CULTURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR URUGUAYO EDUARDO GALEANO
Desde mañana, Página/12 ofrece Los días de Galeano, dos DVD correspondientes a la serie que emitió Canal Encuentro. Se trata de los textos narrados de Los hijos de los días, ese exquisito mosaico de pequeños hechos y personajes que hacen a La Historia.
› Por Karina Micheletto
Un año calendario. Los días que pasan a ser memorables de ese año, de un extremo a otro de los siglos y del planeta. Hechos salpicados que marcaron una historia que es de este modo vuelta a contar, como postales cotidianas o recortes que ponen el foco en un lugar que quizá había pasado inadvertido. De eso está hecho Los hijos de los días, el libro que Eduardo Galeano presentó en sociedad el año pasado. Pequeñas crónicas literarias que van tejiendo un devenir que adquiere densidad propia. Y como las artes del escritor uruguayo trascienden también a las de un gran contador de historias, fue posible luego volverlo un libro narrado, y a través de la pantalla. Fue en Los días de Galeano, una serie que produjo y emitió el Canal Encuentro, y que Página/12 ofrece ahora en dos DVD, mañana y el próximo domingo, con la figura excluyente del escritor como anfitrión de estos días.
Con la voz y la cadencia narrativa de Galeano como vehículo, las historias van circulando con énfasis propio de capítulo a capítulo. Cada relato corresponde a un día, “de cualquiera de los años de este mundo donde todavía se abren caminos al tiempo y a las pasiones humanas”, según explica su autor. Y así el creador de Las venas abiertas de América latina va tomando, en un azar que también tiene cadencia propia, un día del mes tal, del año tal, y las historias se van sucediendo. Rosa Luxemburgo y el zapato que perdió minutos antes de ser asesinada. El fusilamiento de Osama bin Laden, llamado “Operación Gerónimo”, y el Gerónimo que fue jefe de la resistencia de los apaches. El poeta salvadoreño Roque Dalton –“un gran jodón”–. Uruguay y el fútbol. La creación y el genio humano. Todo un mosaico de circunstancias y personajes en los que Galeano hace gala de su erudición y su pasión por la historia, para volverlos literatura.
Se presentan también entrevistas en las que Galeano da cuenta de sí mismo y de sus circunstancias. De sus influencias como escritor, por ejemplo: “Tuve una infancia muy marcada por la influencia de Salgari. Después supe quién había sido ese hombre que me invitó a viajar por el mundo, gracias a él yo conocí los siete mares –cuenta–. Me presentó a sus amigos, todos productos de su imaginación. Años después supe que este hombre nunca se había movido, no había ido a ninguna parte, pero viajó a todas, y me invitó a acompañarlo. Siendo yo chiquito, conocí los muchos mundos del mundo”. “Lo más importante que en mi vida aprendí de la literatura proviene de aquellos libros de infancia, de los viajes de Salgari, y después los cafés de Montevideo”, asegura también. “Allí había narradores orales, verdaderos maestros en el arte de contar una historia, de tal manera que lo que se contaba volviera a ocurrir cuando era narrado. Esta era una victoria sobre la muerte: el arte de la resurrección.”
En el relato aparece también Juan Carlos Onetti, una de las referencias literarias que Galeano suele evocar, y también uno de sus grandes amigos, según recuerda: “Tuve la suerte de conocerlo, tenía fama de erizo, de ser un tipo pinchudo, insoportable, pero conmigo siempre fue cariñoso. Quizá porque yo le aguantaba el vino: bebía unos vinos de cirrosis instantánea, y yo era de los pocos que se lo aguantaba, aunque mi hígado protestara a viva voz”, recuerda Galeano.
O las charlas en Estados Unidos, en las presentaciones de su libro, donde pedía, antes de comenzar: “Por favor, ¡no me salven! Cada vez que ustedes han salvado a un país, ha sido un desastre”. “La única invasión que sufrieron en su historia fue la de Pancho Villa, que duró un día. ¿Cómo es posible que un país que sólo fue invadido una vez, e invadió a otros cientos de veces, tenga un ministerio de guerra que se llama ministerio de defensa, y un presupuesto de guerra que se llama presupuesto de defensa? ¿Defensa contra quién? Para mí éste es un enigma más inexplicable que el misterio de la santísima trinidad”, reflexiona.
En el mismo tono distendido y afectuoso en el que se lo puede ver en los capítulos de Los días de Galeano, el uruguayo conversa con Página/12.
–A pesar de que suele narrar sus textos en público, hacerlo frente a una cámara, con reglas de documental, habrá sido una experiencia diferente. ¿Le resultó fácil la tarea?
–Fue una experiencia lindísima, como las lecturas en público, siento el vaivén de la respiración de quienes reciben las palabras, aunque en el caso de las grabaciones el público es intangible y está lejos, pero yo lo siento ahí nomás, cerquita. De todos modos, ya dos series de grabaciones han sido suficientes, estoy feliz pero cansado. Necesito buscar refugio en mi casa, lejos de las cámaras, un refugio hecho de paredes de papel, papeles en blanco que exigen las palabras por mí prometidas, y que sean escritas a mano, de puño y letra.
–Dice que los narradores ejercen “el arte de la resurrección”, haciendo que lo que narran vuelva a ocurrir cuando es narrado. Es un hermoso piropo para un narrador. Y usted, ¿cuál fue el piropo más lindo que recibió?
–En la feria de mi barrio de Montevideo, una viejita: “Usted pinta escribiendo”. Quise agradecerle de rodillas, pero por suerte evité el papelón. En realidad, yo siempre quise ser pintor, no escritor, y por eso me emocionó la frase. Me gustaría que el lector pudiera ver lo que cuento, personas, paisajes, colores, sombras, y hasta le diría que me gustaría que mis palabras fueran capaces de tocar a quien las lea, palabras tocantes y tocadas, palabras queridas y querientes.
–Seguramente esta serie abre sus relatos a otro público, diferente al del libro. ¿En qué público piensa como receptor?
–Las palabras dichas y las palabras escritas quieren multiplicarse dentro de quien escucha o lee. Son diferentes formas de comunión entre el autor y el lector, que después cobran vida propia. Sea como sea, palabras dichas o escritas, salen de mí para entrar en otros, o en otras. Yo no escribo para mí. Esta fue la única bronca que recibí de mi maestro Onetti, que decía y repetía que él escribía para alguien que se llamaba Onetti. Yo cometí el atrevimiento de proponerle que me diera sus originales y yo se los mandaría por correo, a su nombre y dirección. Nunca lo vi tan enojado.
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