HISTORIETA › TRILLO. DE PUñO Y TECLA, LA MUESTRA QUE SE INAUGURA HOY EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
La exhibición excede la sala Juan L. Ortiz: en vitrinas y pasillos, la obra que Carlos Trillo fue imaginando en cuarenta años de carrera va más allá de la quietud del museo y permite examinar de cerca los mecanismos de la creación.
› Por Andrés Valenzuela
“Quedó linda”, habría dicho Carlos Trillo de su propia muestra, esa que se inaugura hoy a las 19 en la sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502). Se habría encogido de hombros, habría parpadeado bastante y, luego, tratado de cambiar de tema. Algún proyecto de los muchos que lo ocupaban en Italia o Francia, algún comentario sobre las últimas páginas que había recibido de Lucas Varela o una chanza a su viejo compinche Eduardo Maicas. Quizá la hubiera considerado innecesaria, pero ése era Trillo: ponía su obra muy por debajo de donde correspondía en la historia de la cultura popular argentina reciente. En cuarenta años de carrera publicó cuentos, historietas, publicidades y un sinfín de materiales en cantidad de medios gráficos argentinos y del exterior. Trillo. De puño y tecla recorre esas cuatro décadas y explora la trastienda de su labor creativa. Hay dibujos originales de sus infinitos dibujantes, sus propios cuadernos de apuntes, guiones enteros, intercambios epistolares con editores y pruebas jamás publicadas. Sí, Carlos, quedó linda.
Cada visitante decidirá con qué imagen se queda de la muestra. Algunos preferirán un original de Domingo “Cacho” Mandrafina o de Enrique Breccia. Otros, esa gigantografía del Señor López en la puerta del baño. No faltará quien recuerde con cariño ese toallón playero en el que Clara de Noche promete dejarlo “seco” a uno, con el que Trillo posó para la cámara de Página/12 en mayo de 2009 (ver aparte). Y no faltará quien se vaya de la muestra ansioso para que llegue a su fin, para poder acercarse al Archivo Nacional de Historieta y Humor Gráfico que funciona en la Biblioteca Nacional para poder cotejar directamente de la caligrafía del guionista su proceso creativo, comparándolo con las páginas finalmente publicadas.
La muestra comienza apenas uno sale del ascensor que lleva al piso donde se encuentra la sala Ortiz. Una vitrina alberga objetos y los primeros detalles. Una gigantografía con la gráfica de la muestra lleva la mirada hacia la derecha y allí comienza una línea temporal que ocupa todo un pasillo y va desde sus lecturas de infancia hasta el último libro publicado, en Francia, en compañía de Pablo Túnica, dos años atrás. Allí hay una buena cantidad de agradables sorpresas. Está el borrador del prólogo en el que Trillo usó por primera vez la expresión “Séptimo de Caballería” para referirse a los libros de la Editorial Abril, que marcaron su infancia. También hay primeras tentativas en las páginas de Antifaz, donde con picardía el incipiente guionista había colado asesinatos y muertes en el mundo de las viñetas para chicos. Hay un recorrido por los seudónimos que utilizaba, como Carlos Cártago, Carloste o Lester Millard, con los que firmaba cuentos o novelas policiales que después, cuenta José María Gutiérrez, uno de los curadores de la muestra, reutilizaba o “recauchutaba” para otros formatos y lenguajes.
Una de las cosas atractivas de esa línea de tiempo es que muestra la consolidación del Trillo guionista y la incorporación de sus primeras lecturas y trabajos a su obra posterior. Se aprecia la unidad y coherencia de la obra de Carlos. Otro detalle interesante es el punto dedicado a la labor que el guionista realizó en publicidad: campañas como la gráfica en que un auto se metamorfosea en revólver, vista en innumerables ocasiones y premiada en esos circuitos profesionales, se revela aquí como idea del homenajeado.
En esa “línea de tiempo” hay más sorpresas, como la estatuilla que le entregaron los italianos del festival de Lucca en 1978. El premio tiene unas muesquitas raras, como si al escultor se le hubiera escapado el cincel. También hay un ejemplar de la revista francesa Gotham donde aparecía Spaghetti Brothers (y que el guionista galo Jean Christophe Deveney recordaba como influencia temprana en una charla abierta reciente en Buenos Aires). Revistas conocidas y publicaciones raras que duraron dos o tres números, trabajos firmados como “Dolina Trillo”, que Carlos y Alejandro escribían en conjunto. Un montón de imágenes. Y luego, repleta, la sala Juan L. Ortiz.
El espacio central de De puño y tecla está dividida en sectores que reparten temáticamente la obra de Trillo. Está el rincón de historietas infantiles, un espacio para esas obras que parecían para chicos pero que, al decir de la otra curadora, Judith Gociol, “se ponían muy heavies”. Hay lugar para sus exploraciones históricas y un rincón generoso para relatos fantásticos. Hay más vitrinas con pruebas inconclusas que atestiguan ese modo de trabajar de Carlos, que saltaba de mercados con facilidad y que sabía cómo presentar una historia en Italia y la misma en Francia. Así hay guiones dibujados por autores distintos para dos mercados diferentes o la misma idea de relato trabajada en tonos opuestos para ver si la siguiente compra del supermercado del heredero artístico de Oesterheld la pagaba este editor o aquél.
También hay cuadernos anillados con sus guiones y también con algunas historietas enteras e inéditas en el país. Entre éstos, se destacan unos mails enviados a una editora francesa explicándole los paralelismos entre el país que recorría el protagonista de Sarna y los primeros años de la vuelta a la democracia en Argentina, que Trillo reenviaba al entonces jovencísimo dibujante Juan Sánez Valiente para que estuviera al tanto de cómo venían las tratativas para el libro. Hay páginas de Clara de Noche, donde los globitos que flanquean los trazos de Bernet están retocados a mano por Maicas, para argentinizar los términos, porque además del suplemento No de este año, esa historieta “de puta madre” también sale en el semanario español El jueves. Y hay, por supuesto, originales. Muchos, porque los curadores de la muestra prefirieron reducir al mínimo las impresiones, realizadas sólo para ponerlas a dialogar con las indicaciones originales del guionista. Es difícil destacar un original u otro, porque además de los mentados Bernet, Mandrafina, Túnica o Maicas, hay trabajos de Saborido, Nine, Sáenz Valiente, O’Kif, Meglia, Altuna, Ippóliti, Sanyú, Slongo, Zoppi, Risso, Varela, Sala y Breccia.
Por si esto no bastara, el visitante encontrará videos de testimonios de figuras del ambiente que trabajaron con Trillo o lo trataron. Son doce, pero cada conocido de Trillo podría aportar su propia anécdota o recuerdo, y seguramente eso suceda hoy durante la inauguración, en charlas y corrillos, en grupos ante cada vitrina y original enmarcado. Todos recordarán alguna sobremesa con un diálogo lúcido, algún código o chiste compartido, un universo de referencias construido en años de amistad y trabajo conjunto. Una de las maravillosas virtudes de De puño y tecla es que muchos de esos guiños privados están ahora a la vista del público y puestos en relación con la obra del autor. En su recorrido autoral se encuentra también su modo de relacionarse con quienes lo rodeaban. En cierta medida –la única posible ahora, dadas las circunstancias–, Trillo está ahí. Y pucha, sí, Carlos, quedó linda la muestra.
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