Viernes, 3 de septiembre de 2010 | Hoy
CULTURA › EL IRLANDES JOHN CONNOLLY PARTICIPA DEL FILBA
Renovador del policial con el detective Charlie Parker, el “maestro de lo tenebroso” explica por qué sus libros, lejos de las convenciones del género, suelen jugar con lo sobrenatural. “La motivación humana es más rara de lo que permite el racionalismo”, sostiene.
Por Silvina Friera
La cruz bizantina es su más preciado talismán de la suerte. No se la saca ni cuando se baña, no sea cosa de perderla. El fetiche está amarrado al cuello como si estuviera hecho a medida. El “maestro de lo tenebroso”, que sin un plan aparente renovó el género negro con esa criatura atormentada hasta el paroxismo, el detective Charlie Parker, derrocha calidez y simpatía cuando se anima a desglosar –en un español ralentizado que pronto abandonará– parte del itinerario turístico del que podrá disfrutar después de su participación en el II Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba). “Voy a Tierra del Fuego, Salta, Iguazú... Tengo diez días”, enumera John Connolly tanteando con la mirada los paisajes de un futuro muy cercano. Si alguien imaginó al escritor irlandés más cerca del glamour literario, el autor de Los amantes (Tusquets) esquiva –en las páginas de sus novelas y en la entrevista– las más perezosas y elementales taxonomías. Ha llegado la hora de llamar a las cosas por su nombre. Eso dice el detective en el prólogo de la octava entrega de esta saga que arrancó en 1999. Su padre no murió de muerte natural: se quitó la vida. Averiguar las circunstancias de esa muerte es como deslizarse por un terreno resbaladizo. Los secretos ya no pueden permanecer más ocultos.
En Los amantes una grieta profunda se abre bajo los pies del protagonista: Parker no es hijo de su madre, como siempre creyó. Hay fantasmas que regresan –su mujer y su hija muertas–, un periodista molesto que busca el polvo debajo de la alfombra de la vida de Parker, justo cuando está despojado de su licencia de investigador privado y vigilado por la policía. Como si no fuera suficiente este cerco que llevaría al borde de la locura a cualquier mortal, el detective es perseguido por un enjambre de “siniestras criaturas” que ponen literalmente los pelos de punta. “Mis libros siempre juegan con lo sobrenatural y es lo que más me critican –subraya Connolly, que vive a dos puntas, entre Estados Unidos e Irlanda–. El policial o la ficción de misterio tienen sus raíces en el racionalismo, en las historias de Dupin, en Sherlock Holmes. Es una manera diferente de mirar el mundo, una actitud bastante lógica. Pero la motivación humana es mucho más rara de lo que permite el racionalismo. Los irlandeses son muy buenos con lo antirracional y yo me siento a gusto en este terreno.” El hombre que nació en Dublín en 1968 y escribe en el diario Irish Times aclara que usa lo sobrenatural de una manera muy particular. “Nunca los responsables son los fantasmas. Vengo de una familia católica y los temas del bien y del mal, de la justicia, la compasión y la moralidad tienen una dimensión espiritual.”
–¿Cómo explica que haya tanto tormento en sus libros? ¿Estará conectado en cierto modo con la idea del mal?
–En un momento, Parker plantea que los muertos no tienen de qué preocuparse; son los vivos los que tienen problemas. La mayoría de la gente no es mala: hace el mal porque es egoísta, por lujuria y avaricia. Muchas veces si pudieran hacer algo sin dañar, lo harían. Ocasionalmente nos encontramos con un nivel de maldad que nos lleva a preguntarnos por el origen. Esta ha sido la gran pregunta de la metafísica: cuál es la naturaleza del mal. La visión religiosa sería que hay un mal más allá de la humanidad. Si no tenés un sentido religioso, queda la idea de que no hay nada que el ser humano no sea capaz de hacer. No quise tomar una postura muy marcada en estos temas; me divierte que surjan estas preguntas.
–¿Por qué tiene tanta importancia la cuestión de la identidad, “quién soy” y “quiénes son mis padres”?
–Los escritores tenemos ciertos temas sobre los que siempre escribimos. En mi caso creo que es la infancia, el daño que sufren los niños. No hablo de daño físico, psicológico ni de abuso sexual, sino que me refiero a las dificultades que tienen los chicos en el pasaje de la infancia a la adultez. De algún modo estoy volviendo siempre a mi propia infancia, aunque haya sido muy normal. Pero mi padre murió cuando yo tenía 20 años; hay un momento en la vida en que uno debería dejar de estar enojado y peleado con sus padres. Pero no llegué a reconciliarme con mi padre y tengo un hermano más chico que sé que no lo hizo. Los chicos van acumulando penas a medida que van creciendo. Hay mucho de mí en Charlie.
–¿Qué cosas?
–Tiene mis gustos, mis puntos de vista sobre el mundo, aunque espero no estar tan conflictuado como él (risas). Nunca le hice decir algo que yo no crea. Trabajar con un mismo personaje es como estar ante un prisma que refracta la luz. Con un personaje como Parker, veo todo de otra manera; puedo refractar mis experiencias a través de él. Y descubro cómo veo el mundo a través de él. Eso es lo bueno de ser escritor. Si fuera contador, tal vez no podría explorar los sentimientos. Supongo que eso también le atrae al lector. Si lo hacés bien, a veces tropezás con verdades. Y es probable que esas verdades las compartas con otra gente. Hay momentos maravillosos en que el lector te dice: “Yo también he sentido eso”. El escritor saca la mano de la página y toca al lector.
–¿Con qué verdad tropezó en esta novela?
–Siempre sos el hijo de tu padre. Aunque te separes, estás destinado a ser un pedacito de él. Llevamos los padres adentro nuestro. Posiblemente, lo mejor de ellos sobrevive en nosotros.
–¿En el plan original de la saga estaba la necesidad de experimentar con el género policial?
–No estoy seguro de haber tenido un plan. Lo sobrenatural estaba ya en mi primer libro, Todo lo que muere, que fue rechazado por todos los editores antes de terminarlo. Después conseguí a un representante que se lo dio a editores un poco más atentos, hasta que el libro fue publicado. Y tuve que convivir con todo lo que había puesto ahí. Me pregunto si de haber sabido que iba a ser rechazado hubiera sido más conservador. Seguro hay cosas que cambiaría de ese primer libro, no sería tan violento, optaría por la sutileza. Pero quería que la gente entendiera lo dañado que estaba este personaje. Parker es una conciencia atormentada. Si tuviera que volver a escribirlo, lo haría de otra forma. Tenía 25 años cuando lo empecé y ahora tengo 42. No soy el mismo.
–En una entrevista dijo que no le gusta cómo se escribe en Estados Unidos. ¿Es así?
–No, no creo (risas). Tal vez quise decir que en la novela negra norteamericana hay un estilo muy particular –debido a Hammett y a Chandler–, con oraciones muy cortas, no demasiado poético. Mi estilo es más “lírico” porque me gusta la poesía. No entiendo por qué la literatura de ficción no puede ser poética. Un escritor es la suma de todos los escritores que ha leído con un pedacito muy pequeño de sí mismo que lo hace original. Yo estoy bajo la sombra de James Lee Burke, de Ross Macdonald y Ed Mcbain. Sin ellos no estaría escribiendo. No quise decir que no me gusta la literatura norteamericana, sino que su prosa me parece conservadora: valora el argumento más que la buena escritura.
–¿Maine, el espacio donde transcurren sus novelas, es como el Dublín de Joyce?
–Tiendo a usar negocios y calles verdaderos de Maine; ubico mis novelas en un mundo muy concreto y detallado para que cuando irrumpa lo sobrenatural, el lector crea en el mundo del libro. El lugar es muy importante en la novela negra. Los escritores están muy pendientes de mitologizar el lugar: toman un espacio y tienden a ubicar todas sus historias ahí y colonizan el lugar. En la novela negra es clave el espacio físico por donde se trasladan los personajes, que refleja también una especie de geografía psicológica, un paisaje interno de emociones y sensaciones. No soy un fan de Stieg Larsson; sus novelas son demasiado largas, no se sostienen para mí. Pero funcionan porque hacemos ciertas asociaciones con el paisaje sueco y hay un tono escandinavo, un contraste muy sofisticado con el paisaje duro que no perdona. La relación entre el paisaje y la historia es bastante compleja. ¡Pero yo no soy Joyce! (risas).
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