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Sábado, 26 de noviembre de 2005

LITERATURA › PAGINA/12 REGALA DESDE MAÑANA “MOBY DICK”

Una alegoría sin fin para sumarse a la gran aventura

La edición completa de la novela capital de Herman Melville ha sido dividida en tres tomos. Se trata de uno de los libros fundamentales de la literatura contemporánea.

 Por Liliana Viola

Moby Dick, como pocos personajes de la literatura universal, mantiene fuertes lazos de amistad con los habitantes del siglo XXI. Todos, no importa la edad, ni siquiera si llegaron a leer toda su historia, están dispuestos a decir algo sobre ella. Aunque en la imaginación de Herman Melville, que inventó esta aventura a mediados del siglo XIX cuando tenía 32 años, su ballena era un monstruo inasible, apenas atisbado por el odio de un capitán y por fragmentarios estudios marítimos, hoy resulta un personaje definido. Cualquiera es capaz de reconocer su silueta, la ballena es el chorro violento que distrae la obsecuencia del mar, es su condición subacuática sin voz y sin pasado.
Moby Dick es la maldad asesina que despierta ante el llamado de otra maldad tan asesina como ella. Pero, paradójicamente, a pesar de su sed de sangre humana, la ballena que no aparece hasta los últimos capítulos, el monstruo que ha devorado a hombres valientes, sigue amarrada a un recuerdo de lectura, nostálgico y sobre todo infantil. Es que después de tantos años, de tantas representaciones –el cine, el comic, los libros ilustrados–, la ballena que venció a una tripulación de forajidos ha terminado presa de cazadores hambrientos que se educaron con ella, leyendo reducidas y espectaculares versiones para niños. Moby Dick pertenece a la historia de todos, así como a la privada tortura del capitán Ahab, el enardecido anciano que clama una venganza personal y sacrifica a toda su gente por su capricho. El Capitán Ahab, con su pierna ausente a la altura de la rodilla a causa de la voracidad de Moby Dick, tiene, además, inevitablemente el rostro de Gregory Peck, quien en reiterados domingos se apareció dando órdenes desde la proa del “Pequod”. Muchos discuten que esta novela sea la fundante de la literatura norteamericana, nadie pone en duda que es una de las aventuras más convincentes a la hora de creerse que el placer de leer puede resultar tan misterioso como el océano Pacífico. Es una novela moral, alegórica, científica o simplemente divertida. A medida que los lectores avanzan en el mar con el joven Ismael, van aprendiendo algunos preceptos del saber presbiteriano de su autor, que “no hay ningún sentido para estar en este mundo que no sea el darse la felicidad unos a otros” y también que “para asegurarse que en un momento crítico el marinero encargado de sujetar al que está en equilibrio lo hará, se procede a atarlos con una cuerda”. La fraternidad y la valentía, por más genuinas que sean, dice Melville, se benefician con los progresos de la técnica.
Dicen que fueron los relatos de su padre, eterno viajero, o los de su tío, un verdadero lobo de mar. O que fueron sus propias experiencias como grumete en el “Highlander”, velero mercante de la línea Nueva York-Liverpool. Habrán tenido alguna influencia aquellos 18 meses que pasó a bordo del ballenero “Acushnet” y también el mes que estuvo en las islas Marquesas acompañado por caníbales, tan parecidos al entrañable Queequeg. También se dice que el nombre de su obra más famosa se inspiró en un artículo de una revista marítima donde se nombraba a “Mocha Dick”, una ballena del Pacífico, gigantesca y difícil de atrapar. El cambio de “Mocha” a Moby jamás fue aclarado por su autor y es todavía un misterio. Lo cierto es que a partir de 1844 Melville dejó de navegar y comenzó a escribir, para pagar sus gastos, unas cuantas novelas que transcurren en el mar. Las cinco primeras tuvieron una considerable aceptación. Moby Dick tuvo que esperar a 1920, cuando su autor ya estaba muerto, para convertirse en objeto de lectura primero y de culto casi inmediatamente después. La visión de este autor, que va intercalando máximas a lo largo de su trayecto, se opone a los delirios de grandeza e incluso el optimismo con los que se estaba construyendo entonces el ideal americano. Los ampulosos gestos imperiales y la desmedida pretensión de convertir en público el horror privado aparecen aquí castigados con el ridículo. El humor negro de Melville es capaz de corroer las diferencias entre cristianos y caníbales, bailarines con piernas amputadas, marineros con miedo a los fantasmas. Las lecturas sobre esta novela, que el propio autor se niega en varias oportunidades a tildar de alegoría, han hallado todos los signos posibles. Ultimamente hay quien ha alcanzado a ver en el rostro de Ahab al de Bush que, arengando a sus masas, consigue una tripulación de enceguecidos electores que apoyan una masacre sin otro fin más noble que un relato épico que ahora Melville no escribirá.
La edición completa de esta novela, que Página/12 regala desde este domingo a sus lectores, ha sido dividida en tres tomos. La división coincide con tres momentos cruciales de la historia y a la vez con la aparición de los tres protagonistas de la batalla: los tres personajes que William Faulkner calificó como representación perfecta de la trinidad de la conciencia: el no saber nada, el saber y no preocuparse y el saber y preocuparse. Moby Dick, su historia, su pulsión por la experimentación con el lenguaje y la demencia, no deja de ser una epopeya norteamericana, un logro fuera de lo común, como dice Harold Bloom, no importa que sea en la cumbre o en el abismo.

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