Martes, 22 de marzo de 2016 | Hoy
CULTURA › HOMENAJE AL PERIODISTA FABIáN POLOSECKI
El encuentro, organizado por periodistas, se realizó en el edificio que comparten la redacción de Tiempo Argentino y los estudios de Radio América. En diciembre de 2016 se cumplirán veinte años de la muerte del conductor de El otro lado.
Por Juan Ignacio Provéndola
¿Dónde trabajaría Fabián Polosecki hoy? ¿En algún suplemento de Página/12? ¿En una revista independiente? ¿En un blog? ¿Sería uno de los periodistas que luchan en Tiempo Argentino? ¿O preferiría vivir recluido en la casa del delta del Tigre que habitó durante sus últimos meses? De lo que no caben dudas es de que no le gustaría recibir homenajes. En eso coinciden todos los que lo conocieron de verdad. Y también quienes siguieron fielmente todos las emisiones de El otro lado y El visitante: jamás dedicó ni siquiera un segundo de aire a tributar la investidura de nadie. Por eso es que probablemente ni siquiera hubiese ido a la mesa redonda organizada el domingo pasado en el edificio que comparten la redacción del diario Tiempo Argentino y los estudios de AM América, hoy tomados pacíficamente por los periodistas que desde diciembre no cobran su sueldo.
Más allá de estos detalles, la actividad se inscribe como la primera de una larga lista que seguramente se irá desandando a lo largo de este año en el que se cumplen dos décadas de la muerte de Polosecki, sucedida el 3 de diciembre de 1996 en la estación de trenes de Santos Lugares. A Polo le habían dicho que ese lugar –por diversos factores– era uno de los predilectos por quienes decidían quitarse la vida. La revelación se la hizo un maquinista en un programa dedicado a suicidas. Sus entrevistas, como se ve, se estiraron hasta límites insospechados.
“Cuando yo era adolescente, veía a Polo como una estrella de rock que me aproximaba a Buenos Aires a través de relatos desenfocados. La ciudad era un animal al acecho y él estaba a la caza. Sentí que el periodismo era eso: no un espacio de generación de justicia, sino de observación de lo humano”, arrimó la escritora y periodista Ivana Romero. Ella, que conoció a Polosecki a través de la pantalla cuando era una adolescente del pueblo santafesino de Firmat, organizó el evento junto los colectivos La Paternal Cine Ambulante y Esfera Común (aquel que motoriza las ñoqueadas en las puertas de los organismos estatales desde los cuales se producen despidos) y a José Luis Meirás, editor web de Página/12, quien por una casualidad de la vida llegó a las cintas originales de los programas y colaboró con su rescate para llevar adelante una recordada muestra en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires hacia 2001. Aquella había sido la primera reivindicación pública de magnitud de la obra y el legado de Polosecki.
Luego tomó la palabra Ricardo Ragendorfer, uno de los primeros investigadores de Polo en El otro lado, el primero de los dos programas que tuvo en aquella ATC intervenida por Gerardo Sofovich. “Los que formamos aquel equipo iniciático éramos amigos de la noche y de los bares que frecuentábamos y el primer espacio de laburo funcionó en el departamento que Polo tenía sobre Scalabrini Ortiz. Porque en el canal no teníamos ni siquiera oficina”, apunta Patán Ragendorfer, quien ya había trabajado con Polosecki en el diario Sur. Tras el cierre abrupto del matutino, sus trabajadores tomaron el edificio y Polo se llevó la máquina Olivetti que tecleaba a dos dedos (junto a una botella de ginebra y a un cigarrillo a medio morir) en la apertura de su programa.
Ragendorfer recuerda el programa debut del Polosecki televisivo: se llamó Policías y ladrones y fue el estreno al aire de El otro lado en su temporada 1993: “Iba a ser el tercero o cuarto, pero le pedí que lo adelantara porque uno de los entrevistados necesitaba hacer ruido para que lo trasladaran a otra cárcel. Su objetivo era fugarse en el camino, cosa que finalmente logró. ‘Es que hay tanta guita en la calle que es una pena quedarse acá’, me dijo, y eso a Polo lo alucinó. Fue uno de los reportajes más maravillosos que le escuché hacer. Los programas se construían con eso, con charlas que teníamos entre todos hasta las 4 o 5 de la madrugada”.
“Siempre aprecié sus dotes de entrevistador. En ese momento fue cuando supe que no hay nada más vano que un periodista inquisitivo. Porque él era justamente todo lo contrario. Arrancaba grandes declaraciones a través de pequeñas interjecciones, o mismo desde el silencio. Y, de ese modo, desnudaba a los entrevistados.” Aunque muchos vinculaban a Polosecki con Jesús Quintero (El perro verde), Ragendorfer polemiza con esta idea a partir de una rareza: “Me parece que Fabián se creía más cercano a Roberto Galán. Una de sus pasiones era ver Yo me quiero casar, ¿y usted?, sobre todo porque le gustaba como Galán interrogaba a las posibles parejas con tanto arte, delicadeza, caballerosidad... y silencios”.
Ignacio Portela habló en nombre de Polo, el buscador, la maravillosa biografía que escribió junto a Hugo Montero. Ambos dirigen la revista Sudestada (que este año cumple 15 y cuya primera nota de tapa fue justamente sobre Fabián Polosecki) y se conocieron estudiando periodismo en la Universidad de Lomas de Zamora. “Nuestro primer punto en común, justamente, fue la admiración hacia Polo. No nos representaba la práctica convencional, esa máquina de hacer noticias chorizos que tienen que ver más con el negocio que con el periodismo”, apuró Portela mientras la lluvia obligaba a correrse de la calle Amenábar y refugiarse en la redacción tomada.
Ya adentro, cerró la mesa Juan José Salinas. El Pájaro fue compañero de Polo en Sur y, además, integrante de Montoneros, motivo por el cual también fue uno de los entrevistados en el programa Ex guerrilleros, que luego fue proyectado al término de todas las charlas. Allí se ve a Salinas acompañado por varios de sus viejos compañeros y diciendo (en 1994) cosas tales como: “Los Montoneros éramos como los seguidores de Los Redonditos de Ricota, esperando que Perón, nuestro Indio Solari, nos bajara línea”.
“Después del cierre de Sur, Polo trabajó en una revista horrible llamada TeleClic y luego el periodismo gráfico se acabó para él, porque no había un diario como La Opinión que pudiera contenerlo. Entonces apareció la tele ofreciéndole reconocimiento y masividad, con los Martín Fierro y la gente saludándolo por la calle. Pero él también le aportó cosas: su personaje al estilo Philip Marlowe, indagando en personajes marginales con impronta detectivesca y escuchando más que opinando, fue un gran aporte que nadie pudo empardar. Su final no pude comprenderlo, porque es muy difícil meterse en la cabeza del suicida”, redondeó Salinas.
“Es fácil dar la vida en un minuto. El tema es darla siempre”, dice un joven pero igualmente barbudo Emilio Pérsico desde la verdulería que tenía en La Plata en ese programa sobre ex guerrilleros. La muerte de Polosecki alienta tantas conjeturas como su propia vida. Muchos quisieron calzarse su horma con el mismo estrepitoso fracaso. “Como Polo era irremplazable, algunos cráneos de la televisión utilizaron actores para que hicieran de él. Algunos, por cierto, muy conocidos. Pero es como pretender imitar a Bobby Fischer sin saber jugar al ajedrez”, dijo Ragendorfer, buscando conclusiones a este lado del otro lado.
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