Domingo, 31 de enero de 2016 | Hoy
MUSICA › ENNIO MORRICONE Y SU VUELTA AL WESTERN DESPUES DE CUARENTA AÑOS
Quentin Tarantino ya había usado fragmentos de sus músicas clásicas en otros films. Pero en Los 8 más odiados se dio el gusto de tener a Morricone personalmente. La banda de sonido ya ganó el Globo de Oro y es candidata al Oscar.
Por Diego Fischerman
El Lejano Oeste existía desde antes. Pero su banda de sonido fue la invención de un italiano formado con Goffredo Petrassi; un joven compositor que había comenzado tocando la trompeta y que asistía a un curso de John Cage mientras escribía músicas para la televisión que otros firmaban. Antes, si se piensa, por ejemplo, en grandes filmes de John Ford como La diligencia (1939) –el primero de sus westerns que tuvo sonido–, o Río Grande (1950), apenas se trataba de escalas pentatónicas, fanfarrias de corneta y, claro, del estilo hiperromántico de los herederos de Richard Strauss emigrados a Hollywood. Esos silbidos solitarios, las guitarras eléctricas llenas de ecos, las voces de sopranos fantasmales, esa especie de surrealismo lleno de polvo, hecho de las yuxtaposiciones más absurdas, es decir eso que, a partir de Duelo en Texas, un film de Roberto Blasco, y, sobre todo, de Por un puñado de dólares, dirigido por Sergio Leone en 1963, se convirtió en la música del Oeste, le pertenece a Ennio Morricone.
“Yo patenté la fórmula ‘música compuesta, arreglada y dirigida por...’, decía en una entrevista publicada por el periódico The Guardian, en 2001. “Bernard Herrmann escribía todas las partituras él mismo. Y lo mismo hacían Bach, Beethoven y Stravinsky. Yo no entendía por qué esto no era lo usual en la industria del cine. Y ese fue uno de los motivos por los que quise seguir viviendo en Italia. No podía pensar en vivir en un lugar donde los compositores de música para el cine factoreaban rutinariamente sus obras entregándolas a baterías de orquestadores profesionales.” Y es que en el caso de las composiciones de Morricone el timbre y la orquestación están lejos de ser meros detalles decorativos. “Vengo de una base que tiene que ver con la música experimental”, decía. “En ese campo trabajaba mezclando sonidos de la vida real y sonidos musicales. Y utilicé eso en el cine. Los sonidos realistas me permitían lograr una clase de nostalgia que resultaba adecuada para esos films. Y los usaba de un modo psicológico. En El bueno, el malo y el feo usé sonidos de animales, el del coyote por ejemplo, y eso acabó siendo el tema principal de la película.”
Morricone, en todo caso, siempre fue un estudioso. Baste si no el caso del tema principal de la película La misión. Podría tratarse sólo de un oboe. Hubiera sido posible remedar cualquier música barroca. Pero la típica superposición de Morricone –un coro, una percusión ominosa, ruidos ambientes– se entreteje con un bellísimo tema en el oboe que, en rigor, deriva de la Sonate d’intovolatura all’elevazione de Domenico Zipoli, precisamente un músico que compuso para las misiones jesuíticas. Su obra es prolífica: más de 500 bandas de sonido, además de piezas musicales “puras”, como la Sonata para conjunto de bronces, piano y timbales, el Sexteto, de 1955, o las 12 variaciones para oboe d’amore, cello y piano, del año siguiente, y grabaciones junto al Gruppo di improvisazione di Nuova Consonanza e, incluso, con Chico Buarque –Per un pugno di samba (1970), Sonho de um carnaval (2000) y De sa terra a su xelu (2002)–. Y las certificaciones de las ventas de sus discos hablan de un éxito gigantesco: 100.000 unidades para la música de Por un puñado de dólares, 500.000 para la de El bueno, el malo y el feo, 10.000.000 para la de Erase una vez en el Oeste y 1.000.000 para la de La misión.
Quentin Tarantino, un director que aplica a su estética un modelo muy similar al de las músicas de Morricone –superposiciones, objetos encontrados, alusiones a los géneros– ya había utilizado fragmentos de algunas de las piezas clásicas del italiano en Kill Bill y en Django desencadenado. Pero en Los 8 más odiados se dio el gusto de tenerlo a Morricone en persona. Ni más ni menos que en su vuelta al western después de 40 años. Más allá de que el propio compositor no esté totalmente de acuerdo –“están las pistolas y los sombreros pero hay nieve, y si hay nieve no es un western”, afirmó en estos días–, la unidad entre ambas y la manera en que música e imagen se potencian es verdaderamente asombrosa. “Sabía que si conseguía que Morricone aceptara –dijo Tarantino– era para que la música tuviera un papel preponderante. No se lo llama para que haga una musiquita de treinta segundos. Se lo llama para que componga en serio.” Y Morricone, a los 87 años, volvió a hacerlo. Por lo pronto su música para el film acaba de ganar el Globo de Oro como mejor banda de sonido original y es candidata al Oscar en el mismo rubro. El autor es el único músico ganador, hasta el momento, de la estatuita de la Academia en la categoría “logros de toda una vida”.
Su nombre está indefectiblemente asociado a la armónica de Charles Bronson en Erase una vez en el Oeste. O, por supuesto, al Clint Eastwood de Por un puñado de dólares o El bueno, el feo y el malo. “Es injusto”, afirma Morricone. “De más de 500 films en los que trabajé, sólo 30 eran westerns, o sea que si soy un especialista lo soy también en películas de amor, en policiales, films políticos y de terror. No soy un especialista porque hago de todo. Soy un especialista en música.” La lista incluye piezas tan variadas –y perfectas– como Il sorpasso, de Dino Risi, Teorema, de Pier Paolo Pasolini, El pájaro de las plumas de cristal, de Dario Argento, Novecento, de Bernardo Bertolucci, o Los intocables, de Brian De Palma. La banda de sonido de Los 8 más odiados, que fue editada localmente por Universal, incluye también canciones de Roy Orbison y The White Stripes. “Algo que me ayuda a manejar mi ansiedad y a trabajar a pesar de las dudas son las conversaciones con los directores. Y, luego, leer los guiones”, relata Morricone. “Me ayuda entender qué quieren los directores. En este caso leí el guión y tuve una breve conversación con Tarantino, que vino a mi casa en Roma. No me dio ninguna indicación ni me hizo ningún pedido especial. En un sentido eso fue realmente muy bueno. Tuve completa libertad para inventar y para componer la música. Pero, en otro sentido, eso significó una gran responsabilidad. Sentía miedo de que él pudiera decepcionarse. Pero por suerte no creo que eso haya sucedido. Parecía muy feliz cuando nos encontramos en Praga para la grabación. Y el film creo que funciona con la música. Y al final, eso es lo único que importa.”
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