Martes, 14 de septiembre de 2010 | Hoy
CULTURA › LA BIBLIOTECA NACIONAL FESTEJó AYER SUS 200 AñOS DE VIDA CULTURAL
El director Horacio González y el escritor Noé Jitrik repasaron pasado y presente de una institución que dialoga “con símbolos confusos, leyendas y mitos nunca fáciles de asimilar”. Un show de Fito Páez le dio otro matiz a la celebración. Habrá actividades hasta el jueves.
Por Silvina Friera
Cuando Nehru fue nombrado primer ministro, al proclamarse la independencia de la India, pronunció una frase que se hizo famosa: “Un país tan pobre como el nuestro no puede darse el lujo de no tener ciencia”. Noé Jitrik la recuerda y supone –en el auditorio Borges de la Biblioteca Nacional (BN), que festeja su Bicentenario– que el premier pensaría en cultura como también que tendría ante sus ojos “el deslumbrante espectáculo de una sociedad débil, sacudida por innumerables conflictos, y el de un futuro cuya forma habría asediado noches y días de incertidumbre y tragedia”. Sospecha que Nehru no debió haber leído los escritos de otro visionario que, casi un siglo y medio antes, lejano en el espacio, “había estado tironeado por ese doble requerimiento: sombras y luces al mismo tiempo, angustia y fervor”. Se refiere al visionario fundador, a Mariano Moreno. La asociación no es arbitraria ni responde a una deformación intelectual por la cual –obsesivamente– Jitrik relaciona circunstancias que en apariencia nada tendrían que ver. Acompañado por Horacio González y toda la plana administrativa y técnica de la BN –con Fito Páez que escucha y espera el turno de su show acustizado por la lluvia–, el escritor no duda en afirmar que Nehru y Moreno tienen mucho que ver “en la medida en que en ambos casos se emergía de una noche colonial y, espíritus parecidamente iluminados, tenían ante sí una tarea gigantesca por delante, nada menos que construir países”.
Las tupidas ojeras del director de la BN procuran manejar la emoción de modo cauteloso. Sin temor a repetirse, asume que hay cierto grado de ritualismo, de alegría, por estar festejando los 200 años. “Nos tenemos que hacer cargo de la versatilidad y variedad de opiniones que reinaron en la Biblioteca Nacional”, subraya el sociólogo que define las bibliotecas como “ámbitos de la reflexión histórica, política y literaria, cualesquiera sean las opciones bibliotecológicas”. Conectar la BN con Moreno, Paul Groussac y Borges –entre otros que la dirigieron en el pasado– es transformarla en una institución contemporánea que dialoga “con símbolos confusos, leyendas y mitos nunca fáciles de asimilar”. Los aniversarios sirven para poner el énfasis en aquello que no se tiene tiempo para decir en otras circunstancias. “Vivimos un período fascinante que no me deja dormir. Yo no duermo tranquilo con la función pública, pero no estoy disgustado –aclara–. Soy un profesor y no se me preguntó si estaba preparado para estar en esta institución. Pero decidí invertir en esta empresa el no dormir bien por la noche.” El hombre que reconoce que maneja la emoción “de modo cauteloso” –o que está “cautelosamente emocionado”– confiesa que concibe la función pública de un modo severo. “La severidad pertenece al campo de una profesión sin profesión y mi profesión es ahora estar aquí.”
En la fiesta principal de la BN, que terminará sus actividades por el Bicentenario el próximo jueves, están escritores, editores, poetas y amigos de la institución, como Tununa Mercado, Mario Goloboff, Alejandro Archain, Ricardo Forster y Rodolfo Hamawi, entre otros. Jitrik sugiere que Moreno debe haber pensado que si un libro –El Contrato Social– “había alterado la plancha de metal de la historia, muchos libros juntos lo harían todavía mucho mejor: la Biblioteca como el lugar que concentraría el saber de los siglos, la luz de la razón encerrada pero que la lectura debía abrir”. La Biblioteca fundada tenía un sentido. “Moreno entendió, con estilo desmañado pero certero, que los libros que había leído en su no tan lejana juventud y con los que había nutrido un pensamiento que no vaciló en manifestarse a borbotones, podían servir a los demás; que esos otros, no carentes por cierto de conciencia y patriotismo pero tal vez primitivos prisioneros en la cárcel colonial, con los libros al alcance de la mano, reunidos y cuidados, podrían generar un pensamiento liberador, semejante al suyo, saturado de los fantasmas de las revoluciones que estaban cambiando el mundo, de las filosofías que también lo cambiaban, un amasijo de ideas que quemaban sus días y minaban su cuerpo”, plantea el escritor.
Jitrik calibra más y más la puntería cuando menciona un viejo dilema argentino: el choque entre las ideas modernas y tradicionales. Acusado de haber sido un “mero reproductor de pensamientos ajenos”, Moreno representa para el escritor algo más trascendente. Un interrogante. Se pregunta si desde las posturas que asediaron al fundador se pone más en evidencia el carácter de aparato ideológico de la Biblioteca; si el libro en sí “es un peligro mortal para las conciencias prístinas de desprevenidos lectores”. La respuesta está a la vista. “Hubo país, hubo literatura y hubo Biblioteca, y estas tres historias son paralelas así como sus momentos de duda y de refulgencia”, destaca el escritor. “La Biblioteca fue adquiriendo esa irrefutable contundencia que se corresponde con otras presencias logradas en dos centurias, la de una literatura vigorosa y propia, la de un pensamiento original, la de una visión de porvenir que no se exalta vanamente, no descree de lo que puede todavía articular y no se desanima cuando las debilidades arrecian y el lenguaje y la cultura tiemblan”.
Junto con la pertinaz lluvia que afina en los oídos de amigos y vecinos de la BN, el lenguaje y la cultura vuelven a temblar –aquí y ahora– con la voz y las canciones de Fito Páez.
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