CULTURA › UNOS 600 NIñOS Y NIñAS COMPARTIERON EL TANTANAKUY INFANTIL EN HUMAHUACA
Motorizado por Jaime Torres y su grey, este encuentro –eso significa su nombre en quechua– se propone recuperar, revalorizar y mantener en tiempo presente las raíces culturales de las etnias andinas a través de sus expresiones artísticas.
› Por Cristian Vitale
Desde Humahuaca, Jujuy
El sol pega duro al mediodía. Seca, transpira y calienta, pero no impide que unos 600 niños y niñas, llegados desde todos los rincones de Jujuy, se repartan de a grupos entre los refugios de la Casa del Tantanakuy. Llegan de la puna y del llano. De arriba y de abajo. Unos pintan, otros moldean arcilla, varios revisan libros en la biblioteca popular, decenas se introducen en los primeros misterios del clown, mientras los cerros, coloridos, inmutables, custodian desde las alturas al valle de Humahuaca. Como hace 30 años, el Tantanakuy infantil (“encuentro” en quechua) condensa en este bello y rústico espacio de suelos quebrados y tajos en la tierra una actividad cultural inclusiva e integradora que ocurre en diversas disciplinas. Desde la mañana, bien temprano, arriban los contingentes escolares a la espera de un día inolvidable. Arroz con carne y papas, jugo de naranja, sombreros con viseras amplias y circulares, mucha calidez anfitriona (Jaime Torres y su grey, promotores y organizadores del encuentro) y los pibes que se arrojan a una especie de “estar Kusheano”. Al estar en tiempo presente, horizontal y colectivo, el de la Pacha, el Inti, el hedor de América y la raíz que resiste.
El anfiteatro del Centro Cultural Tantanakuy, que batalla día a día la familia Torres, está enclavado sobre la parte baja del predio. Enfrente, las gradas naturales, hechas de piedra quebradeña, albergan al nutrido piberío que viene a mostrar sus artes, a pertenecer, a reafirmar una identidad. La cantidad y variedad de los instrumentos que llegan con él –sikus, quenas, charangos, ocarinas, guitarras, bombos– dan cuenta de expresiones esencialmente norteñas. De tinkus, taquiraris, huaynos, sayas y carnavalitos que los chicos mostrarán durante toda la tarde hasta que caiga el sol, y que se dejarán impregnar –un rato– por reminiscencias urbanas y tangueras. Eso lo logra la Orquesta Infanto Juvenil de la provincia que, en pleno mediodía, hace sobrevolar por la quebrada al ángel cosmopolita de Astor Piazzolla mediante versiones de “Decarísimo” y “La muerte del ángel”. Es el pie para el interminable desfile de escuelas: la 235 de Yala, con sus parejitas bailando zambas y chacareras, en un entorno natural que los funde con la tierra; el grupo de danza del Tantanakuy, dirigido por Claudia Torres, una de las hijas del charanguista universal; la escuela técnica 1, de Perico; la 22 de Palpalá, con sus danzarines y copleras; el taller cultural Abrir Alas, de Humahuaca, con sus festejos peruanos y huaynos; la 198, de Chorcan, la 31 de Huacalera, transforman el clima humano en un vaivén de emociones, al que dos entrañables familias de circo y teatro (el Grupo Electrógeno de Buenos Aires y el grupo Tres Tigres, de Córdoba) le suman la pata lúdica.
El Tantanakuy, cuyo origen se remonta a 1975, conlleva un fin esencial: el de recuperar, revalorizar y mantener en tiempo presente las raíces culturales de las etnias andinas a través de sus expresiones artísticas y en 1983, aquello que en un principio era sólo cosa de adultos, le dio un lugar a los niños en otra época del año –el Tantanakuy “para grandes” se realiza en febrero– y en articulación con el sistema escolar de la provincia. En esta edición, además del encuentro en la casa de Humahuaca, desplegó sus actividades en la Posta de Lozano, ese bello lugar de las afueras de San Salvador que el Cuchi Leguizamón eternizó a través de su zamba. Las tierras de la Niña Yolanda fueron el plafón para que la Orquesta Juvenil Música con Alas, un proyecto nacido en el Centro de Salud Hernán Miranda, que alberga unos 200 chicos de El Chingo, Punta Diamante y Villa San Martín –barrios de los alrededores de San Salvador– mostrara sus músicas de cámara, interpretando gemas de Ricardo Vilca. La sosegada “Canto a Purmamarca”, por caso, que llega fino y alto a los que optaron por llegar a la Posta, un miércoles fresco y lluvioso.
El Tantanakuy versión Lozano también mostró a un atrevido cantor de 4 años (Manolo Ríos) que encaró al público con la frente alta y, a bombito legüero y voz aguda, ofreció dos versiones de “El Humahuaqueño”; a Laura Peralta, coplera porteña, pero con tacto y barro del norte; a varias escuelas que, como un espejo–presagio de lo que vendría, dieron con el fin de revalorizar lo propio, y a un nutrido colectivo de docentes, voluntarios, músicos, artistas y trabajadores de la cultura a tiempo completo, que recuerdan aquel ancestral proverbio coya que Atahualpa Yupanqui tomó para sí: “El hombre es tierra que anda”. Lo que el Tantanakuy propone cada año –y pese a las adversidades– genera que tan contundente definición no quede en letra muerta.
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