Jueves, 18 de septiembre de 2014 | Hoy
HISTORIETA › HORACIO ALTUNA APADRINA LA SEGUNDA EDICIóN DE COMICóPOLIS
En España, donde está radicado, el creador del Loco Chávez y el Sr. López milita activamente por los derechos laborales propios y de sus colegas. Ahora llegó para ser parte de la muestra que entre hoy y el domingo se realizará en Tecnópolis, con más de treinta invitados.
Por Andrés Valenzuela
Horacio Altuna lleva días agitados. Tanto o más que muchos de sus más famosos personajes: el Señor López, el Loco Chávez, Merdichesky y otros a los que dio vida en su prolífica obra como dibujante. Volvió al país para apadrinar la edición 2014 de Comicópolis, el festival internacional de historietas que comienza hoy en Tecnópolis, y desde que pisó el aeropuerto de Ezeiza que no detiene su actividad: entrevistas, encuentros con colegas, firmas de libros y exposiciones propias y ajenas. Además, claro, los viejos amigos que reclaman una cena, un café, una charla. Sin embargo, tiene energías: se hace un largo rato para hablar con Página/12 y se sigue la conversación incluso largo tiempo después de apagado el grabador.
Es que Altuna es un apasionado de lo que hace. Reflexiona mucho sobre su trabajo y milita activamente por los derechos laborales propios y de sus colegas. En España dirigió una asociación regional y ahora colabora a la distancia con el colectivo Dibujantes Trabajando (que reúne a la Asociación de Dibujantes de la Argentina, al Foro de Ilustradores y al Movimiento Banda Dibujada), que impulsa proyectos de ley para mejorar la situación del sector. Es más: consciente del lugar inmejorable que le ofrecieron, quiere aprovechar la ocasión de ser padrino de Comicópolis para impulsar esos debates y dar a conocer la situación de sus colegas.
Parte de ese impulso tuvo lugar en la Sigen (Sindicatura General de la Nación), donde abrió las actividades de “Esperando a Comicópolis” con una muestra propia. Fue en una fecha significativa: el 4 de septiembre, Día de la Historieta Argentina. La sala de exposiciones se llenó de público, colegas y amigos. “¿Viste la teoría de Zygmunt Bauman sobre los tiempos líquidos, que nada dura, ni permanece y qué sé yo cuánto? Creo que lo contradigo a Bauman. Hace 32 años que me fui y todavía siguen en el imaginario de la gente todas las cosas que hice”, comenta cuando se le recuerda esa inauguración (la muestra termina este viernes) y la charla que brindó el martes. Además le llama la atención porque en la Argentina casi no se reeditaron sus trabajos. “Estar en el imaginario colectivo es una cosa muy grata, uno hace una obra justamente para la permanencia”, afirma. “Soy un devoto de autores como Breccia, Pratt, esos que tienen vigencia, y no me comparo, pero con el tiempo transcurrido me encuentro que estoy dentro del paquete de quienes todavía se recuerdan.”
Altuna celebra la realización de Comicópolis y admite que cuando el avión aterrizó aún no se hacía una idea cabal ni del festival ni del predio que lo alberga, que lo impresionó. “Que se ponga el foco de atención en algo que es nuestro sector, que pertenece a la cultura popular, es muy importante”, considera. “Ahora me encontré con la repercusión, por un lado, y por otro, conocí Tecnópolis, que sólo había leído muy fugazmente qué era aquello y me sorprendió muchísimo”. Explicar a sus amigos españoles en qué consiste el predio de Villa Martelli es “muy difícil”, asegura. “Porque es una especie de parque temático formidable, que es lúdico, pero no a la manera de Disneylandia o de los europeos, sino que es un espacio absolutamente cultural, con el acento puesto en la enseñanza, la naturaleza y la ciencia. No he visto en Europa un espacio así: no lo hay. Si esto estuviera en París sería sitio de turismo obligado”.
–¿Qué espera del festival?
–En principio, los resultados que busca la organización: mucha gente, mucho feedback con los lectores. Pero sobre todo, que en algún momento se hable de la profesión. Que se sepa que el tipo que está haciendo un personaje tiene que pagar el supermercado, la verdulería y tiene sus propios problemas, como cualquier laburante.
–¿Cómo es su relación con Dibujantes Trabajando?
–He estado trabajando permanentemente con ellos. Y es un proceso fantástico. A ver: vengo de España, donde esto está ya muy estructurado. Fui presidente incluso de la Asociación de Ilustradores de Cataluña durante seis o siete años. Ahí somos 600, pero entre todas las asociaciones de España suman alrededor de 1300. Francia no tiene algo así, ni Estados Unidos. La tiene Inglaterra, pero abarca otros rubros. A la manera española, que yo la veo modélica, no hay. Todo el movimiento de los colegas de aquí me parece formidable, porque es la única manera de mejorar las condiciones, de tener una relación más digna con el trabajo, con el mundo editorial, que se respeten más las buenas prácticas. Ese tipo de cosas me parecen fundamentales.
–¿Qué obstáculos tendrán que enfrentar en este proceso?
–Los inconvenientes pueden llegar del desconocimiento de nuestro sector por parte de los legisladores. A algunos colegas, el mundo político los palmea, orgullosos de que sean argentinos y de que tengan reconocimiento internacional. Pero detrás de ese tipo que triunfa hay un colectivo muy grande. Todos hacemos el sector: los buenos, los malos y los regulares. Nuestra forma de trabajo, cómo nos relacionamos con el mundo editorial, qué nos da este a cambio: todo eso, el legislador lo desconoce. Esa distancia podría atentar contra la consecución de las cosas que se están buscando.
–¿Cómo está la situación en España?
–¡Mal! ¡Para el orto! Con un gobierno como ése, ¡y con una oposición como ésa! Se han juntado el hambre y las ganas de comer. Cada vez que hay elecciones, te piden que elijas entre el cáncer y la leucemia. El PSOE ha sido lamentable y el PP es de terror. Hay muchísima corrupción. En todo el mundo la hay, pero en España es aterradora. En la Argentina uno puede estar a favor o en contra de lo que hace el Gobierno o la oposición, pero allá hay una especie de mayoría muy sensible y visible que está en contra de todos. Es el “que se vayan todos” en estado permanente. Igual, en España hay cosas interesantes, como el movimiento Podemos, que se ha nutrido de los indignados del 11-M.
–El Podemos tiene muchos cuadros jóvenes.
–Absolutamente. Y es transversal. Es muy interesante como fenómeno, me parece que plantea el futuro de la política. No como partidos, sino como movimientos sociales que se estructuran para conseguir determinado tipo de cosas. Me interesa mucho ese proceso.
–La situación de los dibujantes también está difícil en Francia, un mercado que históricamente era un bastión para el sector.
–Pero están reaccionando tarde los dibujantes franceses. Hay muchos dibujantes que están trabajando, lo mismo que aquí, para mejorar las condiciones, pero no hay una asociación. Tienen miles de dibujantes, diez veces más que los que hay en España, pero no están estructurados. Para mejorar las cosas no hace falta un ateneo cultural, sino una asociación profesional que luche por los derechos, que haga docencia, defensa de derechos y tenga un compromiso con la profesión.
–¿No lo necesitaron?
–No sé. Cuando firmás contrato con una editorial francesa, además de cederle los derechos obligatoriamente para el resto de tu vida y 70 años después, firmás una cesión de derechos digitales. Y si no firmás una cosa, no firmás la otra. Eso en España no sucede. Al menos se discute. Hay consenso en que ciertas cosas no se hacen.
–¿Qué habría que aplicar aquí?
–Aquí, el chico que se inicia no sabe leer un contrato. Es fundamental saber si te están cagando, qué estás cediendo, a quién. Siempre digo una frase que me gusta: cuando hablo con un editor, él finge que me dice la verdad y yo finjo que le creo. La realidad es que tengo la obligación de que si él me dice que tira 10 mil ejemplares, o 5 o 3000, creerle. Y lo mismo cuando me dice que vendió 300. Pero no hay control.
–El autor tendría que pedir una auditoría.
–Convengamos en que eso significaría tener abogados. Guita. Y que el resultado te compense eso. Por eso me parece fundamental hacer docencia. En España hacemos eso: cómo se lee un contrato, cuáles son los contratos tipo. Que haya una evaluación de todo lo que te van diciendo. Que no haya letra chica, o que no sea terrible.
–Volviendo a Comicópolis y los eventos de historieta: usted reeditó unos encuentros de dibujantes en Lobos, su ciudad natal, hace unos años. ¿Cómo considera esa experiencia a la luz de este evento?
–Los primeros encuentros de Lobos habían sido en el ’77 o ’78. Habíamos juntado cien autores: Breccia, Salinas, todos. La lista era alucinante. Entonces, ingenuamente pretendimos hacer algo mucho más modesto, pero que tuviese esa convocatoria, pero hubo una cantidad de problemas. Sobre todo, faltaron difusión y una gimnasia profesional para hacerlo. La gente de allí no sabía nada de historieta y, por otro lado, el mundo había cambiado. En aquella época estaban todas las revistas.
–Alcanzaba con comprar los diarios del día y las revistas del kiosco para saber a quién invitar.
–Claro. Estaban las revistas de Columba todavía, con 60 o 70 dibujantes. En la actualidad no es así. El movimiento pasa en otro lado. Entonces fracasó en esos aspectos. Ese es un problema mío. Me hago responsable de esos fallos porque no los vi. A pesar de la buena voluntad de la gente de Lobos, que trabajó bien y mucho, no se puede hacer una cosa así sin gente que conozca el medio.
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