Domingo, 16 de octubre de 2011 | Hoy
OPINION
Por Eduardo Fabregat
Uno termina deseando que al fin llegue el maravilloso día en que comienza la veda política y la tanda vuelve a ser ese surtido de ficciones, construcciones y exageraciones en las que siempre hay algo de verdad –si no, la cosa no funciona–, pero dedicadas a yogures, autos, pañales, teléfonos celulares y otros artículos. La Ley Electoral impulsada por el kirchnerismo, que da espacios gratuitos a todas las agrupaciones políticas (incluso a aquellas que afirman que el kirchnerismo es una máquina de ahogar opiniones diferentes), democratizó notablemente las posibilidades de proselitismo, pero infló de manera igualmente notable la paciencia del ciudadano.
Cada medio debió cumplir la ley y así no quedó spot sin pasar, una y otra vez, a veces montados unos sobre otros y repetidos para cumplir con los minutos por hora. La democracia permite que todos puedan decir lo que quieran en pos del voto y está bien, pero pocos piensan en el efecto que esa metralleta de slogans y marketing produce en el que escucha, el que ve. Y es que la publicidad política ciertamente se ha sofisticado (uno repasa las campañas televisivas de 1983 y le da ternurita), pero algo está sucediendo en la formación de creativos publicitarios porque en demasiadas ocasiones al asunto se le ven los hilitos. Aun en HD, la berretada es berretada.
Hay que convenir que los creativos no las tienen todas consigo. Algunos productos son muy difíciles de vender, y el cliente no atiende razones: como un fabricante que quiere una campaña exitosa para su helado de rúcula y remolacha, hay tipos que no pasarán del único dígito, y saben que es así, y el equipo de campaña sabe que es así, pero todos se hacen los distraídos y le dan forma a spots que son puro verso. Pero una de las consecuencias de la era de la hiperconexión e hiperinformación es que el público maneja variables antes reservadas a quienes estaban en el ajo. Hoy, el mozo de la esquina (quizá él antes que nadie) advierte el cálculo en la sonrisa y la manito de ese candidato, la sonrisa necesitada de Activia de aquella otra, la frase increíble en el más literal de los sentidos pronunciada con gesto altivo y desafiante. La respuesta inevitable es una sacudida de cabeza, acompañada por algo parecido a “Estos me toman de pelotudo...”.
La narrativa de los avisos de CFK es una de las razones de lo que vienen cantando las encuestas. En un astuto giro que desmarca a su campaña, la voz de Cristina protagoniza algunos spots, pero en otros se corre para que el relato lo haga otro. No actores contratados y cuidadosamente seleccionados para fingir naturalidad en su “Yo lo voto”: personas de carne y hueso, cuya historia de vida sirve como poderoso ejemplo de qué tiempos se viven en la Argentina. Hay una épica, una emoción en el relato de la científica que volvió, el programador que no se fue a Australia, el operario de astillero que recuperó la dignidad del trabajo, el pibe campeón de Matemática, la viejita de tierra adentro –y sus 13 hijos– con TV digital, que tiene todo lo que les falta a candidatos que aseguran que esto es un desastre y es imperioso cambiar. Artificiosos los gestos y los conceptos, algunos spots rozan lo surrealista.
Tener un programa diario en una radio (AM 750) hace que uno quede expuesto a una cantidad perjudicial de mensajes políticos. Algunas piezas son microficciones por momentos divertidas, por momentos exasperantes, en cierto punto delirantes y muchas veces ilustrativas del pensamiento lineal que aqueja a los políticos medio pelo. Uno se pregunta cuánta astucia puede haber en un candidato que cree que gritar con el dedito en alto demuestra carisma y convicción. “Si le ponemos un yoyó hace el columpio, el perrito y esas cosas”, sugirió Erica García (@ericagarcia11) en Twitter, y la salida humorística es un excelente ejemplo de cuál es la real percepción del asunto. Se estrena el spot en el que el hombre de Chascomús “le habla” a Cristina, y da ganas de decirle que se niegue a pagar la factura de la agencia. En la tanda aparece la señora que anunció un 13 por ciento de descuento a trabajadores y jubilados pidiéndoles a los sindicalistas “que les devuelvan la plata a los trabajadores”: cuesta abstenerse del comentario cuando se enciende la luz roja. El candidato colombiano se muestra conciliador y comprensivo en la radio con ese “Entendí, entendí lo que pasó el 14 de octubre”, y reserva para los cines un comercial chocante y desagradable, cargado de violencia y pleno de estigmatizaciones de la negrada. Un desfile para el Oscar.
Las microficciones seguirán hasta el jueves. Después, al fin, será el turno de la realidad.
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