CULTURA › LOS IMITADORES, UN MUNDO DE ARTISTAS Y LABURANTES
Hay imitadores que llegaron a ámbitos masivos y hay otros que deambulan por eventos privados o cumpleaños de quince. Algunos se molestan con el rótulo. “Debés estar preparado para resignar tu ego y ponerte al servicio de un personaje”, dice Martín Bossi.
› Por María Daniela Yaccar
Hay una canción de Las Pastillas del Abuelo que dice: “La imitación es el peor suicidio”. A simple vista y en los casos más extremos, eso parece. Alguien pone todo su empeño en ser un cover viviente y consigue, mínimamente, hacerse unos pesos. Y quizás hace de ello un estilo de vida. Sin embargo, si se dejan de lado los prejuicios comunes –que el imitador es un ladrón o no tiene creatividad– y se bucea en las intenciones de los artistas/laburantes, surgen algunas preguntas: ¿la imitación es dejar de ser uno mismo o es ser a través de otro, o es otro modo de ser uno mismo? ¿Es sencillamente copiar a otro o es aportar una visión del mundo? Después de todo, peor es el caso del ladrón que no avisa. Como Patsy, la conductora argentina recordada por ser un plagio de Xuxa (aunque también se dijo que había comprado genuinamente los derechos).
La imitación es un oficio no abordado teóricamente, que no se enseña y que se ejerce en tan diversos espacios que resulta complicado responder generalidades. Hay imitadores que han logrado llegar a ámbitos masivos como el teatro o la televisión, y hay otros que deambulan por eventos privados o cumpleaños de quince, peleando la atención con los postres. También, por las calles: ¿quién no escuchó la voz de Arjona en alguna peatonal? De todos modos, no es casual que muchos de los que se dedican seriamente a este oficio no se sientan a gusto con la palabra “imitación”. Para ellos, en todo caso, es nada más que la primera parte de un arduo proceso creativo que recupera lo aurático y que no se queda en la fotocopia. El actor Martín Bossi; Fernando Samartin (imitador de Sandro en Por amor a Sandro); y Néstor Di Micoli (el doble más famoso de Charly García) conversan con Página/12 sobre el extraño arte de imitar.
Tras sufrir mucho como tenista –no era su vocación– y hacer un recorrido desde abajo, muy típico de los imitadores, Martín Bossi saltó a la fama en 2009 por su caracterización de la presidenta Cristina Fernández en Showmatch. “Pero yo nunca imité: actué”, aclara el hombre de las mil caras, capaz de personificar a Sandro, Freddie Mercury, Charly García, Mirtha Legrand e infinidad de personajes más, que también puede sacarse la máscara e interpretar a una mucama travesti en la película Viudas (con Graciela Borges y Valeria Bertuccelli). Esa versatilidad, resultado de años de estudio que él suele remarcar, arroja una primera definición de “imitación” por parte de alguien que la vive: “Es una rama de la actuación. Para sostener un personaje durante más de dos minutos tenés que ser actor. Mis voces ni siquiera son exactas. Te hago creer ideológicamente que estás viendo al personaje. Es como el actor que te hace creer que está borracho”, analiza.
“Imitador es el que copia. Actuar se transmite, imitar es un don”, compara. “Es muy común que haya un gracioso en la familia que lo haga. Está lleno de imitadores en el país. El tema es cómo lo desarrollan.” Bossi llegó a la televisión en 2002, cuando apareció en Vale la pena, programa en el que también encarnaba personajes públicos. “Antes me aferraba a un sistema de laburo. Decía: ‘Imito a éste y a éste’”, admite. “Con el tiempo me di cuenta de que los que me querían me querían a mí, no a los personajes.” Y entonces, el humorista agrega a la imitación un ingrediente: para ser verdadera, debe conllevar una “opinión” de quien la ejecuta. “Aparece muy sutilmente. Quien decodifica el mensaje, lo captura según su intelectualidad y su estudio. Funciona como un cuadro: cada uno puede interpretar lo que quiere según su cultura, ideología o de dónde viene.”
De nuevo, este verano Bossi está en la costa marplatense, presentando la segunda parte de M El impostor, El impostor apasionado, musical que le valió un Estrella de Mar. El año pasado llegó a convocar a 1100 personas por función. Para 2012 proyecta una gira por países latinoamericanos. En parte, todo es gracias a ese “sistema de laburo” al que, dice, se aferraba. Una vez se reconoció “prejuicioso” respecto de la televisión. “Pero es súper potente. Me dio muchísimo. La usé de manera muy sana, en un momento en que se la podía usar.” La diferencia principal del trabajo de encarnar personajes conocidos en la tele y en el teatro es que, en la primera, eso está al servicio de la actualidad; en el segundo, de una historia, según explica.
–¿Cómo fue el camino antes de llegar a la televisión?
–Iba con una bolsita de nylon con los anteojitos, el pianito y mi equipo de música. La imagen que se me viene a la cabeza es sesenta horas de viaje y festivales eternos para hacer imitaciones. Terminaba cantando vestido de Shakira a las siete de la mañana con borrachos puteándome. El fuerte eran cumpleaños de quince, aniversarios de pueblo y fiestas sociales. Al principio eran bravas: por ejemplo, en La Parrilla del Tío Omar. Después, cuando te vas haciendo conocido, te tocan fiestas de quince en el Sheraton. Es extraño conocer una novia en cada pueblo, ir a la plaza y que me digan: “Vos sos el que hizo a Julio Iglesias”. Me encantaba.
–Ya que la imitación no se enseña, ¿qué le diría a alguien que recién empieza?
–Que entrene el cuerpo con baile y canto. Que entrene también la mente, que lea mucho y que conozca el nivel de intelecto de los personajes. Lo último es mirar videos. Tenés que estar preparado para resignar tu ego y ponerte al servicio de un personaje.
–¿Cuál fue el personaje que más le costó?
–Hacer de mí en el teatro. Es fácil hacer de otro, lo miro y a la larga o a la corta me sale. Es muy difícil ser uno mismo en esta vida de tantos miedos.
Sandro es uno y sólo uno. Ninguna “nena” se permitiría la infidelidad de pensar lo contrario. En eso coinciden tres mujeres de cabellos teñidos que otrora fueron las jovencitas de vestido psicodélico embobadas por el Gitano. De eso hace cinco décadas, ni más ni menos. Liliana, Lilia y Noemí son amigas desde los ’60, cuando se enamoraron del Elvis latino de Sábados circulares; aquí y ahora están paradas en la puerta del teatro Broadway a la espera de que comience Por amor a Sandro, el musical que homenajea al cantante, con el imitador Fernando Samartin como protagonista. “Sandro es único e irreemplazable”, sentencian, irreversiblemente. Pero, entonces, ¿cómo se explica que una mujer haya visto el musical cinco veces?
Hay quienes compran Ray-Ban truchos en vez de lentes sin marca. Las fanáticas pagan arriba de 100 pesos para ir al encuentro de un cuerpo que suplanta a otro que ya no está, pero que se le parece. Es una mentira piadosa y metafísica. “Siento que viajo cuarenta años atrás”, repiten. Resulta extraño que Samartin diga lo mismo. “La gente viene a recordar. Yo juego a que soy Sandro y la gente juega a que lo ve”, analiza en su camarín, donde las distintas etapas del cantante quedan sintetizadas en un perchero. “Hay mucho prejuicio. A veces vienen y dicen: ‘Otro más que roba con Sandro’. Pero cuando lo ven, entienden que el objetivo es que su música en vivo no muera nunca. Un tipo me dijo que lo que hacía era un ilusionismo.”
El truco más impactante de Samartin es que recrea a la perfección a los Sandros de todas las épocas. Además puede mostrar el plus de presentarse con los músicos del Gitano (en Por amor a Sandro lo acompaña el pianista Sebastián Giunta). Tiene 27 años y comenzó a imitar a Sandro a los 15. Desde hace ocho ofrece su espectáculo en cafés concert y en eventos privados. El año pasado metió a 2500 personas en el teatro Coliseo. Se define como “consumidor” de los espectáculos de The Beats y de Dios Salve a la Reina (ver aparte), y a partir de allí sintetiza la esencia de su trabajo: “Quiero algo parecido a lo que fue la banda con Freddie Mercury. No tengo otra chance que ver un DVD. Voy a escuchar la música que hacen estos chicos para experimentar el vivo”. No obstante, insiste en que lo suyo no es nada más que una mentira para hacer feliz a aquellas que enloquecen por tener de nuevo al cantante sino que, también, es una “cátedra de Sandro” para los que lo conocen poco. “‘Sandro’ está en la calle Corrientes. Si no fuera por nosotros, quedaría relegado a que pasen una película en Volver”, asegura Samartin, quien cayó rendido a los pies de Sandro cuando vio, en VHS, el recital del Luna Park (y no por consejo de su madre). “Creía que era para gente grande. Pero me impactaron su impronta, su manera de ser showman, los arreglos musicales, el humor, el drama y el tinte novelesco. Sandro es un personaje que incluso para Roberto ya era un personaje.” Este trabajo es, para Samartin, un modo de “canalizar el amor”, y lo alimenta con horas de videos, además de con estudios de canto y de teatro. Dice que, al menos por ahora, no le interesa actuar de otra cosa y admite que no sabe componer. Es consciente de que tiene un techo: “Uno nunca va a poder ser más que ese personaje”.
–Y cuando llegue a ese techo, ¿abandonaría a Sandro?
–Creo que no lo abandonaría nunca por una cuestión “karmática”, porque me permitió llegar hasta ciertos niveles. El me presta un ratito su público. Me presta los aplausos. Se reconoce mi trabajo, pero el aplauso es para él: él inventó todo esto, yo soy un actor. Y quiero que lo quieran más a él, no a mí.
Néstor Di Micoli lleva bigote bicolor desde los 19 años. Hoy tiene 47. Se lo tiñó al salir de la colimba, cuando estaba fanatizado con Charly García. Muchos jóvenes de su edad lo hacían, pero a él le pasó algo inesperado: “La gente en la calle me gritaba: ‘¡Charly, Charly, un autógrafo!’. Pero yo no lo hacía para parecerme. Era un modo de mostrar que a mí me gustaba Charly, porque en esa época había contadas remeras y no las encontraba”. El parecido físico –sobre todo con el Charly después de Palito Ortega– y una primera presentación improvisada en un canto-bar de Villa Gesell serían el comienzo de una nueva historia para este ex farmacéutico: 22 años cantando temas de Charly. “Me llaman para casamientos y cumpleaños. Vengo recorriendo el país, incluso llegué a pueblos a los que él no”, celebra. Hoy tiene una participación en Los tontos del humor, en Mar del Plata.
Por su condición de doble, Néstor –el único que no se molesta con el rótulo de “imitador”– tiene dos anécdotas jugosas para contar. Una buena y la otra no tanto. La buena, “lo más lindo” que le pudo haber pasado, es participar del video de un tema de su ídolo, “Deberías saber por qué”. La mala es una confusión que desató una de las exuberantes mellizas griegas. “Conocí a Victoria Xipolitakis en un boliche de Palermo. Me pidió el teléfono y estuvimos una semana mensajeándonos y hablando por teléfono. Y terminó diciendo en la contratapa de Diario Popular y en la revista Pronto que estaría teniendo un romance con Charly García. Quise desmentirlo en el programa de Anabela Ascar, pero a su productor le interesó más llevar a las mellizas.”
En otra oportunidad, los medios lo engancharon en la discoteca Cocodrilo, donde estaba haciendo un show contratado por Hernán Caire y lo confundieron con el rockero. Los titulares fueron: “Charly vuelve a la noche porteña”. Lo habían agarrado in fraganti, con una stripper en su falda. “La prensa quería ensuciar a Charly cuando se estaba recuperando”, protesta el hombre. “No hago ridiculización de sus historias, ni de su pasado”, aclara. “Incluso rechacé algún sketch de un programa cómico porque se lo quería utilizar para joderlo con el tema de las drogas o de la salud.”
–¿Una imitación es una renuncia a una búsqueda más personal?
–Todo esto se me fue dando. Si no hubiera sido así, habría sido Néstor Di Micoli, un actor, y a lo mejor hubiera tenido suerte. Mi vocación es de actor, no de músico. Siempre tuve muy en claro que si me descubrieran en el papel de Charly y me hicieran una proposición artística de otra índole, me cortaría el pelo y me sacaría el bigote. Se acabaría. Estoy seguro de que puedo guardar el personaje, como cuando Laport hacía de Catriel con el pelo largo y después se tuvo que cortar el pelo bien cortito.
Pero no es momento para pensar en eso. Hoy, Néstor cumple su sueño de estar en el teatro. Y disfruta de los minutos de fama que le provee el verano. “Caminar conmigo en Mar del Plata se hace difícil. Más cuando voy con el doble de Calamaro, que también trabaja en la obra. Me paran a cada rato.”
* El impostor apasionado tiene funciones de jueves a domingo en el Teatro Auditorium, Boulevard Marítimo 2280, Mar del Plata.
* Por amor a Sandro va de miércoles a domingo en el Broadway, Av. Corrientes 1155, a las 21.
* Los tontos del humor, todo febrero en Teatro del Angel, Rivadavia 2312, Mar del Plata, a las 23.
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