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Domingo, 6 de marzo de 2016

CULTURA › ENTREVISTA AL HISTORIADOR ESPAÑOL JESUS HERNANDEZ

“No confundamos historia militar con militarismo”

Para el autor de Pequeñas grandes historias de la Segunda Guerra Mundial, los conflictos bélicos son una fuente de sucesos tan bizarros como apasionantes. Su colección de anécdotas sobre la guerra 1939-1945 muestra las curiosidades de la catástrofe.

 Por Facundo García

En ciertos combates de la Segunda Guerra Mundial, la mitad de los soldados estadounidenses mojaba los pantalones y una cuarta parte los ensuciaba de manera todavía más rotunda. El dato no aparecerá jamás en las películas de Hollywood ni en manuales de estudio. Sin embargo es la clase de información que ayuda al historiador Jesús Hernández (Barcelona, 1966) a construir obras como Pequeñas grandes historias de la Segunda Guerra Mundial (Ed. Crítica), que ya puede conseguirse en las librerías argentinas.

Desde el otro lado del océano, el autor confirma que por su texto pululan barcos y aviones color rosado, máscaras antigás con orejas del Ratón Mickey –-era un modo de levantar la moral de los niños– y una galería de sorpresas que dejan ver con nuevos ojos al mayor conflicto armado de todos los tiempos. Son doscientos cincuenta episodios de sangre, sudor y lágrimas, lo que no implica promover la violencia ni trivializarla: “Me he encontrado alguna persona que no deseaba leer un libro mío porque decía estar `contra la guerra`. Hablar de historia militar no tiene nada que ver con el militarismo, pero eso es algo que, sobre todo en España, no se tiene claro”, comenta Hernández.

Los que sí se permiten analizar la guerra tienden a imaginar un drama de grandes figuras. Son pocos los que ponen la lupa en lo cotidiano. Aunque Hernández lo intenta: sus relatos se ciñen a fuentes documentales, pero el tono conecta con lo que podría narrar un veterano tuerto, cerveza de por medio, desde el rincón a media luz de la barra de un bar. Entonces el lector encuentra claves inesperadas. Descubre, por citar un caso, que si hubiera sido tripulante de un submarino nazi y hubiese querido usar el baño mientras la máquina estaba a grandes profundidades, habría tenido que tirar la cadena utilizando una serie de palancas que debían regularse con germánica meticulosidad, a riesgo de que entrara el agua y armara un desastre.

En Pequeñas grandes historias... se apilan anécdotas alrededor de este tipo de pormenores. Malaventuras como la que ocurrió el 6 de abril de 1945, cuando el capitán Karl Adolf Schlitt sintió la urgencia de defecar mientras el moderno sumergible alemán U-1206 que tenía a su mando conservaba el rumbo sesenta metros por debajo de la superficie del Atlántico Norte. El marino fue al lavabo y, una vez que completó las formalitäten, quiso tirar la cadena siguiendo el instructivo que estaba junto al inodoro. Pero erró la secuencia. Movió mal las palancas y poco después un chorro de agua le ingresaba, imparable, por el agujero (del submarino). El líquido tocó el ácido de unas baterías y el humo tóxico que se desprendió obligó a elevar el sumergible para obtener oxígeno. Al surgir entre las olas, la nave fue atacada por la aviación británica: murieron cuatro tripulantes y Schlitt tuvo que dar la orden de saltar a los salvavidas. Todo porque el capitán no supo usar el retrete.

Aún salen a la luz documentos de este estilo; material guardado bajo llave durante años o disponible solamente para los especialistas. Hernández dice que quedan vacíos por explorar. “Es mucho lo que no sabemos sobre la Segunda Guerra Mundial y que permanece como información clasificada en los archivos de los Aliados. Los asuntos son innumerables, desde el `providencial` accidente mortal que sufrió el general polaco Sikorski en Gibraltar, destensando las relaciones entre británicos y soviéticos, hasta las dudas que ofrece el suicidio del jefe de las SS Heinrich Himmler, quien había negociado en secreto con los Aliados, pasando por los contactos de Mussolini antes de su muerte, o el destino final del jefe de la Gestapo Heinrich Müller”, apunta el investigador. “Además –resalta– hay otros asuntos oscuros, como la utilización por parte de los estadounidenses de los estudios realizados por los japoneses con cobayas humanas a cambio de inmunidad. Espero que en los próximos años podamos tener respuestas a todo ello”.

Las evidencias pueden manchar la imagen que pintaron para sí los vencedores. A veces, las revelaciones surgen simplemente de cruzar estadísticas. Así se devela que a lo largo de la guerra los Aliados dedicaron más fondos a suministrar cigarrillos para las tropas que a comprar balas. Y hay más. Hernández rescata, por ejemplo, las tablas de indemnizaciones que usaban los mandos aliados para pagar por las personas y animales que atropellaban con sus tanques y jeeps durante las marchas en el desierto. Se abonaban quinientos dólares por un camello muerto y trescientos si el muerto era un niño, mientras una niña atropellada equivalía a solo diez dólares. Maravillas del capitalismo.

Los rusos tampoco se salvaron de la crueldad ni el disparate, dos vicios que suelen germinar entrelazados. Pequeñas grandes historias... recuerda que el mariscal soviético Gueorgui Zhukov era fanático de la Coca Cola, pero no podía llevarla a su país porque el stalinismo consideraba que la bebida era un veneno imperialista. Entonces “Zhukov preguntó (a los norteamericanos) si era posible obtener Coca Cola con el mismo aspecto de una botella de vodka. Los químicos de la empresa se pusieron a trabajar, obteniendo una bebida transparente con el mismo sabor del refresco original. Además, se cambió la botella y se añadió una chapa con una estrella roja en el centro (...) Una vez fabricada esta partida especial, cincuenta cajas fueron enviadas al cuartel general de Zhukov en Berlín a través de Austria”.

Con el nazismo, la búsqueda de anomalías es igual de fructífera. Después de todo, saber que hubo alemanes que se animaron a negar el liderazgo de Hitler proyecta un haz de esperanza sobre problemas de hoy. Hernández menciona a gente como Oskar Kusch, quien ordenó descolgar el retrato del Führer que presidía el submarino bajo su mando, aduciendo que allí “no se adoraban ídolos”. Esto lo condujo a sufrir otras acusaciones y le valió el fusilamiento el 12 de mayo de 1944. Como él, hubo otros. “Existe un prejuicio contra la atracción que despierta lo referente al Tercer Reich. Los que sienten interés por ese tema deben estar siempre dando explicaciones para demostrar que no son nazis, lo que resulta ridículo”, concluye el historiador.

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Hernández ciñe sus relatos a fuentes documentales, pero el tono conecta con lo que podría narrar un veterano tuerto, cerveza de por medio.
 
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