Miércoles, 30 de diciembre de 2009 | Hoy
MEDIOS › VISITAS ILUSTRES Y MUCHA ACTIVIDAD EN EL JAZZ ARGENTINO
Cassandra Wilson, Brad Mehldau y un festival programado con inteligencia dominaron un año donde abundaron proyectos.
Por Diego Fischerman
El jazz es, desde hace tiempo, mucho más una manera de hacer música que una música. Y una lengua franca entre músicos que tienen la improvisación y el desarrollo de formas instrumentales como su objetivo. Por eso hablar de jazz argentino resulta distinto –e infinitamente más productivo– que hacerlo de tango japonés o cumbia finlandesa. De hecho, no sólo en la Argentina han surgido grandes nombres del jazz mundial, como Oscar Alemán o el Gato Barbieri, sino que se han gestado estéticas que sin necesidad de toques locales de color –aunque puedan incluir, eventualmente, elementos de músicas locales– tienen un gesto absolutamente propio.
En ese sentido, una recorrida por el género debe comenzar por la comprobación de su vitalidad, por el hecho de que músicos como Ernesto Jodos, Paula Shocrón, Mariano Otero, Pepi Taveira, Hernán Merlo, Sergio Verdinelli y Fernando Tarrés, entre otros, sigan creando músicas originales e intensas, graben discos, toquen en vivo y no se detengan ante las infinitas dificultades que un medio como el argentino plantea a los artistas. Son signos de salud la existencia de una cátedra de jazz en el Conservatorio Manuel de Falla (que dirige Jodos), cuyos grupos interactúan con la escena del género y actúan con frecuencia. Y lo es, también, el hecho de que Sony haya decidido grabar jazz argentino. Entre las producciones más nuevas se destaca la originalidad de Desarreglos, de Otero, que recoge su trabajo de homenaje a Walter Malosetti surgido a partir de un encargo del Festival de Buenos Aires del año pasado, y La palabra Kilómetros, de Jodos, junto al excelente guitarrista rosarino Carlos Casazza, una suerte de fantástico ensayo sobre las formas musicales de la intimidad. Y son asimismo alentadores los festivales que, como en Ushuaia o El Bolsón, permiten, además del acceso al jazz de un público alejado de los grandes centros urbanos, el intercambio entre músicos y lenguajes de diversas procedencias.
El Festival de Jazz de Buenos Aires, por su parte, programado con inteligencia por el pianista Adrián Iaies, recoge esa riqueza y ofreció, en su edición de este año, una variada gama de propuestas locales, sin descuidar los proyectos de más largo plazo –encargos de obras para ballet y relecturas de obras como las de Piazzolla o el Gato Barbieri–. Además, el festival cerró con la estimulante actuación de la Orquesta Nacional de Jazz de Francia y tuvo, en su apertura, a un pianista extraordinario, Fred Hersch, quien brilló en tres conciertos, en trío, solo y en quinteto junto a músicos argentinos. No fue la única visita luminosa que llegó a Buenos Aires. La excelente cantante Cassandra Wilson llegó al frente de su grupo y brindó un show exacto, de rara comunicatividad y belleza. Brad Mehldau, otro de los grandes pianistas pos Jarrett –y tal vez en muchos aspectos la contracara de Hersch–, actuó por primera vez en esta ciudad como solista (antes lo había hecho en trío y acompañando a la cantante Fleurine). Su gusto por la polifonía y por una mano izquierda rica en dibujos melódicos y contracantos, en todo caso, lo acercó, aunque con un estilo absolutamente distinto, a Hersch. En ambos casos aparece en el centro de la escena ni más ni menos que una de las características esenciales del jazz: la capacidad –y la necesidad– de dialogar con su propia historia.
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