Viernes, 6 de agosto de 2010 | Hoy
CULTURA › A 65 AÑOS DE LA BOMBA DE HIROSHIMA
En conmemoración de la tragedia, varios centros culturales de Buenos Aires se han coordinado para proyectar Visiones de Hiroshima, del venezolano Julio Martínez, un documental que cumple con el homenaje sin dejar de lado la perspectiva latinoamericana.
Por Facundo García
Está leyendo el diario antes de salir para el trabajo. Su esposa lo acompaña tomando té y los pasos de su hijo –que juega cerca de la ventana– suenan vivaces y alegres. Aunque en el cielo brilla el sol, un relámpago invade la pieza. El sonido es diferente a todo, una especie de silencio al revés. Y cuando vuelve a tomar conciencia se da cuenta de que la mitad de su cuerpo está quemado. Pero eso es lo que menos duele. El niño que correteaba es ahora un carbón inerte, casi mineral, y la mujer yace en el suelo, con las facciones derretidas por la temperatura. Desde el 6 de agosto de 1945 la persona que queda gimiendo en medio de esa pesadilla puede ser cualquier habitante de la Tierra. Porque ese día, exactamente a las ocho y cuarto de la mañana, se lanzó la primera bomba atómica sobre objetivos civiles. En conmemoración por los sesenta y cinco años de la tragedia –que marcó el fin de la Segunda Guerra Mundial–, varios centros culturales de Buenos Aires se han coordinado para proyectar Visiones de Hiroshima, del venezolano Julio Martínez, un documental que cumple con el homenaje sin dejar de lado la perspectiva latinoamericana.
Martínez recopiló entrevistas y material muy poco difundido, un logro que deja el campo libre a ciertas incógnitas que en el fondo no lo son tanto: ¿por qué esas imágenes de calles con esqueletos humanos nunca se ven en la tele? ¿Por qué no es más conocido el discurso de Harry S. Truman en el que miente afirmando que se atacó “una base militar” con el objetivo de salvar vidas? El director pone en la pantalla ésa y otras pruebas de barbarie, insertando testimonios de japoneses jóvenes y abuelos sobrevivientes. El relato se torna coral. Hay una entrevista al compositor polaco Krzysztof Penderecki, autor del casi insoportable Lamento por las víctimas de Hiroshima, y conversaciones con artistas, docentes, alumnos y activistas; aparte de una banda sonora en la que colaboraron la charanguista Mari Sano (ver recuadro) y el armoniquista argentino Franco Luciani.
La película no idealiza al Japón de la Segunda Guerra. El imperio se había asociado a Hitler, cometiendo atrocidades que indignaron incluso a los embajadores nazis, como sucedió durante la invasión de Nanking (China) en 1937. Martínez lo sabe y esa postura le permite analizar la explosión ligándola a un proceso socio-cultural que aún hoy sigue subsumiendo lo humano bajo las botas de “lo efectivo”. Si se considera la cantidad de víctimas –los balances varían entre 150 y 246 mil muertos–, los ataques a Hiroshima y Nagasaki no destacan particularmente entre los horrores del siglo XX. Sólo el bombardeo a Tokio que se hizo el 10 de marzo de 1945 había terminado con cien mil vidas, por no hablar de la demolición de Dresde, que se concretó un poco antes. Sin embargo, la cinta deja en claro que por el nivel del conocimiento puesto al servicio de la violencia indiscriminada, aquella locura significó –junto al Holocausto– el inicio de un cambio cualitativo en los mecanismos que se utilizan para aniquilar hombres y mujeres.
El fantasma del hongo atómico, por tanto, seguirá merodeando para siempre. Y hubiera sido un desperdicio no citar las gemas cinematográficas con que los nipones han intentado ahuyentar su presencia. Por eso Visiones... rescata obras que no suelen estar en la lista del espectador argentino promedio. La selección incluye tramos de dibujos animados como Gen Pies Descalzos (Masaki Mori, 1983) y Memory (Osamu Tezuka, 1964), dramas como Lluvia Negra (Shoei Imamura, 1989) y documentales como The Atomic café (Jayne Loader, Kevin Rafferty y Pierce Ra-fferty, 1982) y White Light, Black Rain (Steven Okazaki, 2007).
A medida que avanzan los minutos, Martínez se impone la tarea de interpretar por qué se produjo el acontecimiento. Desde el punto de vista militar, el emperador ya estaba acabado a principios del año cuarenta y cinco. Lo que importaba era aterrorizar a los soviéticos. Pero cuesta creer que se incinere a tantos inocentes en nombre de la libertad y la civilización. Para colmo, tres días después de que “Li-ttle Boy” depositara la fuerza de veinte mil toneladas de TNT en ese rincón del mapa, la idiotez se repitió con “Fat Man”, que cayó sobre Nagasaki. El nombre historietístico que se dio a las armas y la displiscencia con que los pilotos hablaron de las operaciones –véanse, por ejemplo, los documentales que hizo la BBC sobre el tema en 2005– revelan que a esas alturas la guerra había llegado a puntos difíciles de abordar desde la razón. En el intento por simbolizar esos vacíos está otro de los posibles méritos del film.
De cualquier manera, la necesidad de volver sobre el asunto excede la efemérides y las pantallas. El hecho de que recién este año Estados Unidos haya mandado un representante para participar de los actos en las ciudades devastadas revela que el odio y la desgracia siguen dando vueltas. Entretanto, el cenotafio que recuerda a las víctimas –y cierra Visiones...– sigue sonando a llanto e ingenuidad: “Roguemos para que todas las almas que aquí yacen descansen en paz, porque nosotros no repetiremos esta maldad”.
* Visiones de Hiroshima se proyectará hoy viernes a las 18 en el Cine Teatro York (J. B. Alberdi 895, Vicente López), mañana a las 18.30 en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) y el domingo a las 20 en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). El cronograma continuará el lunes a las 19 en el Centro Cultural Ricardo Rojas (Corrientes 2038) y el viernes 20 a las 20, otra vez en el Borges. La entrada es gratuita y a cada asistente se le entregará una grulla de papel, símbolo de la concordia universal.
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