Lunes, 26 de noviembre de 2012 | Hoy
CULTURA › JONATHAN FRANZEN EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA
El escritor estadounidense, protagonista principal de la muestra, manifestó su disgusto con lo que considera una “adicción” a las redes sociales. Franzen señala que la explosión de las nuevas tecnologías es “la droga perfecta” del presente.
Por Silvina Friera
Desde Guadalajara
El sortilegio adquiere vuelo propio cuando se arrodilla dramáticamente ante la viuda de Carlos Fuentes, Silvia Lemus, en el momento en que ella le entrega una medalla. El protagonista interpreta el ambiguo papel de un demócrata sensible, ligeramente atribulado, con el aire de estar preocupado por un puñado de añejos entripados. En el escenario de una gran feria como la FIL, Jonathan Franzen es el actor ideal, un maestro inigualable en el arte de lanzar títulos cada cinco minutos. “Soy un partisano de los libros”, dice el autor de Libertad, recomendada nada menos que por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. El hombre que busca “un sentido a la vida” se opone al descomunal ejército de ocupación de estos tiempos: la adicción por las redes sociales y la explosión de las nuevas tecnologías, “la droga perfecta” del presente. “No se puede leer una novela y al mismo tiempo estar tuiteando; es paradójico que gente que pasa mucho tiempo frente a su dispositivo móvil, desearía no hacerlo; preferirían liberarse de esa adicción. Esta es una oportunidad para los novelistas que podemos hacer que se olviden de todo, al menos por un tiempo. La grandeza de la novela es proveer de una alternativa ante el ruidoso mundo tecnológico. Las novelas construyen sentido, un lugar donde refugiarse y mantener encendida la llama de la esperanza que haga que el lector deje de lado el dispositivo electrónico y lea”, subraya el norteamericano.
Jamás había estado en Guadalajara. A duras penas –confiesa– balbucea un español de baja intensidad protocolar. El protagonista principal de la XXVI edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara mantiene un tono fraternal –casi campechano– que disemina simpatía aun entre quienes opinan que su discurso es la quintaescencia de la corrección política y de ciertos lugares comunes del progresismo. El autor de Las correcciones no está a salvo de las adicciones que denuncia. “Cuando aparecieron los celulares, me impresionó que las personas que dejaban de fumar, al día siguiente se compraban un celular. Si lo vemos en perspectiva, hay algo intensamente adictivo. Yo me pongo ansioso cuando no he verificado mi correo electrónico en dos horas.” Las cabezas bailan la coreografía del asentimiento; se mueven al compás de observaciones que, por más obvias que parezcan, a veces se pierden de vista en el horizonte inmediato. Al escritor no le causa gracia alguna que la mayoría de las personas estén más ocupadas por atender su correo electrónico desde sus celulares que por establecer relaciones humanas. El “partisano de los libros” no quiere ser esclavo de este tipo de tecnologías “antihumanísticas” que no desarrollan un sentido propio de la vida. “Yo no compro el discurso de que el mundo sea un mejor lugar”, afirma durante su primera gran aparición en una rueda de prensa.
¿De dónde vienen las criaturas de ficción de Franzen, el muchacho que declaró allá lejos y no hace tanto tiempo –en 1982– que sería escritor? La mitad procede de los sujetos sobre los que sueña, su padre, madre, esposa y algunos amigos. La otra mitad es tributaria indómita de las múltiples personalidades del camaleónico narrador. “Me siento como un automóvil con once frenos; tengo más personalidades de las que necesito, pero me sirven para crear personajes.” El tipo de lector que tiene en mente “no está satisfecho con los narradores sencillos”. Como lector siente una “tremenda admiración” por Fuentes: La muerte de Artemio Cruz, opina, es de “lectura obligatoria”. ¿La familia está en crisis?, le preguntan. Menea la cabeza, se hunde en esos silencios quebrados por la vacilación de su mirada, hasta que de pronto responde que “no”. “Las personas todavía están creando familias, y hemos desarrollado formas interesantes de hacerlo con tres papás o dos mamás. Para el novelista, lo más alentador es que la gente no acaba de entender cómo vivir en familia.” Menciona una vanguardia de escritoras literalmente de culto por las que siente devoción: Alice Munro, Lydia Davis, Lorrie Moore y Paula Fox –que está por cumplir 90 años en abril del año que viene–, “figura formidable invisibilizada en los últimos cuarenta años”.
A veces las manos de Franzen oscilan en el aire como si fuera un simpático director de orquesta empeñado en afinar la tropa de sus pensamientos. “El escritor debe estar comprometido con algo; yo lo estoy con las personas que en el mundo necesitan un tipo de libros, pero no creo que sea necesario que compartan mi visión de la política. Como demócrata políticamente hablando, estoy convencido de las propuestas de los demócratas, pero cuando escribo me pregunto cómo puedo argumentar contra lo que creo. Porque no creo que las únicas buenas personas en el mundo sean los demócratas.” En el segundo acto de Franzen en la fiesta de la FIL, durante la apertura del Salón Literario –ahora bautizado Carlos Fuentes en homenaje al gran narrador mexicano–, Jorge Volpi pondera que en el arte de la novela, como exploración de los conflictos individuales, el autor de Cómo estar solos es el “mejor representante de la tradición narrativa que extrae los atisbos de ilusiones y desvaríos de su época, los triunfos y sinsabores de la clase media estadounidense en el período de Bush”. Volpi agrega que en Libertad revisa la sociedad de ese momento en que “Bush repetía la palabra libertad y torcía su sentido”.
El espectro de un proyecto que no pudo ser emerge como un sueño abortado. “Traté de escribir una novela política y fracasé –admite Franzen sobre el propósito original de Libertad–. Es difícil escribir acerca de la política nacional. Intenté la manera de pasar por los quiebres del sistema político, pero cuando lo entendí estaba tan enojado que imaginé a un republicano para ver cómo podía simpatizar con el lado opuesto. Cuanto más hablo sobre cómo se escribe una novela, menos respeto van a tener por los novelistas”, bromea el narrador. “No quería excluir ningún tipo de lector, tampoco a los conservadores. No tomo partido como escritor, pero sí como ciudadano.”
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