Lunes, 23 de agosto de 2010 | Hoy
OPINIóN
Por Rocco Carbone *
Por los modos políticos del pasado que reactualizan, Violencia Rivas y Bombita Rodríguez son contemporáneos. Contemporáneos también porque ambos dos surgen en una misma época, de asombrosa singularidad: los setenta. Y contemporáneos porque hoy en día siguen vigentes. Pero mientras el potencial subversivo de Bombita en el presente parece haberse sosegado, quizá por su vida en un país socialista como Cuba, en donde ya no canta, sino que hace programas de televisión en los que le toca el “upite a Fidel”; país en donde además la cámara lo muestra con un largo pelo blanco, paladeando un habano Bolívar “Gran Belicoso”, mientras habla a cámara en mute, como si estuviera en una película de Eisenstein o Buñuel. Sea, mientras Bombita es todo esto, Violencia Rivas –quien aparentemente se ha quedado en la Argentina, con todo su peso histórico, y sus vivencias crispadas– se intuye constantemente, aun hoy, “sacada”. Y en el mundo light del siglo XXI –de modales corteses: políticamente correcto, a eso me refiero– reactualiza la memoria de los setenta. La memoria de la revolución (negada/derrotada) como horizonte histórico.
O quizá, para ser más exacto, reactualiza las experiencias categóricas de unos proto-setenta. Epoca en la que –en tanto precursora del punk en la Argentina– hacía carne el horizonte revolucionario sin apelar a la vida militante, al riesgo vital o a un heroísmo guevarista. Lo hacía por medio de una especie de canzonetta de una ingenua festividad pero impregnada por un odio de clase que pretendía dar vuelta algunos estrictos tópicos burgueses: la educación como forma de la domesticación social en un tema como “educarse es una mierda”, en cuyo videoclip aparece Sarmiento con una pistola. El matrimonio como forma de control social y el amor burgués, ése que descansa en gran medida sobre el concepto de libertad ilimitada, abstracta e inmaterial, producto de las relaciones de poder instauradas por el capitalismo liberal (con un tema como “metete tu cariño en el culo”). Los más que discutibles estereotipos de una belleza producto de una dieta. La familia. El vínculo filial. El lugar sumiso que la sociedad le reservaba y exigía a la mujer. El trabajo como mal necesario con el que hay que transar para poder vivir en una sociedad capitalista y sobre todo el trabajo oficinesco, presentado como un atroz paisaje donde la desnudez y la sordidez van de la mano; la oficina, en donde la productividad economiza la belleza y el confort para alcanzar un más alto rendimiento económico, espacio del trabajo –avaro y rendido a la eficacia económica– y la repetición. En la oficina aparece la Violencia oficinista frente a una máquina de escribir y unas carpetas convertidas en el ser pequeño-burgués, presionado por la alienación urbana y el eterno riesgo a la proletarización; sometido a la expoliación del rendimiento económico para el mercado; sórdido y lleno de espanto. Violencia en ese ámbito condensa las características del ser deshumanizado a la fuerza, obligado a la circularidad pringosa de un trabajo embrutecedor cuyas jornadas son todas igualmente despersonalizadas y despersonalizadoras.
Todo esto reactualiza Violencia y otorga dramaticidad, y sí, a unas cuantas cosas más: la sociedad de consumo, el psicoanálisis. Y también ese odio de clase reactualiza. Violencia es odio a la clase media, en la Argentina de 2010, cristalizado en sus arrebatos dirigidos hacia los interlocutores inmediatos que tiene a mano, como hacia sus hijas, todas profesionales, concreciones clasemedieras al fin, como hacia sus animalitos, símbolos de mascotas burguesas.
Violencia Rivas hace aparecer el pasado en el presente, pero esa manera de mirar al pasado no se vincula tanto con la ampliación del conocimiento sobre lo que fue, sino con la necesidad, a partir de lo sido, de reconfigurar la conciencia de lo que es. Conciencia de lo que es, insisto, que intenta y pretende desbordarse (por su grado de obsesión) sobre la memoria colectiva del tiempo presente. Y todo esto nace de la aptitud de la memoria, de la capacidad que tiene para reactualizar experiencias y vivencias, de la importancia que tiene en la construcción del sentido, y de las consecuentes transformaciones que el arte logra formular con ella, a partir de ella.
* Ensayista. Profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
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