Lunes, 18 de agosto de 2008 | Hoy
UN FIN DE SEMANA EN DIVERSAS SEDES DEL 2X4
En el glamoroso salón Harrods de la calle Florida, en el Centro Cultural del Sur en Barracas o en el Teatro Avenida, el espíritu tanguero prevalece por sobre las diferencias estéticas. Lo más destacado: el rescate que hizo Linetzky de la primera orquesta de Troilo.
Por Cristian Vitale
Sábado. Tarde-noche. Segundo día de los diez programados. Décimo festival de tango. Contrapunto: en el Centro Cultural del Sur –una de las subsedes– hace cierto frío y los cuarenta espectadores están, todos, cómodamente ubicados en el famoso galpón negro del fondo. Dos luces azules, dos rojas, un retrato de Gardel, alguien que saca fotos y un guitarrista: Nicolás Ciocchini. La puesta, claro, es austera. El trovador, íntimo y sosegado, se toma todo el tiempo del mundo para explicar el sino de cada canción. Primero, una graciosa milonga; después “Guitarra dímelo tú”, de Atahualpa Yupanqui; después “Betinoti”, la triste historia del payador de principios del siglo pasado que Homero Manzi y Sebastián Piana hicieron propia allá por 1938 y así, un crescendo que empieza en folklore y termina en tango. Contrapunto: Harrods –sede gruesa–, es la otra cara. Casi a la misma hora, estalla de gente. Luces; shopping-tango, donde se consiguen remeras, discos, zapatos de baile y chucherías varias; glamour “pro”, a la medida de Míster Mauricio; grandes arañas, pisos de parqué –sin asado–, alfombras rojas, letras fucsia con la palabra tango proyectadas en el piso, Wi Fi Zone, living room, bar no apto para bolsillos standard, y un museo con discos de Gardel –pasta, 78 rpm– detrás del vidrio más partituras de aquellas, como la de “Adiós Buenos Aires”, de Emilio Arolas. Pero los bailarines lo hacen tan bien como en el CC Sur... el aura es la misma. Es el tango.
Buen tacto el de Esteban Morgado en Harrods cuando –atenti a lo que vendrá– hace un alto en la música: “Ojalá que esto se siga manteniendo como un Centro Cultural para la gente” y sigue. Es el número central de una jornada, larga, que había incluido al director de la juvenil Orquesta Cerda Negra, Agustín Guerrero, recorriendo el itinerario estético de su ídolo máximo, Horacio Salgán; a Nicolás Ledesma y su orquesta; a Ramiro Gallo con el estreno de su Orquesta Típica y al cordobés Aureliano Marín, con su novedoso trío –piano, contrabajo y batería–. Morgado, al final y ante una sala atestada de tangómanos plurigeneracionales, tiene a Leo Sujatovich a su derecha y ambos improvisan bellamente “Los mareados” y luego mandan un popurrí piazzolliano para introducir en escena a la estrella principal: Amelita Baltar. La ex de Astor, a quien aquél le compusiera el arriesgado “Amelitango”, es presentada por sus músicos como una tipaza. Con su voz aún impecable, arranca con la polca-tango de Ferrer-Piazzolla: “La bicicleta blanca” –“Flaco, no te quedes triste, todo no fue inútil, no pierdas la fe... en un cometa con pedales ¡dale que te dale! yo sé que has de volver...”– y prosigue con un set intenso, nada despreciable.
Yerro organizativo: la mitad de las personas que están viendo a la Baltar, no la ven. Hay una hilera de sillas en el pasillo que da al codo de Córdoba y San Martín, en línea con el ancho del escenario. Y es poco. Sillas ocupadas, personas sentadas en el piso y, mucha, parada a los costados que no alcanzan a ver más allá de las anchas columnas de madera. ¿Habría que haber pensado en otra sede? Un recodo bien al fondo sirve de consuelo para los que llegan tarde, son petisos o se cansan de clavar piso... una interesante muestra de pinturas manifiesta cómo diversos artistas plásticos imaginaron piezas clave del género: Enrique Arana a la “Muñeca brava” de Cadícamo, como una mujer desnuda y llorando, acurrucada en una cama; David Pugliese, a “La casita de mis viejos”, con un petiso panzón con cara de gil, que vuelve ante la mirada fría, acusadora y dura de su padre; y Pablo Tambuscio a “Balada para un loco”, con un tipo gordo, pelilargo y con boina, volando para alcanzar la mano de su doncella, parada en una terraza. Interesante break, además, por si la música no gusta o el precio del café te parte al medio.
Tercera parada y síntesis: glam tango, sí; pero también historia. Mayoría de hombres y mujeres de un tiempo que fue completan el lujoso Teatro Avenida para curiosear la mejor propuesta del festival: recuperar obras y arreglos orquestales perdidas y recrearlas, tal como fueron concebidas. El trabajo de Andrés Linetzky, pianista y director, es un lujo. Bajo el título de “Milongueando en los ’40”, él y una orquesta notable (que incluye a Fernando Suárez Paz, Pablo Agri y Marcelo Nisinman, entre otros) resucita al primer Troilo (el de “Tinta verde”) y generan una traslación temporal al sonido de aquella Buenos Aires de fines de los ’30. Afuera, una luna llena acorralada por nubes oscuras, recibe a los más nostálgicos con una sonrisa: la vida debe seguir... el resto, parte hacia las milongas perdidas de la noche.
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