Viernes, 23 de octubre de 2015 | Hoy
HISTORIETA › BARRIO GRIS, DE EDUARDO MAICAS Y PIPI SPóSITO
El guionista y el dibujante publican juntos en Fierro desde hace siete años y a través del financiamiento colectivo publicaron este recopilatorio de veintidós de sus trabajos, de notable factura a cargo del sello Wolcowicz Editores.
Por Andrés Valenzuela
Son dos animales. Dos desgraciados, diría una abuela rencorosa. Porque, para colmo, se salen con la suya. Eso podría decirse de Eduardo Maicas y su cómplice Pipi Spósito, a raíz de los “22 grandes éxitos” de su Barrio gris. La dupla –asociación ilícita, según la figura penal– publica en la Fierro desde hace siete años. Ambos fueron tranquilos, con paciencia, como haciendo un boquete en las páginas de la revista y en la mente de sus lectores. Y les salió tan bien la cosa que hasta convencieron a un montón de lectores/ socios/ sátrapas de prenderse al plan y apoyarlos. Es decir, organizaron un financiamiento colectivo y les fue mejor todavía. El resultado está a la vista: un impecable libro recopilatorio. El volumen reúne esas veintidós historias, está notablemente editado y viene de ganar un premio en la última edición de Comicópolis. “Tomá pa’ fruta”, diría la misma abuela del comienzo de esta nota, o cualquier abuela guionada por Maicas.
Ahí nomás arrancan los (muchos) méritos que tiene Barrio gris. En el oído envidiable que su guionista tiene por el habla coloquial. Oído afilado por las visitas a la tribuna de Independiente, por charlas viscerales de café con sus infinitos amigos y, también, aguzado por la impunidad que le da su renguera a la hora de destilar acidez y humor negro (y hay que ver lo risueño que se pone Maicas cuando arranca en esa vena y el variadísimo repertorio que tiene al respecto). Esto no significa que el registro de Barrio gris sea naturalista. Para nada: son historias grotescas, pasadas de rosca, por momentos son hasta maravillosas animaladas. Pero el tono de habla de sus personajes es tan caricaturesco y genuino a la vez que lleva las historias –todas truculentas, tragicómicas y bizarras– a otro nivel.
Ahí entra en juego el papel indispensable de Spósito. Hay una unidad fascinante entre el dibujo que propone y el tono de las historias. El dibujante plantea caricaturas humorísticas y oscuras, tiernas y violentas, demenciales y muy, muy auténticas. La viejita de la portada, con su pollera a cuadros, es cualquier viejecita (incluso la maldita que los trata de “desgraciados”) de barrio que hace los mandados y que supo ser joven cuando la ropa se planchaba en la tabla y no en el automático. Eso sí, esta vieja va por ahí con una plancha manchada de sangre, así que mejor no discutirle mucho y que el chino no se le quede con el vuelto. Por si acaso, vaya uno a saber qué arranque le escribirá Maicas, si no.
La edición, por otro lado, es inusualmente buena. Contundente, incluso, con su papel grueso, su centenar y medio de páginas, y una solidez que podría usarse en cualquier asesinato puertas adentro, como los varios que retratan las historias. En este sentido, resulta notable que sea resultado de un proceso de financiación colectiva –llevado a la práctica luego con el sello Wolcowicz Editores–, una de las modalidades que está cobrando especial fuerza este año en la producción local de historietas. Lo llamativo de esto es que ni Maicas ni Spósito (dupla con nombres de impronta tanguera barrial, dice Sasturain) son jovenzuelos que recién arrancan ni editores independientes. Son veteranos del circuito y referentes de sus colegas más jóvenes. Eso sí, elegir este camino les permitió editarlo a su entero gusto. Y como los gustos hay que dárselos en vida, publicaron tremendo libro. ¡Qué desgraciados!
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