Domingo, 16 de octubre de 2011 | Hoy
CULTURA › RICARDO FORSTER Y SU NUEVO LIBRO EL LITIGIO POR LA DEMOCRACIA
El filósofo y ensayista destaca que le interesa reivindicar al kirchnerismo desde lo que llama el “litigio por la igualdad”. Y señala: “La disputa alrededor de los bienes materiales ha retornado a la realidad argentina”.
Por Silvina Friera
Un flaco desgarbado –Néstor Kirchner– abrió fisuras en el muro de un sistema, amasado entre la dictadura y el menemismo, que intentó aniquilar memorias de equidad y tradiciones populares. Ese flaco desgarbado produjo un “salto anacrónico” a la fortaleza del “fin de la historia” y a las resignaciones de una posmodernidad entre banal y despolitizada. Ricardo Forster confiesa en el prólogo de El litigio por la democracia (Planeta), un puñado de ensayos de largo aliento entrelazados con la escritura periodística urgente, que la inusual potencia de lo que viene sucediendo desde mayo de 2003 le permitió reencontrarse con la política, cuando descreía que pudiera volver a suceder. Una doble reparación comenzó a operar en un país incrédulo. Reparación del pasado al derogar las leyes de impunidad y oxigenar el debate sellado de los setenta. Reparación económico-material –recuperación del trabajo y reducción de los índices de pobreza y de indigencia–, para comenzar a curar las profundas heridas que atravesaban el cuerpo social. El filósofo atesora una anécdota para toda la vida. Asistió a la cena de honor que se realizó el 25 de mayo de 2010 en la Casa Rosada. Cuando la noche avanzaba sobre la madrugada, se estrechó en un abrazo con Kirchner. El ex presidente le dijo una frase que siempre recordará: “Ricardo, estamos revirtiendo la situación y vamos a entrar por la puerta grande de la historia”. Néstor –escribió el integrante de Carta Abierta– ya lo hizo.
“El surgimiento de la política es la puesta en evidencia del conflicto entre los incontables que son invitados a participar de la igualdad democrática, pero que exigen también una distribución más equitativa del pan. La lengua política y el lenguaje político están profundamente imbricados con el conflicto. La emergencia anómala de Kirchner quiebra un proceso de decadencia y de profundo vaciamiento de la vida política argentina”, resume Forster el planteo de los ensayos y artículos de su último libro. “Hay una impronta benjaminiana vinculada con mi propia formación y mirada filosófica. No me interesa pensar la historia como una estructura causal, articulada de acuerdo a eslabones que se corresponden los unos a los otros, sino que prefiero ver en qué momento se produce una ruptura que genera la posibilidad de leer de otra manera el pasado y que habilita otro modo de relación con el presente y el futuro –explica el autor de Walter Benjamin y el problema del mal en la entrevista con Página/12–. Cuando se rompe algo que producía cierto efecto de interpretación, lo que cambia es la manera de leer el acontecimiento. Kirchner interrumpe una inercia de la vida argentina que había tenido un punto de desequilibrio importante en 2001. Pero nada garantizaba que la salida tuviese la impronta de Kirchner, que llegó como una casualidad de la historia y se metió por una fisura mínima del bloque de poder, confundiendo a todos los actores. La respuesta a esa crisis colosal podría haber sido cualquier otra.”
–Podría haber sido una respuesta más conservadora...
–Claro, Kirchner sacó un par de puntos más que (Ricardo) López Murphy, con lo que el ballottage podría haberse dado entre Menem y López Murphy. Hay algo de lo extraordinario de la vida histórica, un giro que retoma cuestiones guardadas en el pasado y las coloca en una nueva significación. Pero también me interesa reivindicar al kirchnerismo desde lo que llamo el “litigio por la igualdad”. Esta disputa alrededor no sólo de los bienes culturales-simbólicos, sino también de los bienes materiales, ha retornado a la realidad argentina.
–¿Cómo intuye que sería el segundo mandato de Cristina Fernández?
–Leo este momento argentino como si estuviésemos iniciando una tercera etapa. La primera etapa empezó el 25 de mayo de 2003 y terminó el 11 de marzo de 2008, no con el triunfo de Cristina en octubre de 2007, sino cuando estalló la crisis por las retenciones agropecuarias. La primera etapa tiene que ver con la emergencia de un personaje que produce la sensación de entrar en un país que no estaba escrito previamente: política de derechos humanos, recuperación social del mundo del trabajo, desendeudamiento, política latinoamericana. Casi sin haber tenido ese lapso que se le otorga a cualquier gobierno, el tiempo de Cristina estuvo marcado por un conflicto que definimos en la primera Carta Abierta como la emergencia de un “clima destituyente”. Ese conflicto por la 125 libera la posibilidad de repolitizar fuertemente a la sociedad y otorgarle al propio kirchnerismo un lenguaje, incluso una mística, que no estaba en el primer tramo del gobierno de Néstor. Esta segunda etapa se terminará de cerrar el 23 de octubre. Cristina ha sido legitimada de una manera inimaginable tiempo atrás. La tercera etapa tendrá como eje central el debate en torno de qué significa la profundización y qué complejidades o conflictos surgirán en el interior del bloque del kirchnerismo.
–¿Qué significa profundizar el modelo?
–La cuestión pasa por la distribución y por dar una disputa por la renta. El tema de la tierra, ligado en primera instancia con la tenencia y la extranjerización, ha sido muy ninguneado e invisibilizado. La tierra es uno de los núcleos centrales del poder y de los imaginarios político-culturales en estos doscientos años de historia argentina. Fue Horacio Giberti, secretario de Agricultura durante el gobierno de Cámpora, el que quiso llevar adelante una ley de impuesto potencial a la tierra, pero no pudo hacerlo. La tierra siempre ha sido un tema tabú. Nada que toque un problema tan arduo como la renta agraria o el de la propiedad de la tierra pasa por la historia sin dejar consecuencias. Si me da un poco de pena la caída en abismo de Proyecto Sur es porque colocaba algunas cuestiones importantes en el debate, como la explotación minera y los ferrocarriles. En un país que ha recuperado derechos, que ha crecido económicamente, que ha logrado amplificar la fuerza de los salarios, que le ha devuelto representación a los movimientos sociales y a los trabajadores, el crecimiento de la demanda será exponencial. Aunque se ha hecho mucho, una deuda pendiente es reducir la trama de desigualdad.
–Si este tercer período también será un tiempo de disputas, sería deseable y saludable una oposición por izquierda que esté a la altura de poder dar esos debates, ¿no?
–No tener adversarios de fuste es un problema. Cristina es un actor decisivo que conceptualiza la política. El problema es que Cristina está hablando en soledad, sin encontrar antagonistas con los cuales discutir el modelo de sociedad. Me interesa más una crítica por izquierda que por derecha, obviamente. Pero la crítica por izquierda que se hizo estuvo muy ligada, especialmente desde Proyecto Sur y otros sectores, a la idea de “impostura”. Este gobierno es una suerte de construcción ficcional que no ha trastrocado ni modificado la estructura argentina de los años ’90. Esto es un error brutal; la propia crisis de Proyecto Sur está relacionada con la incapacidad para ver lo que está sucediendo efectivamente en las condiciones tanto materiales como simbólicas de la sociedad. Más allá de lo que hizo o dejó de hacer, de la capacidad de profundizar o de los límites que pudo haber alcanzado, el kirchnerismo conmovió la estructura política, social y cultural argentina como no sucedía hacía décadas. Uno se puede hacer cargo sintiéndose interpelado, pero también se pueden hacer críticas audaces y profundas. Si la crítica se centra sólo en la denuncia de la “impostura”, cuando la trama de la vida social expresa algo completamente distinto, termina girando en el vacío de una retórica de la catástrofe. El discurso de Pino Solanas no fue muy diferente al de Lilita Carrió; son discursos despolitizadores, tremendistas, que responden más al esquema de los años ‘90, donde el tema de la corrupción atravesaba por derecha y por izquierda la escena nacional. En las condiciones actuales, ha emergido un tipo de lenguaje político que reclama otra manera de expresarse y de construir públicamente.
–¿Por qué la oposición no logra articular un lenguaje político sólido?
–En el interior del kirchnerismo se expresa el debate argentino. Como en algún momento el peronismo parecía agotar derechas e izquierdas, el kirchnerismo –que tiene un núcleo peronista central y rescató al peronismo de su propia historia prostibularia de los años ’90– logró incorporar a otros sujetos políticos que no estaban involucrados con el peronismo. Y a su vez resignificó el lenguaje de las tradiciones populares. El kirchnerismo pateó el tablero de ciertas reglas de la política argentina. Estamos en un momento donde probablemente las discusiones respecto al futuro inmediato parecen quedar más del lado de este magma al que llamamos kirchnerismo. El litigio por la igualdad reaparece en un contexto en que ya no alcanza con ser políticamente correcto, ni con el virtuosismo republicano. La oposición sigue enfrascada en una lectura termidoriana, oscura y negadora de lo que ha sucedido en el país.
–¿Quién cree que saldrá segundo en las elecciones: Hermes Binner o Alberto Rodríguez Saá?
–Puede ser que Binner salga segundo. Ultimamente Binner está demostrando un discurso conservador que tiene poco de progresista. Pero capturará el voto que siempre queda picando, ese voto de buena conciencia, virtuoso, de las clases medias republicanas-progresistas. Yo prefiero una oposición como la de Binner, porque finalmente en su momento los socialistas votaron la ley de servicios audiovisuales, la reestatización de las AFJP, el matrimonio civil igualitario; es una oposición más interesante que la derecha fragmentada en el duhaldismo y el PRO. A la oposición le espera un 24 de octubre muy complejo por la potencia legitimadora que va a alcanzar Cristina, en una elección que estará cerca de las grandes elecciones históricas del país, las de Perón y la de Raúl Alfonsín.
–¿Cuáles serían los desafíos que implicaría para el kirchnerismo ganar con más de un 50 por ciento de los votos?
–Frente a una legitimación gigantesca de Cristina, quien probablemente gane con un 55 por ciento o más de los votos, lo peor sería caer en el disciplinamiento. Se abre una época donde la agudeza, la sensibilidad crítica, el acompañar pero sin la genuflexión le va a hacer muy bien a la propia Cristina. La Presidenta necesita una lectura de la realidad crítica y abierta, que no sea complaciente. Un error del kirchnerismo sería encerrarse, encriptarse, creerse portador de una verdad intocable. Cristina es extremadamente inteligente y sabe que no hay nada peor, para alguien que está en la cúspide del poder, que le escriban un diario especial. Por supuesto que la victoria genera actores reverenciales; pero lo más rico y caudaloso del kirchnerismo es haber incentivado la reconstrucción de la política y de las tradiciones emancipatorias y populares bajo la necesidad de discutirse a sí misma.
–Pronto se cumplirá un año de la muerte de Néstor Kirchner. ¿Cómo definiría ese legado?
–Quizá la muerte de Kirchner sea nuestro 17 de octubre, así como hubo un 17 de octubre que redefinió la vida social y política. Cuando digo kirchnerismo –y no hablo de peronismo– es porque así como el 17 de octubre absorbió socialismo, anarco-sindicalismo, laborismo, comunismo y le dio una representación de otro orden, probablemente estemos en un momento de reconstrucción de lo político que tiene esta loca circunstancia de girar en torno de un hombre que rompió los códigos, que hizo todo a un ritmo extraordinario y casi shakespeariano por lo rupturista. Y que se fue inesperadamente y dejó una marca muy profunda.
–¿Cómo vislumbra el escenario económico para el próximo año? ¿Qué respuestas se articularán para atemperar el impacto de la crisis económica internacional?
–No sabemos todavía cómo se desplegará esta crisis; pero el país enfrentará un escenario mundial complejo. El Gobierno tiene que garantizar dos o tres cuestiones clave, nutrientes del kirchnerismo: defensa del trabajo, defensa del salario, del consumo y el mercado interno. El kirchnerismo hasta ahora ha tenido la virtud de entrelazar lo económico y lo político y ha logrado producir una marca simbólica decisiva. A partir de 2008, cuando se desata el enfrentamiento con la corporación agro mediática, la respuesta del kirchnerismo no es economicista, sino que apela a lo político cultural. Hay que pensar cómo articular políticas económicas que no vayan en detrimento de los sectores asalariados y que al mismo tiempo puedan proteger la incipiente reconstrucción de la industria nacional. No hay que perder de vista que el kirchnerismo mostró grandeza en los momentos de tormenta. Hay una imagen muy intensa y bella de Rey Lear, que en el momento de mayor desolación de su vida, desnudo ante la tempestad, tiene más conciencia de su situación. El kirchnerismo ha actuado con una dosis de audacia y coraje muy grandes cuando parecía que se caía todo. ¿Por qué no imaginar que el kirchnerismo enfrentará estos momentos de dificultad con osadía y sin renunciar a ciertas convicciones?
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