Viernes, 23 de octubre de 2015 | Hoy
CINE › LA HUELLA EN LA NIEBLA, DE EMILIANO GRIECO
Por Horacio Bernades
Puesta al lado de ciertos films de Gustavo Fontán (La orilla que se abisma, El rostro) y de Sergio Mazza (El amarillo), La huella en la niebla parecería hablar de un género “cine del Paraná”, que hace propio lo que es propio del río. La mansedumbre que da paso a crecientes imprevistas, la horizontalidad de río de llanura, el modo en que corrientes invisibles inciden sobre su régimen y temperaturas, la neblina y los reflejos del sol que afectan la percepción. Como esos films de Fontán, en la ópera prima de Emiliano Grieco lo sensorial se impone por sobre lo narrativo. Se asiste aquí a un relato que, como los terrones de barro que el protagonista desgrana a manguerazos, parecería deshacerse en la discontinuidad, desmaterializándose plano a plano.
Hay un protagonista, un crimen, circunstancias propias del drama. Pero a la larga priman ciertas sensaciones. Herido a la altura del abdomen tras un incidente brumoso, un joven llamado Elías vuelve remando a la isla donde vive, descubriendo que a su casa se le llevó la inundación. El padre le da refugio, alguien le consigue conchabo en un buque, comienza a levantar un nuevo rancho, su ex le recuerda su pasado de alcohólico, la nueva pareja de ésta lo echa violentamente. Elías no puede ver a su hijo, se compra una petaca de whisky y las cosas tienden a desmoronarse. Como el barro reseco y humedecido. El relato es igual de seco, parco como los sonidos del río. Pero el silencio aquí se oye: conviene, en la escena inicial, parar el oído en medio de la noche, oír el sonido de la corriente, el roce de los remos y el bote. En las siguientes, escuchar el rumor de fondo, que es electrónico pero parece acuático.
El silencio se oye, la oscuridad deja ver, entre sombras. Las casas son sumamente provisorias en la zona: se come a la intemperie, se vive casi más en el bote que en tierra. El film es en colores, pero toda la secuencia inicial es negra, y la que le sigue, blanca. La primera, por la noche sin luna. La otra, por la espesa niebla diurna. En una de las primeras escenas, una mano agónica asoma desde el borde inferior del cuadro, interrumpiendo la calma del bote detenido y el plano fijo. A la mañana siguiente, la niebla es tan espesa y blanca que parece un sueño. Grieco organiza el relato de modo impresionista, fragmentando el tiempo y el espacio: planos recortados y grandes elipsis.
Hay dos problemas con la herida del protagonista. Uno es de orden práctico. ¿Hay alguien sobre la Tierra que en ese caso no se aplique aunque más no sea un poco de alcohol o agua oxigenada? ¿Que no se ponga una venda o una gasa? ¿Alguien a quien, de ser así, la herida no se le infecte? En ambos casos, la respuesta es la misma y lleva por nombre Elías. La otra traba es de carácter simbólico. Esa herida del costado izquierdo, sumada a ciertas imágenes religiosas muy “puestas” sobre el relato, hablan de un intento de asimilar al protagonista al sujeto por excelencia de la iconografía cristiana. Lo cual, vista la cadena de sentido que hilvana el relato, no parecería venir a cuento. Más vale quedarse, entonces, con la apelación sensorial de La huella en la niebla, que cuenta con el infalible Germán de Silva en el papel de padre, y una adecuadísima Emme (Emme Vitale, según los créditos), en el de la ex.
Argentina, 2014
Dirección y guión: Emiliano Grieco.
Fotografía: Tebbe Schöning.
Duración: 82 minutos.
Intérpretes: Damián Enríquez, Germán de Silva, Emme Vitale.
Estreno exclusivo en el cine Gaumont Incaa Km 0.
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