Viernes, 21 de mayo de 2010 | Hoy
MUSICA › LILIANA VITALE Y VERONICA CONDOMI PRESENTAN SU TERCER CD
Las dos cantantes, que comenzaron a trabajar sus contrapuntos a capella en la época en la que participaban del colectivo MIA, volvieron a cantar juntas e hicieron Humanas –voces–. Lo repasarán esta noche en el Club Atlético Fernández Fierro.
Por Cristian Vitale
En 1977, Liliana Vitale tenía 18 años y el pelo lacio, muy largo. Usaba ropas hippies, sueltas, coloridas y era parte coral de una agrupación que haría historia por sus formas independientes: MIA. Verónica Condomí, año y medio menor, tenía el pelo tan largo como Vitale, pero no tan lacio. Hija del folklore, salía con otro miembro de los Músicos Independientes Asociados (Lito Vitale, hermano de Liliana), y su voz era alucinante. Nada les costó encajar. “Cualquier tipo de cruce y experimentación tenía cabida en MIA... Dúo, trío, cuarteto, solista: todo tenía espacio. A no-sotros nos funcionó el dúo”, evoca Vitale hoy, 37 años después, con el pelo tan largo y lacio como en aquel tiempo. Su amalgama de voces multitímbricas fue el sello femenino distintivo que se estampó tras la atomización de MIA. En 1981 editaron el primer longplay como dúo, Danzas de Adelina, y a los tres años, firmes en el propósito de ensamblar sus cantos a capella –apenas acompañadas con algún instrumento de percusión– llegó el segundo, Camasunqui. “Es una palabra quichua que quiere decir ‘Y le dieron alma’. Antiguamente, se consideraba que la lluvia era una doncella generosa que le daba de beber a la tierra desde un cántaro que había en el cielo. Y los dioses, en agradecimiento a su bondad, le dieron un alma”, enmarca Condomí, en viaje fugaz al pasado.
Ambos discos, reeditados en CD en 1997, son el fresco indeleble de una época. El kilómetro cero de un camino dual, binario, que no supo de reencuentros “formales” hasta que las vueltas de la vida las reubicaron otra vez en el mismo carril. Vitale y Condomí, con 51 y 49 años en cada mochila, acaban de editar su tercer disco como dúo, Humanas –voces–, que presentarán esta noche en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante al 700), un trabajo que conlleva la misma sustancia sonora que aquellos primeros pliegues. “Creo que la vida nos acercó desde otro lugar: el parentesco, las vacaciones, los chicos, los viajes compartidos, el compañerismo... Durante un largo tiempo, por los ’90, nos juntábamos a cantar ‘Allá en el rancho grande’, ‘Adelita’ o ‘Que ves el cielo’ en los asados, hasta que en un momento empezamos a instalar un día fijo por semana para encontrarnos como dúo. De ese hacer nació el disco”, cuenta Vitale. De ese hacer que también anuda parentescos. Fruto del amor entre Lito Vitale y Verónica Condomí nació Emme, cantante, actriz y, claro, sobrina de Liliana. Verónica, a su vez, es tía de Juan, Fidel y Camilo, los tres hijos de Liliana. Y, obviamente, son ex cuñadas. “Igual, eso último es lo que menos pesa en la lista. Entre nosotras hay un parentesco elegido y uno sanguíneo, y optamos por el elegido. Ante todo, somos amigas”, señala Condomí.
Y Vitale retoma: “Amigas en la música y en la vida, porque no hay una separación en eso, para nosotras es parte de lo mismo, porque hay una cosa importante en el encuentro. Lo que nos vuelve más humanas tiene que ver con encontrarse en el otro, con el otro, y nivelar para arriba, no en el sentido de la perfección, sino del encuentro. Hay algo en el cruce de nuestras energías que evidencia
si algo va o no va, sin demasiadas discusiones. Esto ya da una certeza”.
Humanas –voces–, que el dúo suele mostrar en vivo como un rito, como una ceremonia que incluye fuego en el medio y la participación activa y lúdica del público, consta de 14 piezas, de las cuales seis son improvisaciones puras concebidas por ambas, y el resto, canciones expropiadas por las buenas a Peteco Carabajal (“La estrella azul”, “Arde la vida”), Alberto Muñoz y Lito Vitale (“Arde en el aire”), Chacho Echenique (“Doña Ubenza”), Julio Espinosa (“Vidala para mi sombra”) y Luis Alberto Spinetta (“Que ves el cielo”), más un par de composiciones de Condomí: “Lavanda y jazmín” y “Uraquimataro”. “Casi la mitad del disco está compuesto de grabaciones de conciertos, porque las improvisaciones no podíamos hacerlas en un estudio: iban a perder parte del corazón, de eso valioso que sucede cuando uno está colocado, sin contaminar. La otra mitad sí se grabó en un estudio, pero casi en primera toma”, señala Condomí. Sigue Vitale: “Cuando quisimos empezar a cantar las obras contrapuntísticas que Vero había hecho cuando éramos jóvenes, bueno, fue complicado (risas). Es como entrenar un arte marcial, porque con los años nos dimos cuenta de que eran muy difíciles, que sólo se hacen fáciles con la práctica. Por eso no se escucha la dificultad sino el placer de hacer, la relajación, el disfrute”.
Vitale sorbe un mate y vuelve a MIA, con una foto en sepia de fines de los ’70. Es un cuadro de la agrupación a pleno en un recital del Teatro Alvear. Se lo ve a Lito tocando el teclado de coté, con melena a lo Carlitos Balá (pero más larga) y un enterito blanco. También están ellas, el Nono Belvis, Daniel Curto y unos diez músicos más. “La propuesta de MIA era de un eclecticismo total”, evoca Vitale. “El paño estaba abierto para lo que fuera... Eramos todos chicos, estábamos abriendo el juego.” “Un juego que no tenía nada que ver con lo folklórico”, engancha Verónica, que después se desquitó con MPA, y más tarde con Arbolito. “Tampoco lo hubo, salvo algunas pezuñas, algunos toques, en nuestros primeros dos discos. Estábamos frescas, con el cerebro limpito, y encima éramos repacatas: no tomábamos nada (risas). Era una locura natural, la que teníamos: gritos, improvisaciones, contrapuntos, temas en otros idiomas.”
–¿Por qué el eje del trabajo en conjunto, que no sólo imprimió el carácter estético de los primeros discos sino que también impregnó Humanas –voces–, está puesto en el ensamble de voces a capella?
L. V.: –Fue nuestra marca de origen. Yo flasheé con Verónica porque en la época de MIA, gracias al Nono Belvis, escuchaba música experimental, mucho jazz, muchas cantantes que improvisaban a capella. Era la época de gestación de lo que después se llamó la World Music. Fue un archivo, un permiso que se abrió. Ella tenía una voz que me alucinaba por su registro grave y la mía es aguda. Sentía que entre las dos podíamos armar un abanico muy amplio de posibilidades, aunque la base del encuentro musical fueron unos contrapuntos que Verónica hizo en el piano... Un contrapunto a dos voces en el que ella cantaba la mano derecha y yo la izquierda. Fue y es algo mágico.
V. C.: –El hecho de ser dos voces, algo que no termina de armar la armonía sino que la sugiere, era lo que a mí me parecía interesante. No sólo por el recorrido melódico, sino también por la posibilidad sonora. Lo central de nuestro trabajo está dado por la idea de juego, riesgo y búsqueda. Por eso no hay pinches en las improvisaciones. La improvisación, se sabe, es un riesgo que se corre y una elige ese camino. Lo perfecto no existe. Lo importante es la búsqueda, el camino, el viaje, porque nuestro repertorio es más bien el viaje de la música que el de las palabras.
L. V.: –El riesgo y la desnudez del viaje, ¿no? Lo nuestro no es de un virtuosismo extraordinario, es nuestro juego y sólo intentamos que los demás participen, a sus propias maneras.
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