Miércoles, 30 de marzo de 2016 | Hoy
CULTURA › UN CONCIERTO PARA PEDIR LA CONTINUIDAD DE LAS ORQUESTAS Y COROS INFANTILES Y JUVENILES
Pequeños músicos de diferentes puntos del conurbano y el interior pusieron el cuerpo para un gesto que fue todo un símbolo de lo que significan los programas, sobre los cuales el Ministerio de Educación guarda un significativo silencio.
Por Karina Micheletto
Un programa que sostiene más de trescientas orquestas y coros en todo el país, que forma en música a 20 mil chicos de primaria y secundaria, la mayoría de sectores vulnerables; que otorga instrumentos en forma gratuita para que esos chicos puedan estudiar, que mostró su potencia en una cantidad de giras y de premios recibidos, y que involucra el trabajo de dos mil docentes, está en riesgo de desaparecer. Es que, en lo que va del año, no hubo comunicación alguna sobre la continuidad del Programa de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles para el Bicentenario, que depende del Ministerio de Educación, y sobre el inicio del ciclo lectivo para estos chicos. Muchos profesores no cobran desde diciembre, cuando vencieron sus contratos, y otros forman parte de una planta transitoria que tiene trabajo cierto hasta mañana, cuando venzan sus contratos a fin de marzo. Tampoco ellos saben qué pasará después. Aun así, los que pueden siguen yendo a dar clases. En otros casos, las escuelas donde ensayan las orquestas lo impiden ante la falta de una comunicación oficial que lo habilite. Ayer al mediodía, cientos de estos chicos, junto a sus profesores y familias, fueron a las puertas del Ministerio a pedir por la continuidad del programa, haciendo lo que saben hacer: música.
Con el Re Menor que dio el charango de Rolando Goldman –solista invitado de la gala callejera– comenzó un emotivo concierto que mostró en versión sinfónica “Rezo por vos” (García/Spinetta), entre otros temas, y que cerró con el Himno Nacional. Orquestas y coros de Avellaneda, Berazategui, Florencio Varela, Quilmes, Moreno, La Matanza, General Rodríguez, General Sarmiento, San Vicente, San Martín, Vicente López, José C. Paz, González Chávez, Malvinas Argentinas y de la ciudad de Buenos Aires; otras que llegaron desde Entre Ríos, San Antonio de Areco o el Partido de la Costa, y representantes de muchas provincias y de universidades como la de General Sarmiento y la Unsam, se reunieron para gritar “¡No al cierre!”. Pero también para afinar concentradamente sus instrumentos y preocuparse por que los temas elegidos sonaran lo mejor posible, bajo un calor intenso y en medio del ruido urbano apenas aplacado en la plazoleta Petronila Rodríguez. Enfrente, en un mediodía a pleno sol, el Palacio Pizzurno devolvía ventanas y cortinas cerradas.
En este particular escenario, los directores de las diferentes orquestas se fueron pasando la batuta tema tras tema. Y también algunos oradores quisieron dejar su testimonio, en breves intervenciones notablemente marcadas por su condición de docentes: era a los chicos a quienes se dirigían para hablar de la alegría de enseñar en la escuela pública, de la apuesta a la calidad, de lo que significa este programa como motor de enseñanza pero también de contención social, de los planes a futuro. “Vamos a seguir tocando porque no sólo queremos que este programa continúe: juntos vamos a hacer que crezca”, les dijo, por ejemplo, el director de la orquesta de Luján, Santiago Mastronardi, que desde hace ocho años viene trabajando con casi cincuenta chicos. “Pertenecer a una orquesta es encontrar un lugar en el mundo”, apuntó luego Martín Carrere, profesor de contrabajo que llegó desde Entre Ríos. Entre las filas de cuerdas, un preadolescente de ojos brillantes asentía una y otra vez, como si hubiera encontrado quien pusiera en palabras un sentimiento muy propio. “Nosotros sabemos que todos los días estamos haciendo un poquito más felices a los chicos argentinos. Y vamos a seguir haciéndolo”, concluyó el docente.
“La música es siempre la libertad del alma”, se leía en un cartel que levantaba bien alto, como una reafirmación, una chica del coro. “Gracias profes x enseñarnos”, decía otro, con marcador. “Educar es transformar”, aseguraba la inscripción de una remera de UTE-Ctera, uno de los gremios que acompañó la convocatoria. Las coloridas banderas y estandartes de las orquestas y coros y las nutridas filas de instrumentos daban un marco que, en un punto, contagiaba entusiasmo juvenil. Los abrazos largos entre los trabajadores del Ministerio que salieron a acompañar el concierto también daban un marco cierto: todos ellos se encuentran en estado de alerta y movilización, ante los 65 mil contratos de trabajadores que vencen mañana, sin anuncio de continuidad (preparan para hoy una vigilia por los puestos laborales frente al Cabildo, ver aparte). El de Claudio Espector, coordinador del programa de orquestas y coros, es uno de estos contratos por vencer. “Nos dicen que todos los programas socio-educativos que llevaba adelante este Ministerio eran para militantes. Acá están los militantes”, ironizaba un trabajador, luego de escuchar los conmovedores testimonios de profesores y directores, contando su tarea diaria.
La continuidad de todos los programas socio-educativos y sus trabajadores fue, justamente, uno de los reclamos de la convocatoria. La continuidad “de todos y cada uno de los 161 coros y 140 orquestas en todas las provincias y municipios”, de todos los docentes y equipos, y la negativa al “vaciamiento del programa a través de la fragmentación por provincia y la desvinculación del ministerio nacional” fueron otras de las consignas. Los involucrados hablan también de la necesidad de seguir llevando adelante los encuentros, capacitaciones, conciertos y giras que también dan sentido a este programa, así como las giras que reúnen a chicos y chicas de diferentes provincias. Y más: “Por el fortalecimiento y la universalización del Programa, que todos los chicos y jóvenes de la Argentina pueda participar de este programa de inclusión social a través de una propuesta de calidad en la enseñanza”, pedían también.
En el mismo momento, otro concierto de estas características presentaba con música un reclamo similar, en Salta. Y mañana a las 12, más orquestas sonarán en Quilmes, frente a la Casa de la Cultura. El pedido es el mismo: que sigan las orquestas y los coros, que siga el acceso a la música y a la educación musical para los chicos, chicas y jóvenes. Que quienes lo elijan puedan tocar en una orquesta. Que se cumpla lo que pide el cartel de ese chico que al final del concierto levanta en alto su viola, como una bandera: “Quiero hacer música. No me saquen esta oportunidad”.
Pensado como una herramienta de enseñanza pero también de transformación social, este programa de orquestas está dirigido a niños, niñas y jóvenes que asisten a escuelas ubicadas en zonas de vulnerabilidad social, en todas las provincias del país. Entre los propósitos de este modelo colectivo de enseñanza musical, están los de “mejorar el acceso a bienes y servicios culturales”, “tender puentes hacia la reinserción de los jóvenes en la escuela”, “colaborar con la retención escolar”, “estimular el contacto y el disfrute de la música”. Este es el sentido de la inversión del Estado en la formación de estos 20 mil chicos, de la compra y mantenimiento de los instrumentos, que quedan en los lugares de ensayo y también viajan a las casas de los chicos, para que sigan estudiando allí.
Pasado a las palabras, al testimonio franco y llano de sus protagonistas, estos objetivos enunciados se vuelven historias de transformación. La de Graciela Rolfo, cuya nieta Kiara toca la trompeta en una orquesta de Munro, es la de una familia de clase media que comprobó cómo “la música abre mundos que no tendríamos de otra manera”. “Mi nieta va a cumplir quince y empezó hace cinco años, cuando iba a la primaria, en la escuela 17 de Munro”, cuenta, sin ocultar su orgullo de abuela. “Y es increíble cómo empezó no sólo a estudiar, sino también a elegir escuchar otra música, además de la que escuchan las chicas de su edad. Es como que sumó otros intereses. Porque nadie en la familia escuchaba música clásica. Y claro, no se puede elegir lo que no se conoce”, reflexiona. “Otra cosa que notamos, con todas las familias de la orquesta, es que empezamos a tener otra relación con la escuela, mucho más cercana. Todas las familias acompañamos mucho y eso lleva a que estemos más ahí, involucrados. Y cuando salen a tocar vamos todos, somos los primeros hinchas”, sonríe.
Dora es la mamá de Santiago Pringles, que tiene diez años y toca bombo y platillos en la orquesta Arco Iris, de San Antonio de Areco. “Estudiar música saca a los chicos de la calle. Conozco muchas historias feas, son chicos vecinos, uno los ve, todo el día en la calle, y cada vez peor. Mire a estos chicos”, dice, y señala a un nutrido y bullanguero grupo que alza en alto sus instrumentos para una foto con la bandera de la orquesta, pura risa. A una seña del profesor a cargo, se preparan para subir al micro que los llevará de vuelta a casa. Luis Chiburco es el profe que el año pasado ganó el concursó para ocupar este lugar, tras un riguroso proceso de postulación y audiciones. “No cobramos desde diciembre. Este año firmamos un contrato, pero es más que precario: hay una cláusula que dice que hasta que Nación no gire la plata, el Municipio no puede pagar. Y acá estamos, esperando que aparezca el bendito giro”, cuenta. “Tenemos mucho apoyo de las familias, y de las escuelas donde ensayamos (la 5 y la 8) y eso nos da fuerzas. Este año empezamos los ensayos, seguimos trabajando, aunque no cobremos. No somos ñoquis: somos tallarines”, se ríe.
Beatriz Galarza vino desde Dock Sud, acompañando a sus hijos Stephanie, de 12 años, que toca el violín, y Facundo, de 15, trompetista. Viven en Villa Inflamable, un barrio emplazado sobre el relleno de una zona de ciénagas, en el polo petroquímico, cerca de destilerías y depósitos de productos químicos y petroleros. Dice que las orquestas tienen que seguir “porque sacan a los chicos de la calle”, y también dice que la orquesta El Docke Musical, en la que tocan sus hijos, ensayando en la escuela 67, les cambió la vida. No es una frase hecha. “Tengo otros dos hijos, de 23 y 28 años. Y estoy segura de que, si esto hubiera estado cuando ellos eran chicos, no hubieran llegado a la droga. Segura estoy, muy segura”, repite, y muestra los instrumentos que sus hijos tienen para estudiar. “Son prestados, son del Estado”, aclara. “Y en casa se cuidan como si fueran de oro. Si se corta esto, se corta todo porque, ¿cómo podría yo comprar algo que es tan caro?”, pregunta.
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