ENTREVISTA A JULIO CHAVEZ, QUE ESTRENA UNA OBRA PROPIA
“En el mundo del teatro, ya no necesito sacar carnet”
Escribió y dirige Mi propio niño Dios, de la que también es escenógrafo y que mañana se estrena en El Camarín de las Musas, con un elenco surgido de sus clases como docente teatral. Definiciones de un actor que ve el teatro como un hecho integral, sin límites rígidos entre un rol y otro.
› Por Emanuel Respighi
Sentado en una de las tantas mesas de la confitería de El Camarín de las Musas, Julio Chávez se mueve como un pez en el agua. Sin llamar la atención de ninguno de los ocasionales parroquianos, el actor mantiene con Página/12 una entrevista con motivo del estreno en ese espacio de Mi propio niño Dios (desde mañana, viernes y sábados a las 21), una obra que lleva su sello como autor, director y encargado de escenografía, gracias a su experiencia como artista plástico.
Lejos de estancarse en un oficio que conoce en detalle y con sobrada trayectoria (el de actor), este hombre de 49 años afirma una y otra vez que está “autorizado por el teatro” para incursionar libremente en cualquiera de sus áreas. “Hago el ejercicio –cuenta– de entender por qué pienso lo que pienso y hago lo que hago. Intento escaparme a ser esclavo de roles predeterminados por no sé quién. Entonces, directamente le pregunto al espacio teatral si estoy autorizado a moverme por su tierra. No hay que ponerse límites: hay que escapar del sentido común, que ataca e inhibe la expresión artística.”
Dividiendo su tiempo entre protagónicos en cine y teatro (ver aparte), Chávez se las ingenió para crear su propio mundo. La historia de Mi propio niño Dios (protagonizada por Mercedes Quinteros, Victoria Marroqui y Hernán Chacón, actores que pasaron por el curso de entrenamiento que dicta Chávez) se centra en la relación que se establece entre una mujer, su hija enferma y un posible candidato para la nena, en una tarde de té que se irá oscureciendo paulatinamente. “El inconveniente en esa tarde –detalla Chávez– surge debido a que la chica tiene un problema que impide y condiciona la relación. Es un acto amoroso de parte de los tres, pero que termina en algo espantoso, porque esta chiquita conlleva consigo una tragedia que no tiene explicación. Es una tragedia contada con la mayor piedad posible. Me conmueve mucho ver gente piadosa y creyente, que pese a sus problemas sigue mirando al mundo con cierta bonhomía, con una suerte de fe, caridad y piedad.”
Nacida en medio de una improvisación en el curso de actores que Chávez dicta desde hace 25 años, Mi propio niño Dios se trata de la cuarta obra escrita y dirigida por el protagonista de Ella en mi cabeza, la obra de Oscar Martínez que actualmente está en cartel en el Paseo La Plaza. Anteriormente, Chávez había realizado Maldita (sea la hora), Angelito Pena y Rancho (una historia aparte). “Haciendo Mi propio... –confiesa Chávez– aprendí mucho porque cambié mi forma de escribir. Mis obras anteriores son bastantes sarcásticas, con mucho humor agrio. A Mi propio... también lo encaré así, pero cuando lo estaba escribiendo me di cuenta de que la temática requería otro lenguaje al que me aparecía casi mecánicamente. De manera que tuve que desandar mis pasos y reconstruir el material desde otra voz. Fue todo un desafío, ya que tuve que corregirme a mí mismo, para que la obra tenga un lenguaje propio.”
–¿Desde sus inicios se propuso escribir obras de teatro o el paso a la dramaturgia fue consecuencia del hobby de escribir?
–Para un hombre de teatro, escribir teatro no puede ser un hobby. Lo puede ser para un abogado, pero no para mí. La dramaturgia es parte fundamental del hecho teatral. Aunque en los comienzos me haya dedicado a la actuación, la dramaturgia casi que viene de la mano. El motivo por el cual terminé escribiendo es que en las muestras con mis alumnos siempre me gustó escribir las pequeñas escenas. Aprendí que tengo un gusto y un interés en el que la dramaturgia también es un espacio en el que siento que me puedo expresar.
–¿Y se siente cómodo en ese ámbito? ¿Escribir le demanda mucho esfuerzo o le surge naturalmente?
–En mi vida, lamentablemente, nada me salió naturalmente, siempre he tenido que trabajar. Yo me siento mejor trabajando con los actores. El instrumento actoral me es de gran inspiración para escribir, de manera que uso casi como una lapicera al actor. Yo he sido un buen improvisador en mi lugar de entrenamiento. A mí, como actor, improvisar me gusta mucho. Una parte del entrenamiento consiste en poder improvisar sobre una situación escrita. Me he dado cuenta de que tengo un gusto por la construcción a través del lenguaje en diferentes asuntos. Recuerdo que mis maestros me decían que tenía que escribir esas ideas que improvisaba en el escenario. No me siento atado a la dramaturgia. No me presentaría como autor. Así como tampoco me siento atado a la dirección.
–¿Pero sí lo haría como actor?
–Tampoco me siento atado a la categoría de actor. Sí me siento con el gusto y la disponibilidad de poder utilizar los lenguajes de la dramaturgia, la dirección y la actuación, porque son herramientas capitales de lo que es un hecho teatral. Mi experiencia en la astrología y el mundo de la plástica me ayudaron a poder meterme en el problema de un planteo y un espacio determinado. Creo que estoy y pertenezco a un espacio en el que no necesito sacar carnet. Creo que cualquiera, no todos, pueden desarrollarse en el espacio teatral. No me gustan las distinciones ni los celos acerca de los espacios teatrales. Para mí, hay un solo espacio y es el del teatro. En el interior de ese espacio puede haber una diversidad enorme de posibilidades en la que cada uno debería transitar sin sentirse un inmigrante rechazado de su país. El teatro es un espacio que lo autoriza todo y en el cual uno debe poder hacer su experiencia. No me parece bueno pedir visa para poder incursionar en alguna de las áreas del teatro.
–Y en ese espacio integral en el que dice poder moverse con libertad, ¿qué pasa cuando es dirigido por otro? ¿Se permite hacerle concesiones al director o es más bien de acatar órdenes?
–Depende de la experiencia. Una vez que se establece una cierta experiencia de trabajo, hay roles. De lo contrario, ¿quién gobierna el barco? Lo que digo es que, en el tránsito del barco, hoy podés ser capitán, mañana marinero y pasado cocinero. El teatro nos autoriza a hacer lo que tengamos ganas dentro de su ámbito. El único juez que acepto es El Teatro. Si El Teatro decide hacerme un juicio, yo me presento al tribunal. El tema es quién va a ser El Teatro. Yo respondo, me someto y acepto ser enjuiciado por El Teatro. Ahora, ¿quién va a ser la persona que crea ser El Teatro? Me gustaría conocerlo.
–Usted tiene una reconocida trayectoria como actor y no hace mucho se animó a la dirección, la escritura y hasta la escenografía. ¿No cree que la verdadera causa de su incursión en otras áreas es la necesidad de controlar todo el espacio teatral?
–Yo me dediqué a escribir y a dirigir porque son espacios en los que siento que puedo pensar. Pero no tiene como objetivo controlarlo todo, es el permiso que me da el mismo teatro a mí para escribir, actuar o dirigir. Siento interés por la escritura, me gusta, conforma mundos, siento que hablo a través de ellos. Me gusta dirigir actores y construir junto a ellos escenas. Me siento autorizado a hablar, como artista, a través de diferentes herramientas. Yo no hablo sólo como actor. También como autor, director o como plástico.
–¿Es, entonces, el interés por expresarse el que lo lleva a incursionar en otros terrenos?
–Tengo la necesidad de crear mi propio mundo, con mis palabras y mi dirección. Y ¿por qué no hacerlo? Así como trabajo en Ella en mi cabeza, donde soy un marinero acatando las órdenes de un capitán en lo integral. Pero en lo individual soy también capitán de mi propio trabajo, porque cada uno de los actores, el escenógrafo y el musicalizador son barcos que van adentro de un barco. A mí me gusta someterme a las órdenes de un director al que respeto. No soy un actor difícil. Me someto, a priori, absolutamente. Y después se verá cómo viene el capitán. Porque si sé que el barco va a chocarse con un iceberg no me voy a quedar callado. Y, en última instancia, si estoy a tiempo, no sé si no salto del barco.
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