Lunes, 25 de agosto de 2008 | Hoy
LOS EDITORES LOCALES DE HISTORIETAS ANALIZAN EL ESTADO DE SITUACIóN DEL GéNERO
Rubén Meriggi, Martín Casanova, Pablo Muñoz y Thomas Dassance dan cuenta de los avances y de las dificultades que presenta hoy la publicación de comics nacionales. “A veces es difícil para el lector acceder a las nuevas publicaciones”, coinciden.
Por Andrés Valenzuela
Llegan al bar de a poco. Como la historieta que editan, completan el cuadro por acumulación. Primero Rubén Meriggi (de Thalos) y Martín Casanova (Domus). Vienen con sus nuevas publicaciones en la mano. Al ratito se suma Pablo Muñoz (Deux Studio), refunfuñando por el tránsito de Callao. El encuentro toma forma casi como la escena editorial local de comics, que crece con la suma constante de publicaciones. Cuando ya parecía que no iba a aparecer, llega el francés radicado en La Plata Thomas Dassance, quizá desorientado por las escasas diagonales en el centro porteño. Se pierde, ¡ay!, la sesión de fotos y queda en imagen, pero no en contenido, fuera de la nota, como esas revistas que los kiosqueros terminan mandando a un rincón inescrutable.
¿Qué hace falta para que la historieta nacional despegue? El latiguillo de respuesta suele ser “editores que se animen a publicar”. Esa respuesta sugiere que nadie lo hace, pero frente al grabador hay cuatro editores dispuestos a hablar sobre su tarea, desde la reinserción en el circuito de distribución hasta la financiación de sus proyectos.
¿Se está editando más o menos? “¡Más!”, sueltan a medida que se los aborda. La cuestión (parece) pasa por buscar las causas por las que existe esa sensación de que se edita poco. “Ya el año pasado había crecido la edición de historietas en Argentina, y este año se está editando más que en 2007”, evalúa Muñoz. Casanova señala que estos tiempos son mejores que el pasado (léase: la década del ’90) en que “la industria estuvo parada y no se conseguía nada nacional”.
¿Pero es fácil acceder a ese material? Se consigue en las comiquerías, seguro, pero éstas tienen su público particular. También en las convenciones, pero éstas tienen su dinámica distintiva (ver recuadro). Y están en los kioscos. ¿Están en los kioscos? La respuesta tiene matices. Una recorrida de PáginaI12 por puntos de venta en avenidas porteñas, estaciones de tren, subte y algunos locales del conurbano muestra una presencia concreta pero dispar de la producción nacional. La mayoría de los kioscos tiene poco material y apretado en el espacio. Se encuentra de todo: desde tomos lanzados a la venta hace varios meses (como el Bronca publicado por Domus), a alguna revista recién editada (como la Magma, de Thalos, o la Fierro) y espacio seguro a las ediciones de bolsillo de populares mangas. Es cierto que también existen los kioscos bien surtidos, pero son los menos. ¿Por qué esta presencia errática en una importantísima boca de venta?
Meriggi cuenta que en su camino hasta el bar del encuentro paró en cuanto kiosco de diarios y revistas encontró, buscando las últimas dos revistas publicadas por su editorial. Una estaba, la otra no. “¿Tenés ésta?”, “Sí”, “¿Y esta otra?”, “Esa no”, “Pero si tenés ésta debería haberte llegado la otra, ¡reclamala!”. De los vendedores recogió caras de mufa ante la requisitoria (la mayoría) y alguna que otra de interés.
Meriggi reconoce que a veces es difícil para el lector acceder a las nuevas publicaciones. Es un tema recurrente de los visitantes al blog de su editorial, por lo que está armando una base de datos de todos los puntos de venta de su material en el país. Pero ve el vaso medio lleno: “Aunque lo veo medio caótico, la historieta tiene presencia en el kiosco, cosa complicada hace cuatro años. Eso se recuperó”, considera. Casanova coincide y agrega que además las viñetas locales se ven en cadenas de disquerías y de supermercados, lugares de distribución alternativos “donde antes no encontrabas nada, excepto algo de Disney”.
Dassance apunta al papel de los kiosqueros en el proceso. “Muchas veces no entienden el material y si no tienen uno o dos lectores de historieta, pasa esto de que compran una o dos veces material y como no tuvo la venta rápida que esperaban, no le dan oportunidad.” “El kiosco de revistas es un lugar excelente y los distribuidores son maravillosos, aclarémoslo porque si no después de leer esto no vamos a estar más”, ríe Muñoz y aprovecha para ahondar en lo que señaló su colega. “En general el kiosquero no es un vendedor, sino un despachante de mercadería”, describe. “Entonces –analiza– hay dos diferencias: una que la gente tiene que ir a pedir lo que le interesa, no consulta; la segunda: no vas a encontrar algo que no esperabas si no tiene un lugar preponderante.”
Para Muñoz ese lugar destacado se consigue por volumen o por cantidad de publicaciones, y “con lo que se publica hoy –una veintena de libros por mes– da un volumen que amerita dedicarle el espacio”, aunque no iguala la tirada de las publicaciones de antaño. Además de revistas como El Tony o Skorpio, la crisis de los ’90 se llevó la costumbre del lector “de ir al kiosco a ver qué historietas hay –sostiene Meriggi–. El regreso de la Fierro, una marca importante, da una presencia grande a la historieta nacional en los kioscos.” Un último punto importante referido a los kioscos es que muchas de las nuevas publicaciones nacionales, al aparecer en formato libro, son “caras” para los puestos callejeros. Aun siendo relativamente baratas (15-20 pesos la mayoría de ellas), no es fácil venderlas en kioscos.
El ámbito natural de venta de estas publicaciones estaría, calculan los editores, en las librerías tradicionales. Hacia eso apunta Muñoz, que compara la ventaja de distribuir allí: “En Argentina hay muchas más librerías bien armadas, dispuestas y distribuidas en todo el país que comiquerías, entonces un objetivo es lograr una buena presencia allí y así ganar gente nueva”. Curiosamente, en esta lucha por acceder a las librerías, el bajo precio de las historietas locales parece ser un impedimento, según el análisis que realiza Casanova. “Si comparás nuestras publicaciones con un libro, son muy baratas –señala–, pero el librero, entre vender un libro de 40 y una historieta de 20, elige el libro porque le deja mayor porcentaje.” Por tirada y papel, Muñoz agrega que la producción de un libro es más barata que la historieta.
Dassance analiza el fenómeno del libro-historieta desde una perspectiva global. “Me parece que hubo un cambio en los lectores de todo el mundo, que acá recién se está dando ahora, que además de buscar la revista, también quieren el libro.” Así, según el francés, es que ya no se llega a las tiradas siderales de épocas pasadas. El lector pasó a considerar al comic como una novela y busca en él belleza como objeto, además de buen contenido y mayor tiempo de conservación. Esto generó, explica, un inconveniente para los editores locales. “Acá no está hecho el círculo completo en que los editores podamos generar nuestros propios proyectos, pagando por encargo. Dependemos de lo que ya está o se esté haciendo para afuera.” “Y hay que amortizarle al artista, porque no le podemos pedir exclusividad”, lamenta Meriggi.
La mención del presupuesto de los editores por parte de Dassance lleva la conversación por otros derroteros. “Está bueno que quede claro eso, que los editores no estamos podridos en guita”, defiende Meriggi. “Hablá por vos –salta Muñoz–, yo tengo cuentas en las Islas Caimán”, y todos ríen. El responsable de Thalos vuelve a la carga: “Está esa idea de que como hay muchas publicaciones, todo es floreciente y estamos bárbaro. No, muchachos, paremos la mano”. Entre los cuatro postulan un escenario ideal en el que podrían pagar material contra entrega. “Una caja grande de guita”, redondea la idea Meriggi. Muñoz explica que la cuestión pasa por volúmenes de venta: “Si vos podés tirar un millón de ejemplares, la caja se te genera sola”. Magma, una revista antológica que publica Meriggi, tiene una tirada de sólo 10.000 ejemplares. Los libros de la misma editorial rondan entre las 2000 y las 4000 unidades.
Más allá de la lejanía que se vislumbra respecto de un nuevo momento ideal para la escena comiquera nacional, hay optimismo. “No estamos en la cresta de la ola, esto no es lo máximo a lo que podemos llegar –asegura Casanova–, ¡si no estamos fritos! Estamos creciendo y especulando con que va a seguir mejorando, pero no nos podemos conformar.” Entonces, ¿qué falta? ¿Cómo puede alcanzarse esa “cresta de la ola”? A las consabidas respuestas “plata”, “difusión”, “continuidad de las publicaciones”, Dassance propone integrar al Estado al circuito desde su rol de promotor cultural. “Esto de generar nuestros propios proyectos y pagarles a nuestros autores, que ahora está trunco, se puede reactivar desde un subsidio que venga en forma de precompra o para pagar a los artistas, algo que en muchos países existe, y que incluso acá funciona para el libro.” El francés agrega otras opciones a una posible ayuda estatal, como incluir la historieta en los programas de promoción de la lectura o en las bibliotecas populares de todo el país (algo que la Conabip ya hizo con El Eternauta).
No está explicitado en la conversación, pero ante los editores se percibe lo mismo que con otros participantes del campo de la historieta: que es el momento clave para que el tren arranque, para no dejar que la industria caiga otra vez, como durante la debacle del ’90. Será cuestión de seguir buscando la cresta de la ola. “Vamos a llegar –asegura Casanova–, pero hay que pensar bien la estrategia.”
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