Miércoles, 30 de diciembre de 2009 | Hoy
MUSICA › BALANCE DE LA ACTIVIDAD ROCKERA DURANTE 2009
Reencuentros, separaciones, conciertos maravillosos y otros signados por el caos y la muerte, la sensación de inequidad en el juicio por Cromañón, las limitaciones a los decibeles y las declaraciones de Abel Posse fueron los puntos salientes del año rockero.
Por Roque Casciero
En 2009, el rock no estuvo sólo arriba de los escenarios o en los estudios de grabación. También pasó por Tribunales, por hospitales, por sedes políticas, por comisarías, por televisión y hasta por la tapa de este diario, con las antediluvianas declaraciones del ex ministro de Educación de Mauricio Macri. Fue un año lleno de sensaciones encontradas para los espíritus rockeros: conciertos multitudinarios para guardar en la memoria y el corazón, visitas internacionales esperadas durante años, separaciones de bandas muy populares, entradas a precios ridículos, muertes absurdas, regresos geniales y otros fallidos, decibeles para abajo, Violencia Rivas, poca renovación en cuanto a sonidos e ideas, cancelaciones de festivales y cierre de lugares para shows grandes (además de los problemas para concretar los chicos, que venían de antes), la sensación de inequidad que dejó el juicio por Cromañón, lavadas de manos varias y la consolidación de algunos (pocos) artistas. Todo parte de un panorama enrarecido, en el que ni los mejores acordes ni la letra perfecta valdrán por las vidas de Rubén Carballo y Melisa La Torre, muertos en situaciones aún no explicadas durante shows de Viejas Locas y Las Pastillas del Abuelo, respectivamente. Ni servirán para zanjar el mar de odio y dolor impuesto por el dedo medio en alto de la madre de Patricio Santos Fontanet a otras madres que perdieron a sus hijos hace hoy cinco años, en la noche fatídica de Cromañón. Hubo bálsamos para el alma, sí, pero ante la magnitud trágica de estas situaciones, tuvieron gusto a poco.
Cuando los seis integrantes de Radiohead volvieron al escenario del club Ciudad para un bis fuera de programa, ya habían dado un concierto imposible de olvidar, no hacía falta más. Pero hubo más y fue “Creep”, su primer hit, el que hacía años se negaban a reproducir en vivo. ¿Cómo no quebrarse con esa letra del tipo que se siente tan poca cosa? No en vano la canción fue (es) un himno para los “bichos raros” de varias generaciones... El show, con las estalactitas de luces, Jonny Greenwood convertido en multiprocesadora y Thom Yorke extrañamente sonriente, fue de lo mejor que se vio en estas tierras e hizo olvidar los quince años que hubo que esperar para vivirlo. Y además, fue el 24 de marzo, una fecha que la banda no pasó por alto: les dedicó “How to Disappear Completely” a los desaparecidos.
Aunque costará encontrar paralelos para ese show de Radiohead, afortunadamente no fue la única visita que brilló durante 2009. AC/DC volvió a enchufar a los argentinos a 380 durante tres noches en River y le hizo honor a su tradición de locomotora rockera. El quinteto australiano le da a su público lo que éste reclama, sin necesidad de renovarse ni de intentar caminos nuevos para sostener su vigencia: alcanza con que Angus Young salga a repartir agudos vestido de colegial, con que Brian Johnson se cuelgue de la campana en “Hell’s Bells” y con los cañonazos del final, mientras suena “For Those About to Rock (We Salute You)”. Los amantes del rock más duro ya habían tenido una panzada con el regreso de Iron Maiden, que en esta vez sí trajo toda la parafernalia con la que había girado por Europa, y el River a medio llenar de KISS. Por los festivales y estadios pasaron artistas de la talla de Depeche Mode (gran show en el Ciudad), The Prodigy, Pet Shop Boys, Die Toten Hosen (que reafirmó su romance con el público argentino), los reagrupados Faith No More (lección magistral del cantante Mike Patton), Kraftwerk (abrió para Radiohead), Manu Chao, los uruguayos La Vela Puerca y No Te Va Gustar y artistas ascendentes como The Ting Tings y Gogol Bordello. Claro que no todos pudieron tocar con el volumen adecuado. Pero ése es otro tema.
Presencia desagradable en los festivales y shows grandes, si las hubo: los inspectores que, decibelímetro en mano, controlaban que el volumen estuviera dentro de los marcos legales. Claro que, según los organizadores, los decibeles permitidos en la zona de Núñez (donde están el Ciudad y River) son sobrepasados sólo con el ruido del tránsito sobre Libertador. El gobierno de Macri decidió que los vecinos no podían ser molestados por esas catervas de “jóvenes estupidizados por el rock” y cerró GEBA antes de la realización de Creamfields, casi al tiempo que ordenaba bajar los decibeles en el Pepsi Music. Los músicos quisieron poner el grito en el cielo, pero no había caso, no se podían sobrepasar los 95 decibeles en la zona del mangrullo. ¿Alguna vez alguien imaginó escuchar a Divididos a volumen tan bajo como en el Pepsi?
Después, Macri recibió al productor Roberto Costa –justo antes de irse de Time For Fun–, Mario Pergolini y rockeros varios, quienes reclamaron sobre el tema. El “acuerdo” fue que se podría subir un poquito el volumen, pero que en 2010 ya no podrán hacerse shows en el Ciudad –del que Gustavo Cerati se despidió con los volúmenes al taco– y sólo habrá diez por año en River, que le aporten a la cultura porteña (¿según quién?). Si se tienen en cuenta los ya programados para Coldplay, Metallica y Guns N’Roses (a fines de marzo, con Jane’s Addiction como invitados), queda bastante poco para el resto de 2010. Las alternativas que presenta el gobierno PRO –el Parque de los Niños y el Parque Roca– son inviables para los productores por cuestiones de acceso y de... seguridad.
Si sólo se tratara de una disputa entre vecinos y productores, el gobierno porteño quedaría en medio, en la incómoda posición de tener que hacer consensuar a unos y a otros. Pero la elección por parte de Mauricio Macri de un ministro de Educación (¡nada menos!) que salió a opinar que el rock estupidizaba a los jóvenes hizo que la mirada de los rockeros se tornara más dura con el jefe de Gobierno. “Posse Music” fue el logo “adaptado” del Pepsi que Página/12 puso en su tapa del domingo 13 de diciembre, mientras todavía estaba en funciones el ministro que atacó al rock y, mucho más grave, defendió la dictadura y a Julio Argentino Roca. Lo que hizo el diario fue darles el micrófono a los rockeros, sin límites para los decibeles, y desde León Gieco hasta Andrés Calamaro, todos criticaron la visión retrógrada de Abel Posse. Walas, de Massacre, diferenció entre fascistas “amateurs y profesionales”, ubicó al ministro entre los segundos y rogó que “Abel no nos haga pasar las de Caín”. Dos días más tarde, Posse renunció.
Casi diez millones de pesos. Eso es lo que le reclaman al Estado los integrantes de Callejeros, por lucro cesante, daño moral y el fallecimiento de sus familiares y allegados. Todo sucedió después de que se diera a conocer el fallo que absolvía a los músicos en la causa por la muerte de 193 personas en Cromañón. El manager de la banda, Diego Argañaraz, en cambio, fue condenado a 18 años de prisión como partícipe necesario en el incendio doloso calificado. Esa es la mayor contradicción que se señaló en la sentencia por parte de quienes saben cómo funciona una banda de rock –porque los Callejeros no son marionetas de un manager que los eligió en un reality– y de quienes vieron con profundo desagrado cómo los músicos jugaban a la obediencia debida para despegarse de su otrora amigo. Omar Chabán fue el que recibió la pena mayor: veinte años de prisión. Y su ayudante Raúl Villarreal, un año. El subcomisario Rubén Díaz fue condenado a 18 años y las ex funcionarias de Control Comunal Fabiana Fiszbin y Ana María Fernández, a dos más cuatro de inhabilitación. En la plaza de Tribunales, los fans de la banda festejaron la absolución de los ¿músicos? como si se tratara de un partido de fútbol. Dentro de la sala, Susana, la madre de Fontanet, les hacía el gesto de fuck you a los padres de los chicos muertos en Cromañón. Hubo corridas, carros hidrantes, declaraciones fuertes. Y el dolor, que nunca tendrá fin, ni siquiera recibió un poco de consuelo.
Después de Cromañón, todo el mundo salió a mostrar lo bien que hacía las cosas, cuánto se preocupaba por la seguridad del público y demás. Una investigación del Suplemento NO de este diario demostró que, cinco años más tarde, la tragedia sólo sirve como excusa para cobrar coimas más caras. Pero la mayor demostración de lo poco que se aprendió con la muerte de 193 personas en un show de rock fue que otras dos murieran durante este año, aunque en circunstancias distintas. Las Pastillas del Abuelo dieron el 5 de diciembre su show más grande. Fue en Ferro, desde donde una ambulancia trasladó a Melisa La Torre, quien falleció más tarde en el Hospital Teodoro Alvarez, al parecer por el hundimiento de su caja torácica al ser aplastada contra una valla. La banda suspendió todas sus actividades hasta que se aclare qué sucedió. “Estamos muy golpeados y pasando momentos de mucho pesar”, dijeron. Casi al mismo tiempo, Callejeros confirmaba su participación en Cosquín Rock.
La supuesta “aclaración” de Pity Alvarez sobre el caótico regreso de Viejas Locas en Vélez carecía de la coherencia y de la profundidad que merecía el tema. El músico se lavó las manos; la productora hizo otro tanto, pero hubo montones de apaleados –por la brutal represión policial y por la hinchada de Vélez, que ese día parecía ser parte de la organización– y un muerto, Rubén Carballo, cuya autopsia desmiente la teoría de los uniformados sobre que se había caído tratando de colarse. Según el informe, el golpe en el occipital que le partió el cráneo fue “con un objeto romo”. Romo como, por poner un ejemplo al azar, un bastón policial. La causa sigue abierta. A Botafogo le saltó la térmica tras el caos por la vuelta de Viejas Locas y escribió una carta pasada de rosca en la cual, sin embargo, no cuesta demasiado encontrar verdades inapelables.
Para que volviera Viejas Locas, primero se desarmó Intoxicados: el último show ¿de la banda? fue sólo con Pity y el baterista Abel Mayer (quien también toca en VL), además de músicos invitados, en Cosquín Rock. Los Piojos no se separaron oficialmente porque anunciaron un “parate”, pero las tensiones entre los integrantes del grupo no hacen prever un regreso pronto. ¿A eso no se lo llama separación? Algo similar sucedió con Bersuit Vergarabat: por más que los discos de Juan Subirá, Gustavo Cordera y De Bueyes aparezcan “presentados” por la nave madre, se sabe que la mala onda campea en el frente interno. Y otros que volverán a desarmarse pronto son Los Fabulosos Cadillacs, quienes regresarán a sus caminos individuales tras el exitoso Satánico Pop Tour.
La cara opuesta de la moneda fueron los regresos. O los no-regresos: el fin de año encuentra a Divididos con su disco listo, pero sin una discográfica que le ponga el moño. Sí hubo retornos de bandas como Peligrosos Gorriones, pero sobre todo de un tipo que volvió al ruedo en gran escala: Charly García. Su show en Vélez, bautizado como “subacuático” para su edición en DVD y Blu-Ray, fue un reencuentro esperadísimo con el público después de la internación para rehabilitarse de sus adicciones. Con la ayuda del trío de músicos chilenos que lo acompañó en los últimos años, más Hilda Lizarazu, el Negro García López y el Zorrito Von Quintiero, García fue recuperando la confianza mientras avanzaba el concierto, pese a que no se pudo usar todo el andamiaje previsto debido al temporal de esa noche. Y el momento cumbre fue el encuentro con Luis Alberto Spinetta (“mi maestro”, dijo Charly) para compartir “Rezo por vos” justo cuando arrancaba el diluvio.
El cruce se repitió el 4 de diciembre, en el mismo lugar, en el concierto que los músicos argentinos votaron como el más importante de la década en la encuesta del Suplemento NO: el show de Luis Alberto Spinetta y Las Bandas Eternas. Las (cortas) cinco horas en que el Flaco repasó parte de su riquísima historia les permitieron a varias generaciones reencontrarse o encontrarse por primera vez con Almendra, Invisible y Pescado Rabioso. Nada menos. Como si en la misma noche se hubieran reunido Los Beatles, King Crimson y Led Zeppelin, todos liderados por un tipo del Bajo Belgrano que en cuarenta años de trayectoria se dedicó a esparcir ruido de magia. Fue maravilloso, sublime, monumental. ¿Unico? Ojalá que no. ¿Será mucho pedirles a los Reyes Magos un concierto de cada banda por separado?
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