Lunes, 23 de agosto de 2010 | Hoy
CULTURA › EL EFECTO DE UNA MUESTRA ARGENTINA ENTRE LOS ALEMANES
Los alemanes que recorren los tres pisos de Tales of resistance and change. Artists from Argentina encuentran imágenes que escapan al lugar común del paisaje argentino. Y una posible herramienta de debate sobre las crisis.
Por Facundo García
Desde Fráncfort del Meno
Los alemanes se casan los sábados. Al menos eso es lo que se intuye recorriendo el casco antiguo de esta ciudad que no consigue disimular su vocación silenciosa. Es mediodía, y con puntualidad de reloj cucú las parejas de novios se asoman por las puertas de las iglesias a saludar parientes invariablemente elegantes. Cerca, doblando por una de las callecitas peatonales que abundan por aquí, se accede al Frankfurter Kunstverein, el centro de arte que aloja a Tales of resistance and change. Artists from Argentina (“Historias de resistencia y cambio. Artistas de Argentina”). Se trata de una muestra que hace eje en el espíritu con que el país salió de los últimos coletazos del menemato y la hecatombe delarruista. La exhibición funcionará como complemento de la participación nacional en la Feria Internacional del Libro que arranca en octubre, y procura poner a prueba los estereotipos que los europeos tienen sobre una sociedad que les resulta a un tiempo exótica y afín. Sin embargo habrá que esperar un rato en la galería hasta que se acerquen los primeros transeúntes que no están ahí para tirar arroz ni saludar a un flamante matrimonio. Entonces por fin llega el momento de la verdad, y el público se encuentra con las obras.
Curada por Rodrigo Alonso, la colección funciona como centro gravitatorio para los locals que aman el extremo sur de América. Los curiosos llegan casi siempre solos, a lo sumo con un amigo, o con la pareja. Es difícil entender por qué y cómo se mueven, pero lo concreto es que van filtrándose a ritmo de goteo por los tres pisos destinados a las producciones. El interés por “lo argentino” no se agota en eso, claro. Basta andar un poco por el centro para notar que se insinúa una especie de minimoda: la restaurada Alter Oper anuncia en sus afiches que en diciembre estrenará una versión del musical Evita; y en el Museo de Ciencias Naturales Senckenberg los dinosaurios patagónicos causan sensación. Para rematarla, no hay taxista que se resista al regodeo de consultar cómo se vivió la derrota del Mundial y “qué va a pasar con Maradona”.
Entre ese mosaico de reflejos se enmarca Tales of resistence... Una de las primeras en ingresar es Gilla Loercher, que aparte de mantener su galería en Berlín es dueña de una presencia capaz de sensibilizar a cualquier apasionado de la belleza. ¿Qué encuentra allí esa mujer que el prejuicio pseudoprogre colocaría en una perfumería premium antes que en un salón colmado de obras políticas? “Cariño, eso encuentro. He ido tres veces allá y no he dejado de sorprenderme de los paisajes y de lo diversas que son las personas, tanto entre sí como con respecto a nosotros”, se sincera Gilla, desde los bancos de un espacio donde se proyecta un trabajo de Sebastián Díaz Morales titulado The way between two points (“El camino entre dos puntos”). Toda distancia –agrega la entrevistada– está marcando una senda. Y como tal, puede ser el punto de partida para trazar la línea de una comunicación renovada.
Efectivamente, aquí Argentina suena a distancia. Cuando alguien tiene su casa lejos o a trasmano, se suele usar la expresión “vive allá en la Pampa”. El panameño José Luis Angulo exprime el sentido de ese giro idiomático al ritmo de su paseo por entre los autorretratos de jóvenes pobres que recopiló el fotógrafo Gian Paolo Minelli. “Lo de Minelli me resulta interesante porque nos hemos acostumbrado a relacionarnos con clichés. Conozco turistas que viajaron mucho por Argentina y estoy seguro de que no habrían asociado jamás ese lugar con las imágenes que estoy viendo acá”, aventura. Angulo –que reside en Europa hace más de treinta años– cree que “si se le preguntara sobre estas gigantografías a los alemanes que van caminando por la vereda”, seguramente no sabrán decir si se obtuvieron en los barrios pobres de Berlín o de Buenos Aires. “Por un lado, porque tengo la impresión de que los necesitados se parecen cada vez más entre sí. Y por otro, porque estamos interpretando la información que nos llega mediante lecturas progresivamente reductoras y homogeneizantes”, admite. Su compañero Thomas Stadtfeld aprueba sin derrochar palabras. “Si me mostrás esto y me decís que era de Brasil, mi ‘sentido común alemán’ te hubiera creído”, dice.
A partir de esas ambigüedades, los preconceptos quedan en jaque. No obstante, en el transcurso de la tarde nadie opina con exabruptos, ni a favor ni en contra. Quien viene de una metrópolis latinoamericana tiene que bajar la velocidad para adaptarse a la eficiencia parsimoniosa que se reproduce en cada detalle de Fráncfort, aun en las consideraciones que sus habitantes hacen al hablar de arte. Es como si luego de haber dado cabida al salvajismo nazi y de sufrir la destrucción total durante la Segunda Guerra, los frankfurtianos se hubieran dejado llevar por una tranquilidad activa: un capitalismo de gente que por la tarde toma el té y a la mañana siguiente sale a hacer inversiones, pero llega al banco en bicicleta.
El arte emerge, en consecuencia, como una grieta por donde filtrar una segunda capa de reflexiones que apague ese piloto automático. Para Holger Kube Ventura, director del Frankfurter Kunstverein –la institución anfitriona–, el enlace entre temperamentos y experiencias tan diversas como la argentina y la teutona puede resultar beneficioso para ambas partes. No hay que olvidar que estas reinterpretaciones de la barbarie neoliberal que hicieron los creadores argentinos cuelgan en uno de los corazones financieros del mundo. “En la actualidad, los debates sobre la crisis económica global giran alrededor del cambio social en muchos países. Incluso en Alemania y especialmente en Fráncfort, principal escenario para los bancos internacionales, y que se llama a sí misma ‘la ciudad del euro...’, avisa Ventura. “Muchas voces están preguntando qué hemos aprendido de crisis anteriores, o lo que deberíamos aprender de la actual para impedir la siguiente”, reconoce. En la respuesta a esos interrogantes está uno de los riesgos que asume la propuesta.
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