Viernes, 22 de agosto de 2008 | Hoy
LA PRESENTACION DE HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMERICA LATINA
El escritor Ricardo Piglia definió la obra de Carlos Altamirano como “un acontecimiento de la cultura argentina”.
Por Silvina Friera
El primer tomo de Historia de los intelectuales en América Latina (Katz), dirigida por el sociólogo Carlos Altamirano, es una obra que llena un vacío en el conocimiento de nuestras sociedades al problematizar temas y conceptos que merecían mayor atención. En el auditorio del Malba, donde se presentó el libro, Ricardo Piglia y Altamirano dialogaron como dos viejos amigos entrenados en el arte de la discusión. La plasticidad con la que el autor de Respiración artificial piloteó la charla, por donde circularon una constelación heterogénea de intelectuales, de Sartre a Foucault, de Angel Rama a David Viñas, le permitió plantear un cierre con una pregunta periodística. El escritor le preguntó a su interlocutor cómo veía la situación de los intelectuales y si la función de las revistas ha cambiado. “Hoy es difícil hacer revistas literarias o culturales, porque muchas de las funciones que cumplían las revistas hace veinte años, que vehiculizaban aquello que un grupo quería instalar en el debate, sea estético, ideológico o literario, las cumplen hoy los órganos culturales de los diarios. Hay una parte de la información cultural que aparece en esas publicaciones, que ya no son los viejos suplementos culturales de los domingos, que ha achicado el espacio de las revistas”, respondió Altamirano.
La otra cuestión que subrayó Altamirano respecto de las dificultades de hacer una revista cultural está relacionada con qué decir. “Las revistas eran parte de la estrategia de un grupo destinadas a proponer una poética, una estética o librar un combate ideológico para definir cuál es el papel de los intelectuales –explicó el investigador y profesor universitario, que pasó por las revistas Los libros y Punto de vista–. El problema es encontrar algo nuevo qué decir; uno no encuentra sino música conocida y repetida. Lo más novedoso es que hay una preocupación intelectual por intervenir de manera más localizada que la tendencia a pontificar acerca de todo. Es más frecuente encontrar que los portadores de los discursos de grandes síntesis sobre la marcha del mundo hoy está menos en los intelectuales y más en los periodistas.” Piglia introdujo la cuestión de la técnica al recordar que, según José Fernández Vega, el único momento de El capital en que se usa la palabra revolución es para referirse a la técnica. “Todos estamos afectados por las grandes transformaciones de la globalización. La idea de los intelectuales en red, comunicados de manera horizontal, es un hecho al que los latinoamericanos no escapamos”, planteó Altamirano. “Este libro hubiera sido imposible sin la asistencia de Internet; ésta ha sido una condición material de la obra. ¿Esto indica el ocaso o la extinción de la especie intelectual? Si uno entrara en este tipo de pronósticos, se arriesgaría a ser desmentido en poco tiempo.”
Piglia dijo que Altamirano es uno de los ejemplos que siempre tiene presente cuando piensa en nuevas figuras de intelectuales en el mundo contemporáneo, “aquellos que no solamente hacen una obra personal, sino que construyen redes y colectivos de trabajo”. Uno de los méritos más importantes de Historia de los intelectuales en América Latina, desde la óptica del escritor, es que ha intentado reconstruir las condiciones materiales dentro de las cuales se produce el trabajo intelectual. “No se trata sólo de una historia de los intelectuales como tales, sino también de una historia del espacio material dentro del cual en América latina ha podido realizarse el trabajo intelectual: las editoriales, los periódicos, las revistas, todos aquellos ámbitos que son tan o más importantes como el trabajo mismo de los intelectuales”, aclaró Piglia. “La cultura argentina se ha pensado siempre como autosuficiente y ha mirado con desgano las tradiciones que no eran europeas, especialmente las tradiciones de América latina, por lo tanto la idea de una historia de los intelectuales en América latina que incorpore al Brasil y al Caribe debe ser vista como un acontecimiento al interior de la cultura argentina.”
Altamirano señaló que una idea muy inspiradora en el armado del libro fue la que establece que la historia del siglo XXI será híbrida. “El mérito de la obra ha sido multiplicar los ángulos desde los cuales la figura del intelectual puede ser aprehendida.” Piglia observó que de Zola a Sartre el intelectual se presentaba como un experto en cuestiones universales. “Recuerdo una conversación entre Deleuze y Foucault en la que aparece la noción de que el intelectual definiría su función en términos de un saber específico que le daría una perspectiva y autoridad para actuar en el espacio público –repasó el escritor–. Luego aparece la figura del intelectual mediático que empieza a pensar la función del intelectual en términos de su participación en los medios de masas.” El sociólogo reconoció que pusieron entre paréntesis la secuencia que mencionó Piglia porque “nos parecía que hablaba de la historia del intelectual a la francesa; había que romper con el inconsciente francés para pensar una historia de América latina”.
“Aun cuando ese pasaje que va de la figura de Sartre a la de Foucault, del intelectual de lo universal al intelectual de lo específico, tuvo un poco de eco en medios intelectuales de América latina, nos parecía necesario tener criterios propios, no por afán de originalidad, sino por ser sensible a la particularidad de lo histórico”, precisó Altamirano. “Una de las definiciones clásicas del intelectual es la de crítico del poder. Pero si parto de ese supuesto no puedo hacer una historia de los intelectuales mexicanos, porque el Estado ha sido una instancia importante a la hora de la institución de papeles y de roles muy importantes. Una empresa cultural de gran influencia en América latina como el Fondo de Cultura Económica no puede pensarse sin el Estado mexicano”, ejemplificó el sociólogo. “El caso Dreyfus no puede reducirse sólo a la historia nacional francesa porque adquiere una resonancia en los países de América latina. A partir de 1898 la palabra intelectual tiene circulación extendida en Hispanoamérica, y hacia los años ’20 ya se habla de intelectuales en esta región con la misma facilidad con que se hacía en Francia.”
Piglia mencionó que en la Historia de los intelectuales en América Latina aparece una crítica a La ciudad letrada, del uruguayo Angel Rama, “un libro que ha producido muchísimo efecto en la discusión y con el cual muchos tenemos mucha distancia respecto de la idea de que en la tradición cultural de América latina lo que vemos es el modo en que los intelectuales han funcionado para legitimar el orden social”. Altamirano reconoció que hicieron un “ajuste de cuenta” con el ensayo de Rama. “Esta obra se presta mucho a la crítica histórica, porque encuentra en América latina rasgos singulares de su historia que son bastantes generales y que tienen que ver con las sociedades modernas. Pero había un inside en la historia de Rama que no queríamos que se perdiera. Era impensable concebir una historia de los intelectuales sin pasar por la lectura y revisión de este texto.”
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