Viernes, 5 de abril de 2013 | Hoy
HISTORIETA › LUIS SCAFATI PRESENTA SU LIBRO CADAVER EXQUISITO
El dibujante, pintor e ilustrador da cuenta allí de su notable recorrido artístico. Incluye un puñado de chistes y muchas ilustraciones, algunas muy curiosas, rescatadas de sus comienzos. “Parece que no tienen mucho que ver, pero en el fondo sí: son el tipo que fui”, dice.
Por Andrés Valenzuela
Para los ilustradores, un artista. Para los plásticos, un ilustrador. Para la historieta, un autor que la desborda con sus tintas y plumines casi rasgando el papel. Luis Scafati desconcierta desde hace años a los fervorosos categorizadores de trazos e imágenes. Su trabajo entraña paradojas internas y externas. El dibujo es su centro, pero él considera que vivimos en una sociedad de la palabra y hace de la caligrafía un recurso importante de su obra. Es un referente ineludible para las bellas artes mendocinas, que sin embargo rechazan dos campos que abrazan su obra, la ilustración y la historieta. Fue expulsado de la Facultad de Artes de su provincia natal y, como Quino y otros colegas, ganó su proyección en Buenos Aires. Aspiró a trabajar en un diario y el rechazo de la tira que proponía lo “salvó” del estancamiento. Esas paradojas resultaron en una obra intensa, profundamente personal y con elementos gráficos inconfundibles.
Scafati mostrará hoy a las 19 en Moebius de la galería Patio del Liceo (Av. Santa Fe 2728, local 13, Capital Federal) el libro Cadáver exquisito, uno de los frutos de ese recorrido artístico. “Fati” acompañará también la presentación de otro libro de la editorial que lo publica y, además, inaugurará allí una muestra de originales, tanto de trabajos que se incluyen en Cadáver exquisito como en otros que no forman parte del volumen. “Quiero de la muestra un criterio gráfico: que hayan sido trabajos publicados o que sean publicables, se trata de la ilustración de una novela, un chiste o una página de historieta”, señala.
Scafati ofrece café y galletitas de chocolate, y se dispone a todos los experimentos que el fotógrafo le propone. Corre taburetes, el tablero de dibujo, dos atriles y se pasea de una habitación a otra, todas cubiertas con trabajos propios y algunas joyitas ajenas que fue consiguiendo con el tiempo y los años de ser parte del medio. Antes del grabador charla, pregunta bastante y repasa sus comienzos como dibujante freelance. “La gente mucho no entiende eso”, comenta y recuerda que fue Limura el que le enseñó a trabajar de ese modo. “Se había caído lo de Tía Vicenta, creo, y yo me encontré sin nada de trabajo por primera vez en mi vida, y él me dijo ‘no, lo que tenés que hacer es tener varias cosas chiquitas, así si se te cae una no te quedás en Pampa y la vía’.”
El libro que presentará esta tarde incluye varias historietas, un puñado de chistes, muchas ilustraciones y una tira originalmente pensada para ser publicada diariamente en un periódico y finalmente adaptada a los rigores de una revista. Esta tira es la única que se aparta del estilo gráfico tradicionalmente asociado a Scafati. Allí utilizaba pincel, lo que resultaba en un trazo grueso y fuerte, que contrasta con las frecuentes tramas y alternancias de trazos filosos y vigorosos de sus dibujos. Todos los otros elementos recurrentes de la obra del mendocino están allí: los cuerpos escritos, los colores de la portada acentuando levemente la imagen, las manchas de tinta ofreciendo tonos de gris o marcando zonas en la composición de la página. El plumín jugando sobre el papel, las tramas y las líneas encimadas.
–Cadáver exquisito opera un poco como síntesis de su obra. ¿Por qué la necesidad de revisar estos trabajos?
–Pienso que es una necesidad natural llegado cierto momento de tu vida. Se trata de mirar las cosas con cierta perspectiva, una especie de memoria y balance, si querés. Aquí hay un poco de todo lo que he venido realizando de diferentes modos, sea un chiste, una historieta, una ilustración, dibujos por el dibujo mismo o los textos, incluso, que tengo muchísimos escritos.
–En las redes sociales usted escribe mucho acompañando cada imagen.
–Es que la literatura siempre estuvo muy cerca. Llevo diarios desde hace pilas de años, y también diarios dibujados, cuadernos donde pongo reflexiones. Tengo un ejercicio de escritura y se manifiesta en esto también. El libro es un conjunto heterogéneo.
–Sin embargo, hay una coherencia. ¿Cómo eligió el material?
–De última la coherencia, la homogeneidad si querés, se las da el que sea el producto del trabajo de una persona. Creo que a pesar de los diferentes caminos que transitan, siempre trabajás sobre un conjunto pequeño de ideas que vas teniendo y vas puliendo a lo largo de los años. Pero la mirada sigue siendo igual.
–En todo el libro sólo hay trabajos en coautoría con Pablo de Santis realizados en la primera etapa de la revista Fierro. ¿Cómo los recuerda?
–El me pasaba los guiones y yo los dibujaba. A veces dialogábamos un poco. Luego cuando adaptamos La ciudad ausente lo discutimos bastante. El trabajó mucho sobre el texto de (Ricardo) Piglia. Pablo es un tipo que tiene una manera muy particular de acercarse a la historieta, estuvo en la redacción de la primera época de la revista.
–En el libro están sus principales elementos gráficos y retóricos. Uno importante es el lugar de la Ciudad.
–La Ciudad, para mí, como persona que venía del interior, era una cosa muy impactante. Buenos Aires es una ciudad desmesurada, caótica, y para cualquier provinciano, es una cosa que te golpea. Nadie permanece ajeno cuando llega acá. Es un impacto fortísimo por la cantidad de gente, de edificios, por lo desmesurado de todo aquí.
–Sus transeúntes suelen tener cabezas de animales.
–Sí, es algo que hice desde siempre, casi sin darme cuenta. Somos naturaleza expresada como hombres, pero el formato “hombre” implica un animal que piensa, que razona (entre comillas), una bestia. Y sirve también para usar esa especie de metáfora que implica los diferentes niveles de individuos. Acentúa personalidades y eso ya sucede desde siempre en los cuentos de hadas, en las fábulas.
–Cadáver exquisito recupera Rocamadour, una tira que usted publicó en Tía Vicenta cuando recién llegaba a Buenos Aires. Tiene un estilo marcadamente distinto al resto del libro.
–¡Sí! ¡Terrible!
–¿Por qué la incluyó? ¿Qué rol cumple en la recopilación?
–Yo lo miro con simpatía. Llegada cierta época de tu vida, aceptás lo que sos. Es el trabajo más grande, aceptarse a uno mismo. Veo gente que esconde partes de sí. Pero éstas son partes mías, por eso también llamé al libro Cadáver exquisito, parece que no tienen mucho que ver, pero en el fondo sí: son el tipo que fui. A esas tiras, a Rocamadour, les tengo mucho cariño. Las hice con fervor de pendejo recién llegado a Buenos Aires y les había puesto fichas porque me daban la posibilidad de tener un trabajo fijo en periodismo. No se dio y luego se publicaron en Tía Vicenta, pero no como tira diaria, que era como yo las había pensado. Me salvé, probablemente hoy me hubiera quedado estancado en eso, que es el gran peligro de la tira de los diarios.
–Sin embargo era su deseo.
–Mi formación fue dentro de la historieta. Empecé mirando a los grandes que llegaban a mis manos a través de la Patoruzito, una revista semanal con historietas de Alex Raymond, de Alberto Breccia, de Battaglia, todos tipos grossos, importantísimos, grandes. Todo resumido en una revistita que llegaba a casa todos los domingos. Esa y Billiken, ahí venían Fola, leía a Calculín y a Pi-Pío. Esa fue mi formación real y mi objetivo. De alguna manera me “adulteré” cuando entré en Bellas Artes.
–Ahí aparece el estilo por el que ya se lo conoce, con la tinta y la mancha.
–Sí, fue un poco así. Pero también tiene que ver también con cómo sos. Cuándo y cómo vos vas descubriéndote. A mí me encanta un pintor que es un purista, pero yo jamás podría hacer eso. Me apetecería mucho acercarme a eso, pero no podría. Esto que uno hace es una especie de autorretrato de alguna manera estás armándote y reconstruyéndote en lo que hacés.
–Otro elemento importante en su obra es la caligrafía.
–Creo que el primer dibujo es la letra. Antes era muy común recibir y mandar cartas manuscritas. Yo cuando recibía una lo primero que miraba era la letra y, eso que nunca estudié grafología, ya sabía por ella si el tipo estaba bien o mal. La letra es un dibujo que te dibuja. Siento que la caligrafía es parte del dibujo.
–No hay muchos dibujantes que trabajen tanto con la palabra en su obra.
–Pasa que aunque estamos en un mundo que se dice con predominio de la imagen, en realidad vivimos en un mundo que se mueve con palabras. Yo fui testigo de un tipo que tiene en la tele un partido de fútbol y pone la radio al costado para que le traduzcan en palabras eso mismo que él está viendo. A pesar de eso, igual, fijate que cualquier celular hoy tiene cámara fotográfica. Allí hay una necesidad básica humana, que viene desde poner un bisonte en una cueva hasta la mejor máquina que hoy saca la cara de tu novia.
–En el libro hay una historieta, La parábola de los ciegos, sobre un tipo que se pone unos anteojos que le permiten ver mejor la realidad. ¿Trabajaba este tema?
–Esa historieta empieza de manera muy frívola: el tipo mira a las minas desnudas primero. Pero en cuanto va metiéndose más en la mirada, la cosa se le hace más difícil de digerir.
–En ese relato el hombre ve lo que la gente piensa y reflexiona. Hay un recurso suyo muy frecuente, el de llenar los cuerpos de los personajes, ¿tiene que ver con este predominio de la palabra?
–Sí, totalmente. Surge de eso. A veces, tal vez por una deformación o por mi formación, veo o se me arman imágenes de grandes relatos. De una situación, una interpretación, entonces sí, a veces surgen estas especies de símbolos con, por ejemplo, un cuerpo lleno de palabras. Y somos un cuerpo lleno de palabras, en este tiempo, en esta sociedad. Yo lo explicito así. Es tan fácil a veces, o tan obvio, que uno le busca otro significado y no. Está ahí.
–¿Nos estamos narrando constantemente?
–Sí. Vos pensá, un pensamiento, ¿con qué lo armás? ¡Con palabras! No te digo nada del que escribe, o leer, todavía uno necesita leer la noticia, el periodismo gráfico. Agarrás mejor la noticia. No hay nada superior a ver dos autos que chocan, pum, en video. Pero el tipo que te lo sabe explicar eso en palabras le gana a esa imagen. ¿Por qué? No sé.
–¿Y qué puede entonces aportar una ilustración?
–Sabés que me lo he preguntado muchas veces... Inclusive en un poema, o una novela, donde se supone que un escritor hizo algo y lo cerró. Ponele La Metamorfosis, Kafka jamás pensó en ilustraciones e incluso dijo que no quería que se explicitara el animalito ese, que se lo pusieran en imágenes. García Márquez tiene prohibido que le toquen Cien años de soledad, que es algo que se ilustra solo. Siento, es mi interpretación, que algo ilustrado se amplifica. Es otra cosa, no necesita la imagen, pero es mi punto de vista de la función de la ilustración hoy. Es casi como anotar algo al costado de lo que estás leyendo. Lo amplificás y luego puede que te equivoques, que esté bien o mal lo que anotás, ése ya es un tema aparte. Eso depende también de quien lo mire, que le pone cosas. Es como acompañarlo.
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