Domingo, 11 de mayo de 2014 | Hoy
HISTORIETA › FERNANDO CALVI PUBLICO ALTAVISTA A TRAVES DE EL HOTEL DE LAS IDEAS
La historieta sobre un marinero triste y luego enojado salió primero seriada en Fierro y ahora llega con sus dos partes en un mismo volumen. Su autor ofreció una historia que rompía con el tono y las costumbres que imperaban en las viñetas locales.
Por Andrés Valenzuela
Tienta entrevistar a Fernando Calvi arrojándole palabras sueltas, para que él complete ideas y formas, del mismo modo que los lectores de Altavista, su historieta recientemente editada, deben reponer imágenes, escenas y diálogos que el protagonista escamotea. Cuando salía en la revista Fierro, seriada, Altavista motivaba intensos debates entre sus lectores. Se esgrimía, incluso, que no era propiamente una historieta. Es que el autor exprimía a fondo las posibilidades formales del lenguaje y ofrecía una historia que rompía con el tono y las costumbres que imperaban en las viñetas locales.
Pasaron varios años hasta que ese relato de un marinero triste, primero, enojado luego, llegara a recopilarse en papel. Tanto que ahora sale por un sello que, cuando la historieta se publicaba originalmente, todavía era un ilusionado proyecto fanzinero y hoy se vislumbra como una prometedora editorial que da sus primeros pasos: El Hotel de las Ideas. Tras años de editar fanzines colectivos, primero, cajas recopilatorias, luego, y novelas gráficas propias después (las notables Contratiempos y Lo subterráneo), la muchachada de El Hotel apostó por un autor de voz reconocible y un libro excepcional en su planteo y en su propuesta gráfica. Parte de esa apuesta editorial pasó por dar lugar al pedido de Calvi: las dos partes de la historia debían aparecer en un mismo tomo. El libro tiene 168 páginas.
Ese requisito ya había hecho desistir a otros editores. “Es que tenía dos temores –confiesa el autor–; por un lado, que no funcionara según las expectativas y que no hubiera una segunda parte, con lo cual el lector quedaba con la historieta sin final, y por otro lado, porque pareciera que Altavista es sólo la primera parte, y en realidad, funciona todo junto.”
La primera parte del libro está marcada por la tristeza de su protagonista. La segunda, por su rabia. “Eso se nota particularmente en el libro, donde hay un corte muy claro. Si bien son muy diferentes, son claramente aventuras del mismo personaje”, destaca Calvi. Además, agrega, la segunda parte ata cabos sueltos (con buen nudo marinero). “Barragán es más blandito en la primera y más filoso en la segunda; en la primera, tiene más colores y luego sólo amarillo”, avanza el autor, y recuerda que en la publicación serializada esos detalles de concepto y forma se disimulaban un poco en la publicación periódica.
“Trabajar en una revista es ir aprendiendo sobre la marcha”, recuerda su experiencia en Fierro, donde ya lleva ocho años publicando distintas historias (a Altavista siguieron El maquinista del General y ¡México lindo! y, ahora, una serie de unitarios). “En la revista vas leyendo capítulos y si dejás de usar el rojo no necesariamente lo registrás tan violentamente como en el libro”, señala, pero se declara “defensor de los ‘continuará’”. En una época signada por la novela gráfica y las historietas autoconclusivas, Calvi sostiene que los “continuará” le parecen “una base fundamental de la ficción” y que las historietas autoconclusivas son más “un capricho más de la intelligentzia que un fenómeno de público. “Vos podés ver una serie de televisión de trece capítulos por año, que continúa, y saber que vas a tardar diez años de a trece medias horas para saber cómo termina, y paralelamente ver una peli de dos horas que empieza y termina ahí. Son experiencias diferentes y disfruto mucho las dos.”
–El libro propone pinceladas cortas, una mirada fragmentada del mundo.
–El lector tiene que llenarlo y ordenarlo. Encima, la primera parte son recuerdos, es un diario o una carta, y uno recuerda de manera fragmentaria, desordenada, así que nos podemos guiar un poco por la silueta del personaje, por sus peinados, pero claramente hay tiempos desordenados. En la segunda parte inicia un viaje.
–¿Por qué el protagonista relata de esa manera?
–Barragán está triste y el tipo es un ególatra, es un personaje muy ensimismado y encerrado en su propia percepción. No sabemos si le cuesta o no le interesa lo que pasa a su alrededor. El está muy pendiente de su nota, de su apunte, de su recorte.
–Esa incompletud tiene su correlato en lo gráfico. Dibuja detalles y a veces no cierra la línea. Los colores son un acento, apenas.
–Es que me parece que Barragán es un obsesivo y, como todo obsesivo, se centra en el detalle. Por otro lado, él no necesita ver el plano completo, porque el detalle le permite completarlo. Además, no está muy interesado en dar toda la información. Está interesado en dar la información que a él lo toca. Si él entra a una casa y lo que lo toca es una silla, te la muestra. En eso tiene que ver ese sentido un poco de carta, un poco de heráldica, de logos, que tiene la historieta, donde lo que vemos son objetos en los que Barragán se quedó. Eso me parece que hace al personaje y hace al tono, sobre todo cuando tenés esos saltos. Cuando tenés momentos de puertos, barcos, islas... más se nota que en gran parte de la historieta sólo tenés planos cerrados de objetos.
–Barragán sugiere. En un momento afirma “fui a la cárcel por un crimen que sí cometí”, pero jamás lo confiesa.
–Eso es lo fascinante de Barragán y lo que me interesa de él como personaje. Barragán es un tipo que podría decir “estuve en la cárcel”. Listo, nadie le va a preguntar nada porque es una historieta. O podría decir “estoy en la cárcel porque cometí tal crimen”. Elige el camino más torcido posible. Dice “estoy en la cárcel por un crimen que sí cometí”, pero no te dice qué fue. Quiere que quede claro que hay algo que no te está contando. Por eso, cuando se vuelve malo, se viste de amarillo y le gusta que se note. Es un tono, un tipo de personaje muy divertido para trabajar. Lemony Snicket dice en un libro con consejos para los niños, que eso de que la mentira está mal es un invento de los adultos, que lo que quieren es que los niños no les mientan. La mentira a veces está mal, a veces está bien, y a veces es fundamental. Uno da la información que quiere o puede, y es un derecho. Qué comparte uno de su memoria con el otro es un derecho. La trampa radica en que Barragán está por momentos tan desbordado, tan abierto, tan íntimo, que da la sensación de que lo comparte todo. Sin embargo, cuando empezás a pasar revista, no sabés a quién le escribe la carta, por ejemplo.
–La historia tampoco tiene otros personajes, aunque se mencionan.
–Juan Sasturain dice que no tiene personajes. Yo disiento levemente: Barragán es el único personaje que necesita. Después tenemos lo que Barragán nos dice de gente que él conoce, que aparecen en función de su deseo, su necesidad, y de lo caprichoso del recuerdo, también. Hay una enorme amistad con el Negro Melba, que no la vemos.
–La historia arranca cuando Barragán se retira, cuando todos esos otros personajes ya quedaron atrás.
–Cuando hice el primer capítulo, la idea era hacer algo corto. Recién cuando Juan y Lautaro Ortiz me pidieron un segundo capítulo me di cuenta de que el primero era un final, que un aventurero llega a comprarse una casa cuando se retira, cuando se achancha. Había contado la historia de la casa que se había comprado. De ahí me fui para atrás.
En ese irse para atrás hay exploraciones notables de las posibilidades expresivas del color (usado “de manera casi señalética” y constituyendo “un sistema en sí mismo”) y un relato de gran intimidad con un personaje que, en el fondo, se conoce poco. Y sobre todo, hay un protagonista que atraviesa a fondo una tristeza momentánea, antes de liberarse.
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