HISTORIETA
› Por Andrés Valenzuela
Cuando los fotógrafos se disponen a retratar a un entrevistado, suelen mirar alrededor. A ver qué tiene la figura de turno en sus muebles, en sus paredes y en su escritorio. A ver qué de todo eso puede servir para que la toma resulte atractiva y distinta. Cuando el fotógrafo de Página/12 llegó esa mañana gris de mayo al estudio de Carlos Trillo, en Vicente López, también miró a su alrededor. Se encontró con un living ocupado por bibliotecas, con libros por todos lados (él siempre tenía varios que leía al mismo tiempo, por gusto o como material de referencia). Encontró muñecos inspirados en sus personajes, posters y caricaturas firmadas por sus compañeros de trabajo (casi todos dibujantes “con nombre de calle” en la historieta mundial). Y se encontró un toallón playero. Cosa rara, ese toallón. Primero porque era mayo y Trillo no salía de viaje a Europa sino hasta un mes más tarde. Segundo, porque nada evidenciaba que hubiera sido usado ni siquiera para secarse las manos, aunque desde su superficie roja su personaje Clara prometía dejarlo “seco” a uno.
El fotógrafo hizo unas tomas junto al ojo de buey del ascensor, pero no quedó conforme. Estaban bien, eran correctas, pero no alcanzaban para la tapa de la sección, que Trillo iba a ocupar como homenajeado de la edición 2009 del Festival Internacional de Historietas Viñetas Sueltas (a la fecha, su edición más celebrada). Y entonces el hombre de los lentes le propuso al otro hombre de lentes buscar el toallón y posar con él. Trillo lo dobló y lo sostuvo para que el cuerpo de Clara coincidiera con el suyo. Ya había tapa. “Años de ser un tipo serio tirados por la borda”, se reía cuando un vecino pasó circunspecto hacia el ascensor.
Luego siguió, por supuesto, una larga entrevista. Allí afirmó que los homenajes eran “premios del ambiente”, aunque reconocía que para vivir de la historieta había que remar y que él había remado mucho. Y continuó una larga charla posterior. Porque Trillo hablaba tranquilo y sin apuro, prestando atención, contando cosas como al descuido y –vaya uno a saber si lo sabía o no– enseñando sobre mercados editoriales, sobre recursos narrativos, sobre guión (“¿Por qué el héroe se va por un camino polvoriento? ¿No tiene una mina que le guste?”, planteaba siempre), estilos gráficos, literatura o cine, entre muchos otros asuntos que manejaba.
Era imposible juntarse con él y no aprender algo nuevo. Quien suscribe, seguro, aprendió. Claro, más aprendieron esos colegas y amigos que tuvo y que lo quisieron (lo quieren) bien, esos a los que ayudó a meterse en el áspero campo de las viñetas de pago. Los mismos a los que elogió durante la entrevista: Diego Agrimbau, Lucas Varela y Pablo Túnica, con quien entonces recién empezaba a trabajar en un álbum que hoy está en la muestra como el “póstumo” de Carlos.
Justo enfrente de la vitrina que tiene ese libro está enmarcado el toallón. Para quienquiera que recuerde esa foto, será imposible mirarlo y no sonreír.
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