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Sábado, 26 de noviembre de 2005

ENTREVISTA CON ALBERTO LAISECA, QUE ACABA DE REEDITAR “POEMAS CHINOS”

“Los poemas sirven para no estar solo”

Es su único libro de poesía. Gárgola Ediciones acaba de reeditarlo después de dieciocho años, a lo largo de los cuales Laiseca fue convirtiéndose en sujeto de culto.

En el universo en el que se hizo esta nota, los libros recorren extrañas órbitas. Se esfuman por muchos años, y después vuelven como ayudados por alguna carambola de los astros. Ese es el caso de Poemas chinos, única obra de Alberto Laiseca dedicada exclusivamente a la poesía, que acaba de ser reeditada por Gárgola Ediciones después de 18 años de ausencia. Una reaparición que confirma el lento pero afortunado regreso de quien durante mucho tiempo fue un olvidado.
Ahora el rosarino nacido en 1941 se acomoda en su escritorio mientras empieza a hablar con voz de veinteañero. Inmediatamente uno de sus dos gatos se acerca y hace fiaca junto a una botella vacía, justo frente a una de las torres de libros forrados en papel blanco que ocupan casi toda la casa. La figura de la botella, los libros, el gato y el hombre se confunden, haciendo que las palabras parezcan salir de esa mixtura. Laiseca entiende que tanto el arte como la resistencia son tareas de dimensiones cósmicas, y logra con cada gesto amplio de sus manos que sea todo su mundo el que responde a cada pregunta.
–¿Cómo empieza su contacto con China?
–Me metí en aquel ambiente de forma febril, como cualquier persona harta se mete en lo turco, lo alemán o lo japonés para calmar algo de su desesperación. Todo empezó cuando tenía veinte años, cuando me compré Sabiduría china, una obra de Lin Yutang. Lin Yutang fue durante mucho tiempo considerado un autor para señoras gordas, pero sin embargo en esa obra logró la mejor traducción del Tao Te King que he leído. Y te aseguro que no es un trabajo fácil, porque se trata de un texto que tiene 2500 años. Sorprendentemente, a partir de ese momento empecé a entender rapidísimo a esa cultura.
–Por otro lado, en Poemas chinos hay un trabajo que va más allá de lo formal: introduce también la presencia de sujetos que son los supuestos autores de los poemas. Hace una especie de conexión de médium...
–Exacto. Me meto en una historia milenaria. Los poemas son apócrifos, pero no los seres que asocio a ellos. De manera que tuve que hacer el ejercicio de meterme en esas personas –que en algunos casos vivieron hace miles de años– y hacer poesía. Es decir, traté de darles dos de las pocas posibilidades de sobrevida que les quedan: la memoria y la literatura. Vos te sumergís en esa cuenca oceánica que es la memoria de un pueblo y empezás a establecer algunas comunicaciones de manera inexplicable. Pero hacer esa suerte de “historia marginal” requiere un esfuerzo grande y no siempre salís inmune. Sin ir más lejos, yo para escribir he robado tiempos de relaciones y trabajos...¡y me he ganado grandes furias!
–¿Esa comunicación con los muertos persiste en su vida cotidiana?
–Sólo de vez en cuando, afortunadamente. No me gusta hablar mucho del tema. Además yo estoy vivo, lo cual es importantísimo.
–¿Qué opina de la moda que se ha establecido alrededor de todo lo vinculado con Oriente?
–Una pavada sin sustancia, así de simple. Es parte de la degradación del pensamiento universal. Quiero decir que se está dando un ataque al espíritu crítico y a la imaginación en todos los campos. Cuando yo era más joven, también había modas intelectuales y grandes debates alrededor. A veces nos agarrábamos a trompadas por ideas: “Que Sartre sí, que Sartre no”. Pero leíamos. Ahora la gente lee cada vez menos y eso es parte de una agresión mucho más amplia. Nadie se escapa del peligro, desde los bebés hasta los viejos enfrentan al riesgo de que los dejen sin imaginación.
–¿Y qué es la imaginación para usted?
–Es la capacidad de crear cosas nuevas. Hay distintos tipos de creatividad. Puede pensarse, por ejemplo, una para la prosa y otra para la poesía. Pero la amenaza es mucho más profunda y llega incluso al sustrato subyacente, a la protoimaginación. Si se acaba, la vida será caos permanente.
–¿Cuál es la tarea del poeta en un presente con esas perspectivas?
–Tiene que trabajar duro, porque en un mundo donde la creatividad y el espíritu crítico hayan muerto la poesía no servirá para nada. Mirá: la historia de las naciones –y la de las personas– se puede entender con la fórmula de la pirámide: superficie de la base por altura sobre 3. La altura son las disciplinas como el derecho, el arte, la moral, etcétera; que por supuesto requieren de la imaginación. Y la base es lo económico, que también requiere de un espíritu vivaz. Si construimos mucha altura sin bases o una base sin altura, nos vamos a encontrar con una horrible sucesión de ceros, no habrá pirámide. Por eso mientras yo esté vivo voy a dar ese mensaje a favor de construir creativamente. Es muy importante saber que en esta lucha contra el anti-ser, resistir es la victoria.
–¿Cuál es el valor actual de la poesía, entonces?
–Un poema sirve para no estar solo. Para comunicarse con otro cerebro, aunque ese cerebro haya muerto hace muchos años. Un libro de poesía es entonces una comunicación entre espíritus. Nada más y nada menos.
–Poemas chinos se editó en 1987, y hubo que esperar nueve años para que, en la novela La mujer en la muralla, volviera a trabajar con poesía ¿Se debe a que la creación poética requiere de un ánimo especial?
–Hice poesía en momentos duros de mi vida, y fue mi manera de vivir lo mejor posible esas épocas. Eso tiene que ver con que yo trato de aprovechar todo, inclusive las catástrofes. Lo único que no he logrado capitalizar nunca es la acción de los mediocres. Oscar Wilde decía que, contrariamente a lo que podría pensarse, los mediocres no fortalecen al talentoso con su acción. La mayor parte de la energía de un talento se pierde en el roce con esos tipos nefastos, que sólo sirven para joder porque son emanaciones del Príncipe de las Tinieblas, del caos.
–¿Piensa que la incomodidad es un catalizador del arte?
–Lo niego rotundamente. Si los grandes dolores de esta vida no existiesen uno crearía igual, y encima sería más feliz. El arte desde la necesidad tiene la fuerza de quien puede capitalizar la desgracia, nada más. Si algo queda de la miseria es a pesar de y nunca gracias a ella. La opresión sirve nada más que para oprimir.
–Mucha gente joven se está vinculando a su obra.
–Me pone muy contento, me interesa que los jóvenes se acerquen. Yo los invito a Poemas chinos. No van a encontrar poemas herméticos, sino palabras que son mucho más fáciles de comprender si se es joven. Es un libro impresionista, pero no de un impresionismo vacío como el que está de moda, sino que busca la trascendencia. A partir de imágenes intenta una proyección que vaya más allá.
–Su novela Los Sorias fue casi imposible de conseguir durante 20 años, y Poemas chinos acaba de reeditarse después de 18. ¿Por qué sus libros tienen una existencia tan caprichosa?
–Tal vez se relacione con mi paciencia de acuariano regido por Saturno. Es posible que haya aprendido de los chinos, que han sido tan importantes en mi vida. Sencillamente, las cosas son lentas para mí. Pero como tengo planeado vivir 750 años estoy seguro de que voy a tener tiempo de ir publicando todo (risas).

Informe: Facundo García.

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Alberto Laiseca, un autor olvidado durante años, ahora merecidamente reivindicado.
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