Viernes, 5 de abril de 2013 | Hoy
MUSICA › SESENTA MIL PERSONAS EN EL CIERRE DEL FESTIVAL EN COSTANERA SUR
The Hives, Hot Chip y The Black Keys oficiaron de excelentes aperitivos para la banda que todos habían ido a ver. Y al combo que encabeza Eddie Vedder le alcanzó con hacer un show de Pearl Jam para dejar claro que tienen todo lo que hay que tener.
Por Luis Paz
Entre todas las virtudes y sobrecargas que hacen de Pearl Jam una de las bandas más notables de las décadas rockeras transcurridas desde el punk, una inexorable es que se trata de la última en actividad que le puso al rock mainstream estadounidense la épica fuerte de su música tradicional. Es que Kings of Leon, actual banda de estadios de raigambre rockero-sureña, es liviana. Wilco tiene su bucolismo, pero es poco más que de culto. Weezer tampoco llega a ser mainstream. Coldplay lo es y también épica, pero inglesa. ¿U2? Irlandesa. Arcade Fire... casi: canadienses. ¡R.E.M! No está más. ¿KISS? Es otro mundo. Pearl Jam tiene la dignidad, la rusticidad, la claridad y la inquietud del folk, sólo que desde un tipo de rock conocido como grunge, luego patentizado como alternativo y que, finalmente, es música popular para la juventud rockera estadounidense. E incluso para la mayor parte de la Argentina que la que representaron las más de sesenta mil personas que participaron de la jornada de clausura del lodazal más grande del mundo: la edición 2013 de Pepsi Music El Festival.
De una particular manera, Pearl Jam es una banda legendaria. Salve el exabrupto el hecho de que no pocos se hayan inquietado en el escenario alternativo, mientras tocaba Hot Chip, por saber si por allí aparecería el grupo que encabeza Eddie Vedder. Pero no. Ese tablado, emplazado al comienzo de un circuito de pocos baños químicos y algunas atracciones inaccesibles por haber quedado aisladas por el barro, sería clausurado por Hot Chip. El grupo inglés de música alternativa bailable tuvo su tercer advenimiento (tras actuar en un boliche en 2007 y en otro festival en Costanera Sur en 2010) con la adhesión de una baterista, y llevó su electrónica desde el pulso cuasi synth pop de sus discos a una epopeya synth funk. Con el baile desa-tado, combinaron orquestalmente hasta cinco músicos en sintetizadores, cuatro en voces y tres en percusiones sin que el ritmo, la sangre y el oxígeno que se les pide a las máquinas se cortasen. One Life Stand e In Our Heads, sus notables últimos discos, fueron su foco entre el final de The Hives y el inicio de The Black Keys.
Eso fue lo que ocurrió, literalmente: Hot Chip salió a escena a horario, pero The Hives venía un tanto retrasado y, por unos minutos, el anfetamínico rocanrol Hive toreó al psicodélico electropop Hot. “Gracias a los Stooges”, ajustició el cantante y multiinstrumentista Alexis Taylor, tanto por la insigne banda protopunk como por la traducción literal: “los chiflados”. Es que los Hives parecen estarlo y, en esa apariencia, son más fieles que ningún otro a los vértices caricaturescos del rocanrol. Rápidos ante el público impávido, músicos sátiros y álgidos, los suecos hacen lo práctico: hay cinco discos dando vueltas que dan cátedra. En cambio, sólo uno publicó Alabama Shakes, buen combo de rock sureño con médula de spirituals que encabeza la indomable Bri-ttany Howard y que fue sorpresivo, tanto por su inclusión en la grilla como por su cálida y ríspida propuesta. Lo contrario de lo que pareció ocurrir con Two Door Cinema Club: los irlandeses, que se montan al afropop con la actitud febril de un equipo de rugby haciendo gimnasia step, no hicieron valer el crédito que les abrió el disco Tourist History y pasaron sin mucho más.
Antes de Pearl Jam tocó The Black Keys, pero no inmediatamente, ya que hubo una pausa extensa como la que Obdulio Varela le hizo al fervor brasileño en el Maracanazo. Pausa buena para concluir que el predio estuvo mal iluminado y nada señalizado y que de alguna manera se debió amainar la molestia y la lentitud, pero sobre todo el peligro de “caminar” sobre el barro sin amarras ni luces.
Ahora sí, vuelta al pasado de la música estadounidense para reencontrarse con el presente: The Black Keys, el dúo yanqui más ponderado desde el casamiento de Beyoncé y Jay-Z, llegó en su mejor momento, montado a la van que ilustra la portada de El Camino. Eso, por sí solo, ya es una noticia en este tipo de eventos, que por razones de agenda, presupuesto y atención suelen llegar desfasados a las tendencias. Patrick Carney y Dan Auerbach hacen blues podrido con batería y guitarra, con una distancia menor con los White Stripes que la que Meg y Jack tenían con la Blues Explosion de Jon Spencer. Pero si se trata de hacer ese rock que encuentra su raíz en el delta del Mississippi, Auerbach (productor, entre otros, del último disco de Dr. John) y Carney, adjudicatarios ya de premios Grammy y de la estima de la prensa mundial, tienen una manera única de hacerlo. No está en la interpretación ni en la imbricación de grandes melodías o soberbias canciones, sino en el modo científico (no por eso menos cálido y artístico) de sintetizar un sonido único que igual fue afectado por el viento, la amplitud del espacio y el rebote de batería.
Hasta que en el primero de los más de 120 minutos de concierto, Pearl Jam desató los acordes de la dignidad en seis cuerdas. Uno, Pearl Jam suena bárbaro y eso es porque trabajan para que así sea. Dos, Pearl Jam zapa. Tres, Pearl Jam frena los conciertos para pedir que todos se cuiden y a los de al lado (porque, tres inciso primero, Pearl Jam vio desde el escenario cómo nueve fanáticos suyos morían aplastados en el festival Roskilde de 2000). Cuatro, Pearl Jam entrega más de lo convenido. Cinco, Pearl Jam es el show, tenga o no luces estroboscópicas o proyecciones calidosídem. Seis, guste o no al paladar, no se puede decir que Pearl Jam haga firuletes obvios o actúe para la tribuna.
Sin que hayan mediado dos años de su monumental concierto en el Unico de La Plata, la banda estadounidense resolvió haciendo un concierto de Pearl Jam. Es decir, al menos diez o doce canciones que resuenan para aquel que haya escuchado radio más de una temporada, unos cuantos covers que sientan bases filosóficas –“Rockin’ in the Free World”, de Neil Young, y “I Believe in Myracles” que, pese a que Vedder se la dedica usualmente a Johnny Ramone, es de Dee Dee– y un montón de palabras de mancomunión, como algunas para el desbarajuste climático que azotó La Plata, luego de “Just Breathe”. También el pedido al público de descomprimir la zona delantera del campo a secas, pues pese a que en su visita de 2011 los fanáticos habían logrado que se retirase el vip, los vallados estuvieron en este festival y siguieron allí hasta el final, dos horas después de la salida de Pearl Jam, cuando ya habían hecho otro cover en español (“It’s OK”) y la oda a “Jeremy” y el clamor alarmado “Do the Evolution” y la célebre “Alive”. El barro seguía, todavía, sin secar.
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