Lunes, 25 de agosto de 2008 | Hoy
MUSICA › UN ARRANQUE NOTABLE PARA SU “STICKY & SWEET TOUR”
La artista estadounidense presentó en la ciudad de Cardiff el show que traerá el 6 de diciembre a la cancha de River. Madonna mostró un estado físico envidiable, para recorrer un set en el que mezcló toques futuristas con guiños nostálgicos.
Por Patricia Rodríguez *
Desde Cardiff
Provocadora, dura, intimista, juguetona y muy sexy, a sus 50 años, una Madonna con mil caras y en plenas facultades se mostró el sábado por la noche en Cardiff más joven que nunca para dejar boquiabiertos a los miles de incondicionales que se rindieron al arranque sobresaliente del “Sticky & Sweet Tour”, la gira mundial de la indiscutible soberana del pop.
Madonna aún no ha encontrado reemplazante y así lo dejó en claro la estrella estadounidense. La diva ya no recurre a la pornografía; no finge que se masturba en el escenario ni provoca al clero. La cantante exhibe ahora su yo más atlético: salta, se retuerce con movimientos imposibles o se convierte en boxeadora. No hay duda de que medio siglo y tres hijos no han conseguido minar ni una pizca del derroche inagotable de energía que desprende la norteamericana.
Con un físico envidiable, que ha logrado a base de interminables sesiones de gimnasia y yoga, el huracán Madonna se ganó todas las ovaciones durante las dos horas electrizantes de concierto en el Estadio del Milenio. Llegó más de media hora tarde, pero su público se lo perdona todo. La gira arrancó con el tema “Candy Shop”, del último CD, Hard Candy, que contó con un preámbulo audiovisual muy al gusto de su majestad: varias pantallas superpuestas en forma de cubo, juegos digitales plagados de “golosinas” eléctricas y una Madonna que se calzó unas imponentes botas negras para lucir músculo ataviada con clara estética dominatrix. Aquí, su cara juguetona y dura.
Siempre acompañada por una escolta de bailarines acrobáticos, le tocó el turno a “Beat Goes On”, con la presencia virtual en las pantallas de fondo de Pharrell William, y para seguir abriendo la boca, no faltó tampoco la Madonna más decadente: la que se paseaba montada en un lustroso descapotable blanco, coreada por el rapero Kayne West (que la acompañó virtualmente). Con “Human Nature”, Madonna proyectó el clip grabado con su amiga Britney Spears, que pierde los nervios encerrada en un ascensor, ataviada con una sudadera negra. Hasta entonces, la artista caldeaba el ambiente. Con un público variopinto en el que abundaban los sombreros de vaquero rosa, grupos de treintañeras y su legión de incondicionales gay, desató el frenesí con un guiño a los ’90 con “Vogue” precedido del “tic tac” que salpica a “4 Minutes”. Un remix de “Die Antother Die”, con imágenes de una Madonna atleta, boxeadora, dieron paso entonces a la segunda parte del espectáculo. Con “Old School”, el nombre de este acto, no dejó de sorprender. Puso a saltar a sus bailarines y se contoneó a ritmo del clásico “Into The Groove” con movimientos de “pole dancing”. Eso sí, con nuevo cambio de imagen y enmarcada en “cartoons” en movimiento.
Le siguieron nuevas canciones como “Heartbeat” y “Borderline”, en las que desgarró acordes con una guitarra eléctrica de un fucsia potente y desde unos minúsculos shorts rojos de gimnasio; también interpretó otro nuevo single, “She’s Not Me”, que bailó con movimientos casi contorsionistas frente a una serie de fotografías suyas de hace una década. Cerró el set, eso sí, con otro single conocido: “Music”. La Madonna gitana se dejó ver en la tercera parte del espectáculo, en la que la diva no salió por bulerías, pero casi. Tras una interpretación de “Devil Wouldn’t Recognize”, la Madonna más española cantó “Spanish Lesson” vistiendo a sus chicos de monjes. Todo para no defraudar a los miles de congregados. Desplegó su faceta más nómada con “Miles Away”, rindiendo tributo a la vida de los gitanos y recorriendo en imágenes la geografía mundial pasando por India, Madrid, Moscú... Convirtió el escenario en toda una verbena con “La Isla Bonita”, ayudada por tres músicos rumanos. Aunque esta vez se trató de una versión mucho más “gipsy” del hit, con violines, guitarra española y toques balcánicos, en la que también llegó a soltar algún “ándele” mexicano a ritmo de palmas. Ese fue el apartado más folklórico del show que concluyó con la Madonna más tierna y vulnerable, la que buscó su cara más baladista rodeada de velas con “You Must Love Me”.
Por si alguien se atreviera a insinuar que la “reina del pop” no innova, la recta final del concierto varió de temática dando paso a un fuerte sabor futurista y marcada influencia japonesa. No faltaron, claro, las imágenes recurrentes hacia las que tiende la norteamericana y con las que se empeña en concienciar al planeta con fragmentos de países en conflicto. Su lado más comprometido, que terminó con la imagen del candidato demócrata a las elecciones estadounidenses: Barack Obama. En el Millenium Stadium retumbó por enésima vez el repetitivo “tic tac” de “4 Minutes”, el famoso tema que canta junto con Justin Timberlake. Luego llegó el guiño nostálgico en “Like A Prayer” y “Ray Of Light”, donde se mostró más comunicativa.
Una versión muy rocker de la discotequera “Hung Up” (del álbum anterior, Confessions On a Dancefloor) y el club tecno en el que la artista convirtió el escenario para dar rienda suelta a “Give It 2 Me” despidieron el show. Un enorme “Game Over” puso punto final al despliegue de estas mil Madonnas. Un colofón grandioso para la Ciccone, que llegará a Buenos Aires el 6 de diciembre, para presentarse en la cancha de River y ratificar que los 50 años le sientan como anillo al dedo.
* De la agencia EFE.
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