Decur, una figura destacada en la Fierro, que empieza a festejar sus seis años de existencia.

Pescadores de perlas en islas misteriosas buscando un buda sagrado; un psicoanalista fumando hierbas aromáticas para lograr un puente espiritual; una plaga zombie sexual que ataca a un pueblo de provincias; un usurero que les chupa la sangre a sus deudores; un pez espada luchando por no terminar enlatado y, entre tanto, los militantes de Tacuara cometiendo un nuevo atentado político. Todas estas historias (diversas e incorrectas) y muchas más, se mezclan en un picnic primaveral propuesto por la nueva edición de revista Fierro que mañana llegará a los kioscos a través de este diario. Un picnic para animales lectores (tal como se ve en la portada) que en lugar de morder disfrutan de las aventuras de autores como Angel Fernández, Cachimba, El Niño Rodríguez, Patricia Breccia, Diego Parés, Maicas-Spósito, Santellán-Mendoza y Ginevra-Satullo, entre otros. Es que la Fierro ya empezó a festejar sus seis años de existencia, que se concretarán el octubre próximo con una edición especial.

La previa a ese festejo se la llevó Guillermo Decurgez (1981), más conocido como Decur, quien realizó la portada de este mes. Este ilustrador y dibujante rosarino supo hacer –a partir de las experiencias narrativas y gráficas de Cachimba y de Liniers– un camino personal donde la realidad es vista siempre a ras del piso: personajes diminutos que al mirar rompen la perspectiva del mundo. De algún modo, Decur recupera gracias a la invención de figuras pequeñas (uno recuerda a Cándido López) escenas de la infancia: esos instantes únicos donde los ojos de un pibe miran a través de sus juguetes y desordenan el mundo. Cajones, cajitas de fósforos, sombreros, insectos y escritorios llenos de objetos son el país natal de sus aventuras, desde donde se parte de la emoción para alcanzar la conmoción del lector.

Con un único libro, titulado Merci! (Ediciones de la Flor), este rosarino impuso un sello en la gráfica local para llegar a ser la imagen de tapa de la revista dirigida por Juan Sasturain. Pero el camino para Decur no fue fácil: “A los 15 años trabajaba con mi viejo de casa en casa, arreglando cañerías, pintando, lijando, cavando y llevando baldes con portland (porla). Luego pasé a cargar media reses en un frigorífico y de ahí a la fábrica GM a colocar las puertas de los autos cada dos minutos. En 2008/9 terminé atendiendo un cíber (como empleado). Y en 2010 firmé mi primer contrato con una editorial”, dice Decur, anclado hace tiempo en Arroyo Seco para después preguntarse y contestar: “¿A qué reflexión llego? Simplemente a ésta: hice las cosas con amor y me fue bien, tanto interior como exteriormente. No veo esto como otro trabajo más, es más bien algo espiritual. Ahora uso la cabeza para pensar y no para portar un casco”.

Hoy Decur es ilustrador de las portadas de la revista Orsai y publica semanalmente una tira en el diario La Posta, de Arroyo Seco, y mientras termina algunos proyectos (un juego de mesa ilustrado titulado “El Switcher”, un libro para la editorial Española Thule, una escultura de su personaje Mr. Mazapán junto al escultor Pablo S. Sapia y su próxima exposición, el 5 de octubre, en el Festival Viñetas Sueltas y en la librería Musaraña) dialoga con Página/12.

–Su breve obra es como una suerte de puzzle del cual el lector va viendo cada tanto algunas piezas. ¿Es así o detrás hay un plan más general de su trabajo?

–Me gusta mucho ese punto de vista que decís, yo siento que la persona que mira mis cosas está ante un escritorio lleno de cajones y que cada cajón posee una pieza de un rompecabezas que quién sabe si algún día terminará por completarse. Por el momento sigo pintando piezas, pero también, sigo construyendo cajones... De alguna manera, esos cajones corresponden a una novela gráfica que estoy armando con guión propio. Una novela que sé cómo empieza pero no cómo sigue... habrá que seguir construyendo cajones, leer y pintar mucho.

–El concepto de arte naïf (aquella conmoción de la perspectiva que revelaron el aduanero Rousseau o Cándido López, por ejemplo) ¿le dio la posibilidad de volver a mirar la realidad?

–Totalmente, creo que ese concepto de “conmoción de perspectiva” me volvió a dar esa libertad que estaba buscando. Solamente que vino más por el lado de Salvador Dalí que por el de los dos que mencionás. De chico uno dibuja lo que siente, sin necesidad de colocar puntos de fuga, ángulos, medidas y números. Lo que hice fue volver a atrás y ver que me hacía bien y descubrí que nada tenía que ver con la perspectiva, sino con esas ganas de contar algo, por más simple que fuera. Durante mucho tiempo pensé que para poder hacer un libro o llegar a algún lado había que dibujar bien. Después me di cuenta de que no se trata de dibujar bien, sino de que te haga bien lo que dibujás. Esto que hago, perspectivas erróneas, puntos de fuga inexistentes y personajes con asimetría, me dio la felicidad que estaba buscando. Es un sentimiento muy lindo y no necesito la aprobación de nadie para que me diga si está correcto o no, porque, ¿qué es lo correcto? ¿Quién lo decide?

–¿Cómo fue hacer la tapa de Fierro?

–Ese dibujo lo pinté en 2010, pero el boceto original lo hice en el cíber donde trabajaba, en el 2009. Recuerdo haberme puesto a dibujar mientras mis amigos charlaban, mate de por medio. Lo hice sin intención de nada, como cuando uno se pone a dibujar mientras habla por teléfono y después lo mira y dice; “¿Qué es esto?”; me resultó muy agradable y lo que me trasmitía era compañerismo, tranquilidad y disfrute del momento. Luego lo pasé a pintura acrílica y cobró vida. ¡Jamás hubiese pensado dónde iba a terminar!