Domingo, 19 de febrero de 2012 | Hoy
CULTURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR GRIEGO PETROS MARKARIS
El autor de la serie de novelas protagonizadas por el comisario Jaritos dice que su país no puede salir de la crisis sin la participación de la izquierda. Y subraya: “No podemos permitir que arruinen un país con un experimento. No somos cobayos”.
Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
“El problema hoy con Grecia es que no hay una perspectiva. Y no sólo en la clase dirigente. Si uno habla con la gente de la calle, con un taxista, con un empleado, con un comerciante, nadie ve una salida. Han perdido toda esperanza.” La descripción es de Petros Markaris, hoy por hoy el más reconocido escritor griego, autor de la serie de novelas protagonizadas por el teniente Kostas Jaritos, comisario de la policía de Atenas. Si los casos que lleva adelante Jaritos se han traducido en medio mundo, es porque Markaris no sólo ha creado uno de esos detectives que –como el inspector Maigret, de Simenon– se convierten en amigos íntimos del lector sino también porque desde hace casi dos décadas viene ofreciendo, en cada una de sus novelas, un retrato tan vívido como crítico de la sociedad griega. La última publicada en castellano, Con el agua al cuello (Tusquets), transcurre en medio de la crisis que atraviesa hoy Grecia y el comisario Jaritos debe investigar una serie de asesinatos a banqueros y financistas, como si persiguiera la sombra de toda una sociedad que se está vengando de sus usureros.
El motivo de la presencia de Markaris en Berlín, sin embargo, es otro. Como amigo y guionista durante cuarenta años del gran realizador griego Theo Angelopoulos, fallecido en un accidente de tránsito en Atenas hace menos de un mes, Markaris llegó a la capital alemana para participar de un homenaje que la Berlinale le rindió al director de La mirada de Ulises y La eternidad y un día. En una charla larga y distendida con Página/12, Markaris habló de su trabajo junto a Angelopoulos, de la saga del comisario Jaritos y, por supuesto, de la crisis en Grecia, que lo desvela.
–¿Cómo se conocieron con Angelopoulos?
–Fue en 1971. Un año antes se había estrenado su primer largometraje, Reconstrucción, y Theo vino a ver la puesta en escena de una de mis obras de teatro. Después se acercó con una propuesta: “¿Le gustaría colaborar en el guión de mi próxima película?”. Le contesté, con toda franqueza, que me encantaría, pero que no tenía la menor idea de cómo se escribía un guión. Me dijo: “No se preocupe, yo le enseño”. Y aprendí a escribir guiones con Theo. Pero Theo no escribía guiones convencionales, eran más bien como novelas, porque no pensaba en función de planos, sino de secuencias enteras. Hicimos ocho películas juntos y fuimos muy amigos.
–¿De qué trataba su última película, la que no llegó a terminar y de la que usted también participó como guionista?
–Angelopoulos filmó dos trilogías, que abarcan casi medio siglo de historia griega en el siglo XX. La primera estuvo integrada por Días de 36, El viaje de los comediantes y Los cazadores. Y después vino la segunda trilogía: El prado que llora, El polvo del tiempo y El otro mar, que es la película que ahora quedó inconclusa. Nunca hubo en Grecia un novelista o un dramaturgo, ni mucho menos un cineasta, que intentara algo semejante, que estuviera tan obsesionado con la historia, con el trauma de Grecia. Para Angelopoulos, el presente siempre tenía su explicación en el pasado. Y lo que los europeos a veces no entienden es que Grecia es un país muy traumatizado. Problemas que no siempre los europeos pueden ver con claridad tienen su razón de ser en el pasado. Y Theo sentía que éste era el momento de cerrar su segunda trilogía, para intentar comprender qué había sucedido, cómo los griegos habíamos llegado hasta aquí, hasta este presente tan triste. Pero llegó a filmar apenas 38 minutos de una película de dos horas.
–¿Cómo evalúa la pérdida de Angelopoulos para Grecia?
–Es una gran pérdida, porque es muy poca la gente que hoy tiene una imagen positiva de Grecia. Y él era uno de los pocos que podía transmitir esta imagen. Theo creció en circunstancias muy difíciles. Nació en 1935, un año antes de que se iniciara la dictadura de Metaxas, creció en la Grecia de la posguerra civil, en la que el país estuvo prácticamente desintegrado, empezó a filmar durante la Dictadura de los Coroneles... Fueron tiempos muy difíciles, muy peligrosos, sobre todo para alguien que se había propuesto hacer películas políticas. Tenía el talento de sobreponerse a todas las limitaciones y eso es lo que más respeto de Angelopoulos. Una persona que es capaz de superar cualquier problema con ideas siempre nuevas es una persona muy valiosa. Y si Grecia tiene algo para aprender de Angelopoulos es que el talento, la visión y la fuerza del trabajo pueden vencer la pobreza y los obstáculos más difíciles. Y esto es muy importante en este momento precisamente, cuando Grecia se está precipitando hacia un nuevo período de pobreza y de grandes dificultades. El suyo es un ejemplo que Grecia ahora necesita y mucho.
–Pasemos a la literatura, ¿cómo nació el comisario Jaritos?
–En 1992, yo estaba escribiendo una serie de televisión, Anatomía de un crimen. Fue un éxito enorme: empezó con cuatro episodios y duró tres años. Al comienzo del tercer año estaba completamente paralizado, porque había escrito 65 episodios y ya no daba más, no se me ocurría nada nuevo. Les dije a los productores que ahí terminaba, que se buscaran otro guionista. No querían saber nada, estaban ganando mucho dinero, y yo también, pero yo ya no daba más. Insistieron, acordé escribir algunos capítulos más hasta que encontraran a un reemplazante, me senté de nuevo frente a la máquina y de pronto empezó a formarse la imagen de una familia, como si estuvieran parados delante de mi escritorio: un hombre común, su esposa y su hija. Mi primera reacción fue totalmente negativa. Me parecía que no podía hacer nada con ellos. Pero el hombre era muy persistente, no me dejaba en paz. Cada vez que me ponía a escribir se me aparecía delante de mi escritorio. Y se convirtió en una tortura, porque torturaba mi mente. Entonces, un día, cuando tenía dificultades para continuar con mi trabajo, me dije: “Si este hombre me tortura así, no puede ser otra cosa que un policía o un dentista” (risas). Pero un dentista es un personaje sin ningún interés, totalmente aburrido (y además no me gustan porque siempre tuve muchos problemas con los dientes y los dentistas siempre me torturaron). Entonces me decidí por el policía e inmediatamente supe su nombre, el de su mujer, Adrianí, y el de su hija, Katerina. No sólo eso. Como en aquella época me pasaba horas en un canal de televisión, estaba muy cerca de la gente que hacía los noticieros y de los periodistas de TV. “Esta es gente muy enferma”, me dije. “Siempre corriendo de aquí para allá, detrás de una exclusiva.” Y entonces puse al comisario Kostas Jaritos en medio de esa locura y nació la primera novela de la serie, Noticias de la noche.
–Su novela más reciente publicada en castellano, Con el agua al cuello, se inicia con una cita de Bertolt Brecht: “Peor que robar un banco es fundarlo...”
–Me siento muy brechtiano. Traduje al griego muchas de sus obras. Lo estudié muy de cerca y, aunque yo ya no escribo teatro, siento que sigo aprendiendo lecciones de Brecht. La más importante, por supuesto, es la de mantener siempre una distancia. Cómo ser un buen observador, eso me enseñó Brecht. Me enseñó a no involucrarme personalmente, a mantener una distancia con el material, para verlo más claro. Y esas lecciones siguen siendo muy valiosas también para las novelas del comisario Jaritos. Y como el traductor que fui, también conozco muchos de sus trucos para no involucrar emocionalmente al lector, para hacerlo reflexionar sobre lo que está leyendo. La única novela mía con la que tuve dificultades fue con Muerte en Estambul, porque yo nací allí y mucho de lo que allí cuento es del orden familiar, es muy personal. La pospuse muchas veces, hasta que mi hija me convenció de que tenía que enfrentarla y escribirla.
–¿Con el agua al cuello es la primera parte de una trilogía dedicada a la crisis griega?
–Tengo una nueva novela, que fue publicada en octubre en Grecia, y que pronto se editará en castellano. Ahí se ve cuánto peor se ha puesto la situación en nuestro país. Y ahora casi estoy en condiciones de ponerme a escribir la tercera novela de la trilogía. Pero voy a sentarme recién en abril, porque antes tengo pendientes algunos viajes de trabajo y necesito estar en Atenas para concentrarme y para palpar el ambiente.
–¿Es verdad que estudió economía?
–Es una mentira, nunca estudié economía, o más bien nunca concluí mis estudios. Odiaba la economía, pero fui a Viena a estudiar por dos razones: primero porque fue un mandato de mi padre y luego porque fue la oportunidad de viajar y salir de Grecia. Mis conocimientos de economía provienen, en todo caso, de mi experiencia como empleado, durante once años, en una gran compañía de cemento, en Grecia. Porque nadie empieza siendo un escritor profesional, ¿no? Yo estaba en el departamento de exportaciones a los países árabes y entonces todo lo que sé del tema lo aprendí allí, en la práctica. Es muy poco lo que les debo a mis estudios.
–Y desde ese conocimiento práctico, ¿cómo evalúa la crisis griega? ¿Cuán profunda es? ¿Hay una salida?
–Si me pregunta cuán profunda es, discúlpeme, pero debo decirle que es más profunda que la mierda. Mire, hay algo que nunca voy a dejar de reconocer, y es nuestra responsabilidad en la crisis. Grecia siempre fue un país pobre y tuvo sus razones para ello: la guerra civil, las dictaduras, todo lo que usted pueda imaginarse. Pero a pesar de la pobreza, Grecia siempre tuvo sus valores: la decencia y un alto nivel cultural. Como yo no nací en Grecia, sino que venía de Estambul, me preguntaba: “¿Cómo un país tan pobre puede tener tan alto nivel de cultura?” Poetas, escritores, dramaturgos... Era realmente increíble. El gran error fue que cuando logramos salir de la pobreza también dejamos atrás esos valores. Y ahora que entramos de nuevo en la pobreza ya no los tenemos. Y ése es el punto crítico. Pero hay más... Esa supuesta riqueza de los últimos treinta años fue una riqueza virtual. Y para colmo, así como conocíamos la cultura de la pobreza, desconocíamos la cultura de la riqueza. Y eso fue un desastre, porque si uno no conoce esa cultura piensa que puede despilfarrar el dinero: comprar un auto, un segundo auto, un tercer auto para el hijo, una casa para el verano, un barco, un piso en Atenas... Y esto era una realidad virtual, que no se correspondía con el país real. Y nosotros nos despertamos tarde para entender lo que sucedía. Mientras tanto, habíamos construido un sistema político basado en el clientelismo y que también malgastaba el dinero, porque así le era más fácil sobrevivir en el poder. Abolimos la monarquía, pero mantuvimos los clanes políticos.
–Pero ésa es una parte del problema, ¿no?
–Claro, ésa es la parte que nos toca a nosotros. Pero también está la responsabilidad de Europa. Como les digo acá a los alemanes: la responsabilidad de la crisis puede ser nuestra, pero la responsabilidad por el tratamiento es de ustedes. Ustedes están imponiendo este tratamiento, estas condiciones. Y ustedes van a tener que explicar las consecuencias, que yo creo van a ser terribles. No va a funcionar. Ustedes ya lo experimentaron en Argentina. Están aplicando las mismas viejas recetas del Fondo Monetario Internacional: recortar salarios, jubilaciones, pensiones, puestos de trabajo. Están arrojando al país a una recesión de la que no se va a poder recuperar. Ya el año pasado empezaron a aplicar estas recetas y la recesión no hizo sino aumentar. La tasa de desempleo, que estaba en el ocho por ciento, ahora está en el 21 por ciento. Y entre la gente joven, el desempleo trepa casi al 50 por ciento. Hasta The Wall Street Journal lo acaba de decir, hace un par de días: esto así no funciona, así no se sale de una crisis. Lo que ha sucedido con Grecia es que se ha producido una devaluación interna sin tocar la moneda. Es un experimento, no se sabe qué va a suceder. Están experimentando a costa nuestra. Y dicen que si funciona con nosotros lo van a aplicar en Portugal, en España, incluso en Italia. Pero no podemos permitir que arruinen un país con un experimento. No somos cobayos.
–¿Y cómo reacciona la gente?
–La gente está exhausta: no tiene dinero, no tiene poder, no tiene la voluntad de luchar. Y no sé cómo será en América latina, pero en Grecia para mí es claro que no se puede salir de la crisis sin la participación de la izquierda. Y le voy a decir por qué. En otros tiempos, la izquierda funcionaba como un contrapeso, como un mecanismo de control de la democracia burguesa. Pero hoy la izquierda europea está en una situación desastrosa y ya no moviliza a nadie.
–¿Existe el riesgo de que surjan movimientos ultranacionalistas?
–En el Parlamento griego ya tenemos a un partido bien de derecha, el LAOS. Y ahora, a su derecha, ha surgido una extrema derecha, que va a tener representación parlamentaria.
–¿Y cuál es la responsabilidad de la izquierda en este proceso?
–El problema es que cuando cayó el bloque socialista, la izquierda quiso formar parte del sistema, renunció a muchas de sus banderas y empezó a decirle a la gente que podían administrar los gobiernos como lo hacían los partidos de derecha o de centroderecha. Y no sólo no supieron hacerlo, sino que se apartaron de sus votantes naturales. Hoy el Pasok, el partido de centroizquierda en Grecia, se está disolviendo en los desagües de la política. Y la Nueva Democracia, de centroderecha, no tiene el poder suficiente como para formar una mayoría. No sé qué va a suceder. Pero yo siempre lo he dicho, desde el comienzo, y lo sigo pensando: el problema en Grecia es, antes que nada, un problema político y después financiero. Los problemas financieros son producto de la crisis política. Este plan de la “troika” europea no va a funcionar, es imposible sumir al país en una recesión mayor. Si vamos a declarar la bancarrota es mejor declararla ahora, no mañana.
–¿Y cómo viven Jaritos y su familia esta nueva etapa de la crisis?
–Va a ver que las cosas se vuelven más difíciles para ellos. Porque Jaritos es un policía, un empleado público. Pero Jaritos es también un hombre de una generación que creció y aprendió a vivir en circunstancias de mucha pobreza. Y sabe cómo arreglárselas mejor que otra gente. Lo mismo sucede con Adrianí, su mujer, que siempre supo hacer las compras y cocinar por poca plata. Nunca entraron en la sociedad de consumo. Pero la hija, Katerina, está desesperada. Ella, la hija de un simple policía, que pudo estudiar derecho, recibirse y hacer un doctorado, no encuentra trabajo. Siempre tuvo todo y ahora siente que no tiene nada, que todos sus esfuerzos no valieron la pena. Y esto le pasa hoy a mucha gente joven. Se quieren ir del país, como Katerina. Buscan trabajo en cualquier lado, no importa dónde sea. Es un problema muy grande. Si tenemos suerte, vamos a perder dos generaciones de jóvenes griegos, pero lo más probable es que perdamos por lo menos tres. Ellos son los grandes perdedores de hoy, pero el país será el gran perdedor de mañana, porque se va a quedar sin sangre joven.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.