga, periodistas, profesores universitarios y público general, entre muchos otros.
Pero el acuerdo general se vio sorprendentemente sacudido durante la mesa dedicada a “Las políticas de los derechos humanos”. Primero, Duhalde ofreció un recorrido por el accionar de la dictadura y las diversas políticas que el Estado argentino ha mantenido desde el regreso de la democracia, hasta recordar que “las dictaduras no se construyen en un día, sino en el acostumbramiento a la degradación de la que muchas veces los procesos políticos son parte”. Alessandro Palmero, cabeza de la comisión europea para el Mercosur y Chile, se mostró de acuerdo y sostuvo que los derechos humanos son parte basal de la Unión Europea. A su lado, el vocero de Human Rights Watch alzó una ceja y, cuando le llegó el momento de hablar, mostró con cuánta facilidad se pueden derrumbar los acuerdos. “En octubre del ’96, el juez Garzón pidió la detención de Pinochet y los mecanismos judiciales que lo permitieron pusieron a la Justicia española a la vanguardia dentro de Europa. Hoy, esos mismos mecanismos le impiden llevar adelante una causa similar en relación con las fosas comunes del franquismo. Querría ver yo cuánto chillaría la Unión Europea –dijo Reed Brody, poniendo una mano amistosa sobre el brazo incómodo de Palmero– si un juez de Sri Lanka fuera depuesto por intentar abrir una fosa común. Este es el doble standard que todavía rige en el tema de los derechos humanos.”
Brody –abogado de las víctimas de Hissene Habré, el dictador de Chad conocido como el Pinochet africano– señaló que mientras Europa y particularmente Bruselas estuvo a la cabeza de juicios como los del genocidio en Ruanda, siguiendo el ejemplo español, cuando las causas involucraron a territorios como Gaza, Guantánamo y el Tíbet, tanto España como el resto del continente se mostraron reticentes hasta la inmovilidad a seguir adelante con los procesos.
Duhalde adhirió a las palabras de Brody y a la condena del proceso que atraviesa el juez español, señalando que “los argentinos somos deudores de Garzón porque, cuando no conseguíamos perforar el muro de impunidad, nos permitió encontrar una nueva instancia de juzgamiento, y los tribunales argentinos entendieron que si ellos no juzgaban a los responsables lo harían tribunales internacionales”. Palmero aceptó lo incómodo de su situación con humor pero con seriedad, y afirmó que el tema de Garzón corresponde a un nivel interno y que, por lo tanto, no es competencia de la Unión Europea, sino de uno de sus miembros.
Brody, atento al argumento, señaló, sonriente pero pujante, que sin embargo Europa le pide a Turquía que reconozca el genocidio cometido 40 años antes del franquismo. Pero tampoco Brody estuvo a salvo: siendo norteamericano, fue interpelado por el público acerca del modo involuntario en el que omitía, en sus palabras sobre el doble standard, cuestiones como la base en Guantánamo, las fotos de Abu Ghraib, las palabras de Hillary Clinton cuando dijo en relación con China que los derechos humanos no son una prioridad para Estados Unidos o la ausencia de Estados Unidos en la Corte Penal Internacional, la instancia que finalmente lleva adelante estos procesos que él promueve. A su favor, aunque él mismo no lo esgrimió, se puede contar el hecho de que Human Rights Watch es una organización internacional que no depende de Washington ni de ningún otro gobierno.
Interpelada por una profesora universitaria inglesa sobre cuáles pueden ser los pasos a seguir cuando las instituciones no respetan los derechos básicos de sus ciudadanos, Estela de Carlotto intervino de entre el público: “La misma pregunta nos hicimos nosotros en su momento. Y la respuesta es: presentar una querella. Si hay en Bélgica algún ciudadano descendiente de víctimas del franquismo y desconoce el paradero de los restos de sus seres queridos, puede presentar una querella y abrir así un camino nuevo”.
Esta vez era el fantasma argentino el que recorría Europa.
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