“¿Vieron que tocan los Ramones?”, consulta un descolocado, apagando su cigarrillo contra la suela de sus All-Stars negras. Algún alma paciente le explicó que Joey, Johnny y Dee Dee descansan en paz. Y si no se llevó un fiasco, porque a quien presentó Converse en Argentina fue a Marky Ramone, baterista durante 14 años de la legendaria banda estadounidense de punk rock, junto a amigos, en el sótano del Teatro Colón y con barra libre.

A las 21.30, cuando las listas reciben las primeras tachaduras, una chica confunde a un famoso por otro –Toti Iglesias, Bruno de Miranda!, Patrick de Smitten, Favio Posca, Iván Noble, Nahuel Biscayart o su clon–, y los chicos saben bien cuál es Jimena Cyrulnik y cuál Jazmín de Gracia, que desfilan el modelo que Converse sacó en homenaje a la banda, de cuya venta donará parte a la lucha contra el HIV, la malaria y la tuberculosis en Africa. La causa es noble pero es difícil definir si el modelo queda bien porque la acumulación de curiosos no deja ver las zapatillas. A las 22 se cierran las puertas y las listas no reciben más tachaduras. El que llegue tarde se perderá de ver al Colón en eterna restauración cobijando al punk. Y al punk patrocinado por una marca de indumentaria. Lo más verosímil es Marky, prueba de que Los Ramones existieron, una porción de historia viva del rock que mete la anarquía y la mugre en el Teatro Colón. No es Marky sino lo que representa: un ramone tocando “Blitzkrieg Bop”, “Judy is a punk”, “Pet semetery”, “The KKK took my baby away”, “I believe in miracles”. Un ramone homenajeando a Joey con “What a Wonderfull World”, un cover que la banda nunca tocó tras su muerte por ser de Joey. Con un pacto tan claro entre el artista y el público, ambos se quedan conformes. Marky se sienta, parco, saluda, presenta temas, hace aletear sus muñecas, suda un poco y se va. El público se acerca, festivo, canta, cierra los ojos y se da cuenta de que no son Los Ramones. Y entonces el descolocado no era tal, sino uno que comprendió todo.

Informe: Luis Paz.