Viernes, 1 de junio de 2012 | Hoy
CULTURA › LUCIA PANNO Y UNA EXPERIENCIA, SU NUEVA OBRA
Con un relato de la japonesa Banana Yoshimoto como germen de la historia, la dramaturga y directora propone una comedia dramática de tintes fantásticos, que indaga en el “más allá”. pero sin solemnidad. “Me gusta la combinación de lo desopilante con la sensibilidad”, señala.
Por Facundo Gari
Lo que le sigue a la muerte es el mayor misterio de la humanidad, y las artes han abrevado en esa catarata de signos de interrogación desde siempre. Morir es una experiencia sobre todo individual en este mundo, pero la porción que pertenece al desierto de lo real es a veces traducida al oasis de la realidad como espacio comunitario. Dos ejemplos conocidos: en Titanic, la película de James Cameron, Rose se reencuentra con los protagonistas de la historia en la impoluta escalera del navío; y en Lost, la serie de J. J. Abrams, Jack y compañía hacen lo propio en una iglesia “politeísta” como preludio a un Más Allá. Lo mismo sucede en Una experiencia (viernes a las 23 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960): el sitio luminoso que describió Víctor Sueiro es en esta segunda dramaturgia de Lucía Panno un jardín de plantas parlanchinas en el que interactúan Maia (Paula Pichersky), Marcela (Paula Grinsz-pan) y Freddy (Federico Gelber), salvo que aquí ése es el punto de partida y no el final del cuento. “En este imaginario sobre ‘el otro lado’ aparece la naturaleza, que es muy misteriosa. Además, la decisión de investigar el mundo de los muertos nos hizo volver sobre nuestro jardín interior: hay muchos tipos de muerte, muchas muertes en la vida y muchas vidas en una”, reflexiona la joven directora en diálogo con Página/12.
Con un relato de la escritora japonesa Banana Yoshimoto como “germen” de la historia y debut –aún como work in progress– en el festival El Porvenir, esta comedia dramática de tintes fantásticos arranca con la cita entre Freddy, gurú de la autoayuda en el mundo de los muertos, y Claudia, una periodista cuyas ansias de gloria profesional la conducen a ese otro lado de idiosincrasia aparentemente distante (donde el amor se respira, dice Freddy), pero al final tan similar a la de la cultura de los vivos. (Más) allá también está –a causa de un trágico accidente automovilístico y haciendo las veces de secretaria del nervioso demagogo de las buenas vibras– Maia, ex compañera estudiantil de la cronista y cuya experiencia como muerta pone en jaque las descripciones de Freddy. “Cuando empezamos a trabajar con el texto de Banana, apareció algo de la autoayuda, esa cosa new age que es ese paraíso en la Tierra que, a su vez, parece estar en otro lado –observa la dramaturga–. Estos gurúes predican un mundo perfecto que está excluyendo cosas, porque la realidad es imperfecta.”
–¿El humor e incluso el absurdo están al servicio de poner en evidencia esa imperfección?
–El humor está desde el origen de la obra, surgió grupalmente, a través de improvisaciones y escrituras. Hay algo del disfrute grupal que hace que el humor aparezca. También, hablar de una chica que murió sin hacer uso del humor sería muy solemne. La gente se ríe y a la vez la obra le provoca cierta incomodidad. Los personajes tienen algo muy humano, muy incompleto. En general siento que la obra es graciosa, pero me doy cuenta cuando va pasando. Este es un humor bastante desopilante, que genera un “¿me puedo reír de esto?”. Pero no hay burla. Me gusta la combinación de lo desopilante con la sensibilidad. La risa no tiene por qué ser estúpida.
–De la misma manera, la literatura japonesa no tiene por qué tener como protagonistas a gei-shas y samuráis...
–Banana me atrae como autora porque habla de algo muy cercano, de los jóvenes, de lo que nos rodea. No es que yo quiera hablar de los jóvenes... pero sí, porque uno crea un “nosotros”, difícil de representar. Hablo de uno chiquito, de gente que está trabajando junta y con la que uno comparte inquietudes, pensamientos y miedos. Ese “nosotros” cerrado quiere develar una verdad pequeña, incluso individual.
–¿En qué reflexión devino su “investigación sobre el mundo de los muertos”?
–Tan negada está la instancia de la muerte que pensamos que es un “tema”, aunque en verdad la vida y la muerte vayan juntas. La muerte no es un “tema”, es una realidad. Pasa que no sabemos nada sobre ella, es un vacío grande que estamos eludiendo siempre. Me gusta meterme en lugares donde no sé nada para escapar de cierta presión por el saber. Uno trata un tema y tiene que dar una opinión, pero por fuera de eso es imposible ver algo.
–¿Por qué?
–Precisamente no sé por qué, pero me pasa en general. Tratar de hablar de lo que hicimos, el porqué... ¡Porque sí! Cuando estás haciendo algo, no sale nada de eso; y preguntarte por qué, anula. Una cosa es explicarle un sueño al psicólogo y otra es soñarlo.
–Son prácticas distintas, como hacer una primera (Rocío) y una segunda dramaturgia. ¿Cómo fue ese paso?
–La obra se llama Una experiencia y verdaderamente lo fue, una muy importante. La segunda obra es más difícil. En la primera había un mecanismo que se desplegaba; en cambio ésta es una historia y tiene otra puesta en escena. Lo que sabía en ese momento ya no me parece tan así. Aprendí que puedo hacer una obra, complejizar, otra vez y cada vez más, la experiencia.
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