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Sábado, 26 de noviembre de 2005

TELEVISION › PEPE SORIANO HABLA DE SU PARTICIPACION EN “6-HOLOCAUSTO”

“Mis judíos no tienen nada en común con el estereotipo”

Frente a su rol de sobreviviente de Auschwitz en la miniserie que arranca mañana en Telefé el actor revisa sus judíos célebres, desde Los gauchos judíos a El violinista en el tejado. Y cuestiona el sistema televisivo: “Si el canal deja plata, ¿por qué no les paga mejor a sus empleados?”.

 Por Julián Gorodischer

Se siente familiarizado con lo judaico, acostumbrado a componer al judío sin clichés ni estereotipos. Pepe Soriano no recuerda cuándo empezó todo: tal vez haya un destino. ¿Una línea imaginaria anticipaba en el Doctor Yarcho de Los gauchos judíos (de Juan José Jusid, 1974) a este último Federico, sobreviviente de Auschwitz, que interpretará mañana en 6-Holocausto (por Telefé, a las 23.30)? O quizá sea casualidad. Lo único seguro es que la AMIA exaltó este mes una constante: la defensa de la diversidad desde su condición de judío no judío y le entregó una plaqueta en su homenaje que lo emociona. Para componer al judío que llegará mañana, Federico, no le alcanzó el sufrimiento: se conectó con su propio dolor como sobreviviente de la dictadura, con su karma de exiliado, e igualmente se vio superado por un novedoso registro que mezclará la historia de ficción, a su cargo, con los testimonios reales de los que se salvaron. “¿Por qué me celebran?”, se pregunta Soriano. “Acaso tenga origen judío y no lo sepa. Me corro de los estereotipos: cuando hice El violinista en el tejado no usé acento porque no servía acentuar ese rasgo. AMIA destacó mi comprensión de un mundo hostigado, de un hombre obligado a desconfiar y tener miedo.”
Soriano no se lleva bien con la televisión: la huele y le escapa desde aquella última experiencia en Trillizos, con Guillermo Francella, que consideró fallida. Después del mal paso, responde a todo que no. “Ni Robert De Niro ni Dustin Hoffman vienen a trabajar a la tele..., yo tampoco. ¡Valemos mucha guita! Eso les digo cuando me convocan: es una ironía, pero en el fondo es cierta. Yo no voy de invitado a la televisión porque no me pagan: defiendo un sueldo para el invitado, y mejor paga para el que trabaja.” Así es Pepe Soriano: empecinado en pelearle la jornada de seis horas con cuarenta minutos al dueño del canal que le reclama entre doce y catorce, dispuesto a trabajar en 6-Holocausto sólo porque, esta vez sí, le dieron libertad para regular sus tiempos. Es un defensor de la vieja escuela que jerarquiza al contenido por encima de las formas; lo emocionan palabras que, para él, no se devalúan: ideología, justicia, memoria, holocausto.
¿Chapado a la antigua? Este hombre asume el deslumbramiento ante lo nuevo, celebra un flamante género-fusión que entremezcla documental y ficción, alternando entrevistas personales y escenas actuadas. ¿Se podría leer a 6-Holocausto como si fuera un ensayo breve sobre las relaciones entre el acontecimiento histórico y la ficción? “El testimonio directo –dice Soriano– es más fuerte que la ficción; es un término de realidad que me hace sentir impotente, me hace llorar.... Traté de estar a la altura del sentimiento y el sufrimiento de esa gente, para traducirlo en mis ojos, en mis manos, en la posición del cuerpo; quise acercarme a eso que relataban para sentirlo en carne propia, asociándome a su dolor a través de mi propia vivencia de la dictadura.” Así como vuelve la crónica de los campos, ese tema que no ancla con el presente inmediato, que no parece tan ganchero, Soriano rescata “términos en desuso”, como si su presencia mediática fuera la excusa para hacer ingresar imperdibles a la agenda, como si la excusa del anuncio de un programa, hecho de largas jornadas de entrevistas al paso como ésta, posibilitara colar una breve diatriba...
“Ganan millones y millones a través de la venta multinacional. ¿A usted le van a dar algo? A mí tampoco; se lo queda el dueño de la pelota... Si el canal deja plata, ¿por qué no le paga mejor a sus empleados?” El teatro, en cambio, le permite hacer lo que quiere: puede vivir con eso. Sobre Arana, su compañero de escenario, dirá que “él lo hizo con absoluta seriedad”, disciplinado, enriquecido por la experiencia. Aunque le cabe el rol de víctima... “La TV –sigue Soriano– le ofrece el dinero que el teatro no le puede pagar. Se va, y entra Federico Olivera en el verano. Si no estás jugado a una ideología... ¿acaso si te llaman de la revista Carasno te vas? El país, después de la presencia militar, derrumbó muchas ideologías. Los chicos no tienen a quién y dónde referirse.”
¿Pero cómo se explica que en Israel tenga 77 árboles plantados en su honor? ¿Por qué lo visitó, durante una estadía, el primer ministro Shimon Peres para consagrarlo como visitante ilustre? “Hice de judío en Los gauchos judíos, El violinista en el tejado, Funes, un gran amor, Visitando al señor Green y ahora en 6-Holocausto. Me corro de los vicios, pero no creo que El mercader de Venecia sea una pieza antisemita. También corresponde que el mundo judaico haga un mea culpa; no defiendo la perfección.” Elude recursos frecuentes como usar al judío para hacer reír o estremecer, sin puntos medios; detesta figuras trilladas que le tocaron alguna vez en Cohen vs. Rosi (de Daniel Barone para Pol-ka), con ese tono medio televisivo que reduce una idiosincrasia a unos pocos rasgos físicos o una tonada. “Para mí un bolita no es un bolita, es un boliviano; creo en ese sueño que existió alguna vez sobre Bolivia como polo cultural de Latinoamérica.”
–Pasando revista a sus judíos, ¿cómo era ese Elías Cohen de Cohen vs. Rosi?
–No me gustan los clichés del judío como en Cohen versus Rosi; no me causaba alegría. Eramos buenos actores, un buen director que es Barone, un buen guionista que es Jacobo Langsner (que decidió no firmar su obra después de que le recortaran veinte páginas de un saque)..., y así y todo...
–Pero la saga judaica comenzó en el ’74 con el Doctor Yarcho de Los gauchos judíos...
–Doctor Yarcho, de Los gauchos judíos, es un personaje que me sigue conmoviendo. Trabaja para todo el mundo sin cobrarle a nadie. En Entre Ríos, donde hay varias colonias judías, lo amaron. En agradecimiento, tiempo después, un gaucho judío me llevó a su pueblo a hacer El loro calabrés.
–Raúl de la Torre volvió a aportar a la lista, en el ’93, con Funes, un gran amor...
–Hacía del tío de la protagonista, rezaba en La Tablada, estudié de memoria el rezo con un casete. Poco después llegó mi viaje a Israel en condiciones de rey: vino a verme Shimon Peres, me regalaron una menorá hecha especialmente para mí por un artesano. Pude disfrutar del país con mis hijos y sin gastar un centavo.
Tevye, el lechero de El violinista en el tejado, lo encontró nuevamente en la piel del judío de pueblo, fijado en la necesidad de “no provocar risa gratuita en el público”, impresionado por la habilidad con que el autor, el escritor israelí Scholem Aleijem, logró sintetizar el espíritu y el drama del pueblo judío en un solo hombre. “La manera de ser de Tevye –dice Soriano– es estar siempre dispuesto a tender las manos hacia la tierra, a luchar por la libertad, a amar a su pueblo. Cuando tuvo que abandonar su hogar debido a la instauración de pogroms en la Rusia zarista, lloró, luego dio la vuelta y dijo: Vamos a empezar de nuevo. Es la síntesis de la historia del pueblo judío: siempre dispuesto a empezar de cero. Este lechero de una aldea, padre de cinco hijas, procura mantener la tradición, pero no el statu quo.”
El señor Green, de Visitando al señor Green (que interpretó en 2005 junto a Facundo Arana y que le otorgó un premio ACE al mejor actor dramático) profundizó la conexión judaica dándole el papel de judío ortodoxo aferrado a la tradición del casamiento cerrado, enfrentado de pronto a una hija enamorada de un católico. Es la zona en que Soriano prefiere hundir el dedo en la llaga antes que cantar una loa. “Da por muerta a su hija cuando decide mezclarse –dice–, pero luego recibe a un muchacho que le revela ser homosexual (Arana), no judío, y termina incorporándolo a su familia...” Federico, protagonista de 6-Holocausto, lo colocará en la piel de un hombre “que pudo ver la otra cara de la luna”. La crónica del sobreviviente –cuenta Soriano– se asume sólo cambiando de escala temporal, inaugurando una nueva medida que resignifique el “instante”, quitándole su fugacidad y convirtiéndolo en unidad del tiempo en vez de los días, los meses, los años...
“Un sobreviviente vio lo que se ve en una situación límite, más extrema que cualquier hecho de vida que hayamos conocido alguno de nosotros”, asume. “Y logra entender la vida como una posibilidad de disfrute”. Le interesó explorar, en su performance, y también escuchando las voces de los viejos que relatan en 6-Holocausto, esa zona en que el que toca fondo sale airoso, sonriente, tal vez más sano. El programa que llega lo contacta con la agonía del salvado y con una cosmovisión que no sólo queda definida por la escala, sino también por una sensibilidad. ¿Alguna conexión con su propia biografía? “Pasé por el mismo encarnizamiento –dice–, la falta de respeto a la vida y a la diversidad.” Tal vez en esa misma capacidad de sobrevivir, de rearmarse, esté la clave para conectar a sus criaturas comunitarias.
–Los sobrevivientes de Ausch-
witz no sabían si morirían de inanición; trataban de aprovechar el minuto en el que estaban vivos, no sabían si podrían respirar al minuto siguiente. Mi personaje, Federico, es liberado en el final de la guerra, cuando los nazis empiezan a tapar el genocidio.
–¿Qué más comparten?
–Muchos cargan con la culpa de estar vivos, porque entienden que los verdaderos sufrientes son los que murieron.

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“Un sobreviviente vio lo que se ve en una situación límite, más extrema que cualquier hecho que hayamos conocido.”
 
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