CULTURA › LOS URBAN SKETCHERS, GRUPO DE ILUSTRADORES DE DISTINTOS PAISES
Bajo la consigna de “mostrar el mundo dibujo a dibujo”, un movimiento internacional de acuarelistas, pintores y dibujantes recorre continentes construyendo crónicas sobre la realidad de cada barrio. Una pausa para la histeria colectiva.
› Por Facundo García
En las metrópolis modernas, cualquier recoveco puede alojar un misterio. Los Urban Sketchers son un grupo de acuarelistas, pintores y dibujantes de distintos países que han optado por buscar estos tesoros desde el arte del boceto, también llamado sketch. Sus exploraciones son sencillas, igual que el equipaje. Salen con papel, lápices, pinceles. Poco más. A lo mejor se sientan en una esquina olvidada o van al cruce más concurrido del centro. Una vez ahí, le ponen pausa a la histeria colectiva para –tal vez por primera vez en sus vidas– escuchar, oler, tocar y mirar sin prejuicios lo que hay enfrente. A partir de esa contemplación estampan líneas, colores: empiezan a contar una historia.
El que desató la fiebre fue el español Gabriel Campanario, periodista e ilustrador que se animó a proponerle al Seattle Times una columna que retratara los paisajes de aquella ciudad norteamericana. “Tenía ganas de hacer algo diferente, más personal. Llevaba años como infografista y diseñador. Buscaba una manera de compaginar mi instinto periodístico y mi afición por el dibujo”, recuerda Campanario en diálogo con Página/12 desde los Estados Unidos. Lo que siguió fue una sorpresa. Decenas y luego cientos de lectores empezaron a enviarle bocetos de sus propias ciudades. Algo nuevo y a la vez muy antiguo estaba cobrando forma.
Le llegaron imágenes desde los cuatro puntos cardinales. Eran personas distantes y diversas, que sin embargo compartían su entusiasmo. Entre los autores había artistas, tacheros, empleados de comercio, oficinistas. Campanario dice que nunca sale de su casa sin un cuadernito en el bolsillo, y sabe que no es el único. “A menudo los dibujos que más me satisfacen son el resultado de momentos inesperados: el señor que encontré rastreando la playa con un detector de metales en busca de tesoros submarinos, o los grafiteros que aparecieron de repente cuando dibujaba un edificio condenado a la demolición. Reaccionar a cualquier situación y captarla visualmente con un apunte es uno de los aspectos más apasionantes”, reconoce.
Si son imágenes, ¿por qué no preferir una cámara, o el celular? Porque hay que volver a mirar con ojos desnudos las cosas que el hábito marchitó. No es que no existan fotógrafos capaces: ocurre que Campanario apuntó en otra dirección: “se trata de descubrir que la vida es mucho más rica cuando se experimenta en directo, no a través de tu smartphone. Dibujar requiere prestar atención, observar ángulos, colores. El dibujo de observación te pone en contacto con el mundo”.
Así como nadie sabe quién es una persona por haber contado sus pecas o el número de sus pelos, tampoco se puede conocer un lugar enumerando calles o la ubicación de los semáforos. Hay que tropezar, enamorarse. Vivir. El lema más célebre de esta comunidad global es “mostrar el mundo, dibujo a dibujo”. No vale sacar fotos y copiar en casa. Hay que estar en los sitios. Al final, lo que queda es una experiencia personal; una cartografía que difiere de las estéticas dominantes en la medida en que es a un tiempo intransferible y compartida. Como ha escrito Campanario: “no hacen falta herramientas extravagantes o entrenamiento artístico formal. Hay que dejar que la mano interprete lo que ven los ojos, mientras explorás tu ciudad, haciendo marcas sobre el papel”.
Psicogeografía, exploración urbana, slow journalism, redes sociales: la escena de los Urban Sketchers es resultado de la confluencia entre varias corrientes culturales en boga. Los “corresponsales” envían sus trabajos fundiendo lo planetario y lo local en un relato descentralizado. En el último carnaval de Rio de Janeiro, por ejemplo, la prensa se hizo eco de la gente que en vez de salir con la cámara optó por copar la calle con pinceles y hojas, para subir los resultados a la web como quien echa una botella al mar.
El brasileño Eduardo Angelo Lott estaba entre estos cronistas, aunque sus exploraciones comenzaron mucho antes. “Cuando esto se vuelve una actividad frecuente, uno aprende que además de ir mejorando la técnica ajustamos nuestra mirada sobre cada detalle de la cultura local. Buscamos así, cada vez más, resaltar puntos de vista que pueden pasar desapercibidos en la locura del día a día”, destaca. Lott asegura que los dibujantes urbanos contribuyen a la valorización de los barrios, posando su lupa en resquicios “que pueden esfumarse con el paso del tiempo”.
En la otra orilla de Sudamérica también hay participantes. En Quito, Ecuador, Mauricio López Acosta coordina el grupo local de Urban Sketchers. Desde allá anticipa que “cuando dos o más dibujantes interpretan el mismo lugar, los resultados suelen ser totalmente diferentes”. ¿Por qué? “La respuesta quizá radique en que el dibujo te permite depositar tus sentimientos, gestos y estado de ánimo en el papel. Se produce una interpretación, que es muy diferente a una reproducción”.
El dibujo in situ tiene el halo autobiográfico que aporta el pulso al momento de hacer la obra. Puede hacer calor, soplar viento, llover, nevar. Eso deja su impronta. Acosta indica que otra fuente de asombros es la gente misma. En ese sentido cada boceto es resultado de un encuentro. “Hace muy poco –explica– encontré que el mejor ángulo para dibujar la fachada de una iglesia con sus cúpulas era una esquina que utilizaban las trabajadoras sexuales. Durante dos horas y un poco más entre dibujo y mancha, ellas se acercaron y me dieron más de una buena opinión. El sketch tuvo éxito y las personas me preguntaban por Internet desde dónde había dibujado. Esta y otras vivencias –algunas incluso terapéuticas– hacen que las salidas al espacio urbano se conviertan para muchos de nosotros en un día de fiesta”.
En Argentina existen sketchers, aunque algunos, sin que ello implique rivalidad, han optado por denominarse Croquiseros Urbanos. Coinciden en ver la disciplina como un método de conocimiento y hasta de meditación. Gonzalo Cid, uno de los participantes, declara que los lugares que se han ilustrado con cariño y a conciencia “nunca se olvidan”. Dice que la primera vez que salió a dibujar, hace unos tres años, fue a Chacarita junto a un grupo de colegas: “había una familia en situación de calle en las afueras del cementerio y un amigo se acercó a preguntarles si les incomodaría que los dibujáramos. Nos quedamos toda la tarde. Venían, miraban los dibujos, los comentaban…”. Gonzalo confiesa que aquel día se dio cuenta de que el desafío no era solamente “hacer dibujos”, sino conectarse. “Por eso en cada lugar que visito intento aprender a ver lo cotidiano, lo simple, lo que realmente importa”. La meta es hacer que los vínculos dejen de estar mediados solo por el dinero, la apatía o la violencia. Averiguar qué pasa si se abren las compuertas de la emoción y el color. Después de todo, dibujar una ciudad acaso sea reinventarla.
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