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Domingo, 31 de enero de 2016

CULTURA › “LA TIENDA DE PALABRAS OLVIDADAS”

Berenjenal lingüístico

La iniciativa de una agencia de comunicación española invita a los usuarios y hablantes a compartir términos olvidados para “insuflarles vida de nuevo”.

 Por Silvina Friera

Las palabras mueren cuando se dejan de escribir y decir, extinción registrada con la imborrable congoja que suscitan las pérdidas sin fin. En la lengua castellana proliferan fósiles y restos arqueológicos, ruinas remotas unidas por la caducidad. “Todos los días saco a pastorear algunas palabras”, suele decir Manuel Seco, lexicógrafo, filólogo y lingüista español, miembro de la Real Academia Española (RAE); recomendación o consejo que viene a cuento de una iniciativa que procura, mediante Internet y las redes sociales como aliadas, poner nuevamente en circulación términos desterrados de la oralidad o la escritura, en estado vegetativo. “Aunque pueda parecerte una pantomima, a nosotros nos da un patatús cada vez que vemos palabras como almóndiga. Sí, sí... con eme...”, aclara un muchacho al principio de un breve video en el que se advierte que, según los expertos, utilizamos unas 2000 de las casi 94.000 palabras de la lengua española. “Así que hemos sacado los cachivaches de nuestro plumier para recuperar aquellas palabras que hace tiempo quedaron en el olvido”, agrega una mujer. “La tienda de palabras olvidadas” es una propuesta de Proximity –una agencia de comunicación de España– que permite a los usuarios y hablantes compartir palabras olvidadas para “insuflarles vida de nuevo”, según explican los responsables del proyecto.

“La tienda de palabras olvidadas” congrega vocablos en desuso como “adefesio”, “alboroto”, “amalgama”, “batiburrillo”, “cachivache” y “carajo”, por mencionar algunos términos en riguroso orden alfabético que entusiasman a los parroquianos de la lengua. Cada palabra tiene su correspondiente definición, datos acerca del porcentaje de vocales y consonantes que la componen, información sobre si es aguda, grave o esdrújula, los “cuidados” que se deben seguir al usarla y una ilustración. “Batiburrillo”, por ejemplo, es “una mezcla desordenada de cosas que no guardan relación entre sí”; palabra masculina, llana, compuesta por doce letras agrupadas en un total de cinco sílabas, con 42 por ciento de vocales y 58 por ciento de consonantes. “Tarambana”, palabra llana con un 44 por ciento de vocales y un 55 de consonantes, significa “persona alocada, de poco juicio”; para que no sea tomada como un insulto se recomienda combinarla con una sonrisa, en caso de emplearla en la oralidad, y con los signos de puntuación “:” y “)” para la forma escrita. Salvar palabras olvidadas, para Proximity, resulta “un berenjenal que tenemos la intención de ir haciendo más grande y en el que esperamos que te involucres tú también, ya seas cliente, futuro cliente, ex cliente, alguien de la competencia”, explican en la página www.latiendadepalabrasolvidadas.com. “No es siquiera menester que te fascine la publicidad ni que trabajes en algo relacionado con ella. Porque estamos seguros de que, seas quien seas, tienes algo en común con nosotros: usas las palabras en tu día a día y seguro que tienes en mente algún vocablo que no le has escuchado a nadie más que a tu abuelo”.

Escribir las palabras –en una libreta, en un correo electrónico, en un tuit o en Facebook, en un artículo o una crónica– es un modo de evitar la muerte o, al menos, diferir la partida de defunción por tiempo indeterminado al comunicarla y compartirla con los otros. Otra vía es pronunciarlas a viva voz, sacarlas a pastorear, si la ocasión lo amerita. Al músculo de la lengua, aunque se fatigue, hay que entrenarlo. Pero estos ejercicios irreprochables no aseguran la vida eterna, si es que algo así existe y aglutina creyentes. El mundo afectivo y el efecto de las palabras, una zona vacilante por definición sentimental, están en constante transformación. Una abuela o una madre argentina podían definirse como “chúcaras” –del quechua chucru, que quiere decir duro–, o sea ariscas. Otras, en cambio, acaso tan antiguas como las primeras, cuando se referían al “picaflor” no estaban aludiendo al bellísimo y pequeño colibrí, un pájaro que merodea las flores, sino al hombre enamoradizo y galanteador.

En esa especie de baúl de objetos perdidos que es en “La tienda de palabras olvidadas” hay un glosario que versa sobre un mismo tema: el quijotesco rescate para que la lengua y el pensamiento no se empobrezcan. “Dandi”, “ensimismado”, “entelequia”, “hecatombe”, “melifluo”, “primor”, “pusilánime”, “sílfide”, “taciturno”, “triquiñuela” y “truhán”... Enumeración parcial e incompleta de un catálogo de palabras recuperadas que se multiplicará por el efecto contagioso de las redes sociales. Las estrellas, que son entre 20 y 50 veces más grandes que nuestro sol, viven solamente varios miles de años. Mueren “pronto” porque consumen mucha energía. ¿Serán las palabras como estrellas que declinan en el horizonte de la lengua?

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El proyecto se extiende a través de las redes sociales.
 
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