Domingo, 11 de mayo de 2014 | Hoy
MUSICA › ADOLFO “BEBE” PONTI Y LA CHACARERA
Por Cristian Vitale
Nació en Quimili, Santiago del Estero. Es autor de temas que eternizaron Jacinto Piedra, Mercedes Sosa, Horacio Banegas, Motta Luna y Los Manseros Santiagueños, entre otros. Y adora la chacarera. A Adolfo Marino Ponti no le quedaba otra que escribir un libro sobre el género que nadie sabe de dónde proviene, pero que los naturales del Misky y del Cachi Mayu han patentado para sí. “No había ningún registro bibliográfico dedicado a un género fundamental para la música argentina. La chacarera es como el alma del folklore, no se puede concebir un festival, un disco o una peña si no hay una”, arriesga el Bebe Ponti, acerca de Historia viva de la chacarera santiagueña, que presentará hoy en la Feria, en el stand de Santiago del Estero. “No es un trabajo de musicología o antropología. Tomé al folklore como hecho vivo y, a partir de la gesta de don Andrés Chazarreta, empecé un recorrido histórico y poético”, introduce el autor de “Para cantar he nacido”, una de las chacareras más grabadas de los últimos tiempos.
El trabajo narra el devenir del género a través de la vida y la obra de sus cultores. Puede que sean de los más notorios en términos de chapa (Chazarreta, Hugo Díaz, los hermanos Abalos, los Carabajal, Jacinto Piedra, Horacio Banegas o Raly Barrionuevo), o a través de figuras “casi anónimas” que aportaron su parte silenciosa. “La idea fue rescatar músicos que por ahí no pisaron Buenos Aires, pero tienen una impronta muy marcada”, refrenda Ponti y sintoniza en tal frecuencia con las copleras de Fernández o a los hermanos Mattar. “Jamás tuvieron una nota en un diario, pero yo digo que escribieron el guión de los desposeídos. No en términos testimoniales y sociales, sino a través de las pasiones humanas, del romanticismo de la gente de campo. Cuando uno los escucha parecen dos almas en pena de Salavina, cantando”, describe Ponti.
–Inclusión social aplicada a la chacarera.
–(Se ríe.) Me tomé el trabajo de hablar de músicos que nunca figuraron en medios, pero están clavados en el corazón de su gente. No necesariamente se requiere de una gran obra, a veces un tema deja un color imborrable en la música popular. César Vallejo decía que un buen verso justifica un libro, y yo digo que a veces una pieza bien entonada justifica la presencia de un cantor en el desarrollo de un género popular.
–En el prólogo, Marcelo Simón define el libro como “el primer relevamiento espiritual de la chacarera”...
–Un gran elogio. Nunca quise deshacerme de la poesía, porque un género tan rico en mitos y leyendas ameritaba un abordaje poético. Se dice que Santiago del Estero tiene un volumen de coplas anónimas con el que se podría armar una biblioteca infinita, una copla distinta a la salteña o a la jujeña. En Santiago nos vamos a encontrar con la picaresca, pero también con las pasiones, la vida, la muerte.
–Con trasfondo en el monte, en vez de la quebrada o la puna.
–Que influye muchísimo, porque es diferente hasta la resonancia. La del monte parece una campana de palo, la de la puna rebota en la montaña y te atraviesa. Lo mismo pasa con la voz del cantor santiagueño, que es un barítono más bien dulzón, no tiene grandes registros como el salteño. El canto santiagueño se mimetiza con sus árboles, su naturaleza, sus pausas, la mirada hacia el horizonte que a veces es cortada por el monte y a veces no. Además, si hablamos de chacarera, tenemos que decir que está ceñida por dos ríos, el Dulce y el Salado, el Cachi Mayu y el Miski Mayu, distancia que yo veo como si fuera una guitarra en que La Telesita baila desde el diapasón hasta el cuerpo.
–Hay discusión sobre el origen de la chacarera. ¿Dónde nació?
–No sé. La música no tiene propietario. Lo que hizo el santiagueño fue alojarla y apropiarse. El historiador Alfonso Nassif discute con otras posiciones y resuelve “si no es santiagueña, tráiganme una chacarera de otro lugar”. Si uno dice familia Carabajal, automáticamente la asocia con dos cosas: santiagueños y chacarera; si uno habla de los hermanos Abalos, automáticamente asocia Santiago y chacarera. Por lo tanto, es el pueblo argentino el que le ha otorgado su pertenencia. Hay chacarera tucumana, chaqueña o cordobesa, pero todas se van a remitir a la chacarera madre.
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