Mié 13.03.2013
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CULTURA › RODOLFO PIOVERA Y SU LIBRO EL SABLE, UN THRILLER PERONISTA

Crónica de una lucha simbólica

La investigación del historiador-periodista da cuenta del derrotero en los años ’60 del sable corvo de San Martín. Una historia poco conocida hasta el momento, que puede leerse también como paradigma de una época, la de la resistencia peronista.

Por Cristian Vitale

Es el 12 de agosto de 1963. José María Guido en el poder y cuatro muchachos peronistas irrumpen en el Museo Histórico Nacional del Parque Lezama. Asustan al vigilador y el territorio queda limpio para llegar al objeto buscado: el sable corvo de San Martín, la espada libertadora, el arma que el General le legara a Juan Manuel de Rosas, en 1844. Sin violencia, golpes ni gritos, lo sacan y se lo llevan –envuelto en un poncho– en un Peugeot 403 y, tras un rápido accionar, lo guardan en un caserón de la localidad de Maipú. Permanece allí 18 días. Dos años después, el 19 de agosto de 1965 –Arturo Illia en el poder– cuatro miembros de la Juventud Peronista vuelven a entrar al mismo museo con idéntico fin: el sable. Lo toman y se lo llevan en un Falcon negro a la casa de Néstor Zuviría, uno de los ideólogos del plan junto a Héctor Spina, militante pionero de la JP. Luego, Zuviría lo esconde dentro de un colchón, en una guardería de muebles, hasta que casi un año después (el 4 de junio de 1966) es nuevamente devuelto ante servicios del Ejército. Ambas veces –apremios ilegales mediante, en el primer caso; tensas negociaciones, en el segundo– el sable corre la misma suerte, no sin antes generar un tremendo lío nacional a través de los medios, las Fuerzas Armadas y ciertos políticos. En las dos ocasiones, el fin de la embrionaria JP es difundir proclamas con pedidos concretos: anular los contratos petroleros suscriptos por Arturo Frondizi, romper con el FMI, levantar la proscripción del peronismo, liberar a los presos políticos, permitir el retorno de Perón y devolver el cadáver de Evita, entre otros.

Ambos hechos, por tanto, se imbrican en una misma lógica: la lucha simbólica, vindicativa, de la resistencia peronista durante la década del sesenta y, bajo tal óptica, son minuciosamente investigados por el historiador-periodista Rodolfo Piovera, en su formidable libro El sable, un thriller peronista (Atlántida). “De entrada quiero decir que admiro la resistencia peronista. Admiro el arrojo de aquellos muchachos que ponían clavos miguelitos, bombas caseras y que cantaban la marchita en Esmeralda y Corrientes. Detrás de la resistencia peronista, detrás de cada acción y de cada hombre, había un cosa antisistema muy fuerte, una actitud quijotesca, como la de los protagonistas del Libro de Manuel de Cortázar, que meten fósforos quemados en las cajitas. Esa intención de dañar de alguna manera al régimen, aunque sea con pequeñas acciones”, introduce su autor ante Página/12. Su lectura, en rigor, pretende una historia holística sobre esa JP, que intentaba dar respuesta a un pasado pesado, cuyo hecho por antonomasia es el bombardeo a Plaza de Mayo en junio del ’55, tres meses antes del golpe que derrocó a Perón. Y para ello –tal como escribe Felipe Pigna en el prólogo– se vale de un “excelente relato” en el cual sendas acciones operan como paradigma de la época, como parte de una resistencia simbólica que también implicó la Operación Cóndor (en 1966 Dardo Cabo y su comando desembarcaron en las Islas Malvinas y desplegaron siete banderas argentinas) y varias acciones destinadas a correr el péndulo de la liberación nacional hacia el lado de los muchachos peronistas. Piovera revisa un hecho, lo transforma en paradigma y desmitifica “la historia oficial” de los sesenta. Frente a los relatos del Di Tella, las nuevas olas y la irrupción de los primeros hippies, él prefiere contar sobre torturas, persecuciones y hasta asesinatos que anticipan el gélido infierno de la década posterior. Y asegura: “Se ha creado cierta aureola alrededor de los sesenta, donde se mezclan los happenings en el Di Tella, el nacimiento del rock nacional...”

–La nostalgia que se comporta como un “viejito mentiroso...”

–Claro, lo defino así porque, si nos quedamos en eso nada más vamos a creer que los sesenta fueron una etapa idílica: había mucha censura cultural, proscripción política, tortura y muerte, con y sin Illia. Entonces me di cuenta de que mirar esa época como una etapa edulcorada no era más que un engaño de la nostalgia.

–Lo que no tiene engaño de nostalgia es el título de la revista Gente cuando da cuenta del robo: “La política no debe manchar la historia”. Cualquier similitud con los medios de hoy es pura coincidencia.

(Risas) –¡Claro! Pareciera que la política fuera algo acuoso que chorrea y mancha todo. Y la historia una señora de bronce a la que hay que rendir pleitesía. Ya entonces se estigmatizaba la política desde los medios y hoy pasa lo mismo, lamentablemente.

Piovera le entró al tema hace cinco años a instancias de una sobrina –estudiante de cine– que le pidió ideas para hacer un guión. El sugirió el caso del sable, del que sabía poco y nada, y empezó a hurgar. “Poco a poco me apasioné con el tema. Salían ramas para todos los costados, me sentí casi un Sherlock Holmes”, se ríe. La primeras fuentes fueron un par de artículos en Internet y un capítulo en un libro de anécdotas del peronismo. Luego, diarios y revistas de la época, más libros, y el contacto directo con los protagonistas. “Algunos no tuvieron problemas en hablar, otros no quisieron. Por suerte, conté con el testimonio de Spina, que está con algún problemita físico pero muy bien, muy lúcido. Otro gran protagonista fue Osvaldo Agosto, que sigue activo”, cuenta.

–¿Es peronista usted?

–Me da no sé qué decir que no lo soy. De hecho, no lo era. Pero después de todo lo bueno que pasó de 2003 en adelante, creo haber entendido mejor el peronismo y no me quiero quedar al margen. Siempre me consideré un tipo de izquierda, de esa izquierda cómoda que mira al peronismo con los mismos prejuicios de la derecha. Bueno, no quiero ser más parte de eso.

–¿Por qué eligió dar a conocer el libro como un “thriller peronista”?

–Bueno, acá reaparece lo cinematográfico, que al fin y al cabo fue la génesis de la historia. Hablo de thriller por la acción, la trama, y porque nunca tuve la intención de escribir un ensayo sobre el tema. Así que si alguno reclama que no lo nombran o que falta contar tal cosa, que sepa que nunca pretendí escribir el corpus oficial de lo sucedido entre 1963 y 1966. Y que si bien todo ocurre dentro de un fuerte contexto político, es al fin y al cabo una historia que empieza, se desarrolla y termina. No pretendo ser un cronista del peronismo, sino un contador de este tipo de historias. Y cuánto más intrincadas y reveladoras sean esas historias, mejor.

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