HORACIO GONZALEZ, NUEVO DIRECTOR, EXPLICA LAS IDEAS QUE GUIARAN SU GESTION
“Esta no es una Biblioteca frágil”
“Debemos estar a la altura de los tiempos”, señala el sociólogo, que propone una tarea de recuperación de la lectura y señala que “la Biblioteca tiene que alentar un proyecto integral de justicia”.
Por Silvina Friera
Horacio González fue el brazo cultural de la Biblioteca Nacional. Dice que, como subdirector, trató de poner en el centro de la discusión sobre la cultura nacional a la institución que fue dirigida por Groussac y Borges. El sociólogo ahora asume como director, reemplazando al director saliente, Elvio Vitali, que se mudó a la Legislatura de la ciudad. Y acompañará a González en esta nueva etapa el historiador Horacio Tarcus, integrante del Consejo Consultivo Honorario. “Además de libros y de objetos, la Biblioteca archiva gestos: los gestos de la Nación, de ciertas olas de lectura o no, los que provienen de los debates internos acerca de si debe estar destinada a públicos grandes, nuevos, populares o específicos de investigadores”, señala González en la entrevista con Página/12. Y si de gestos se trata, es la primera vez en la historia que asume un intelectual de izquierda, aunque González diga que la palabra izquierda le incomoda, que no lo define. Prefiere reivindicar el pensamiento libertario por su simpatía hacia todos los intentos de transformar lo que en la sociedad se vuelve un obstáculo para pensar libremente.
–¿Cómo relaciona ese pensamiento libertario con los cambios de gabinete que hizo el presidente Kirchner? ¿Coincide con quienes han señalado que se produjo un viraje hacia la izquierda por la asunción de Nilda Garré y Jorge Taiana?
–Me parece que hay un debate sobre el peso de la autoridad presidencial en el momento histórico que estamos viviendo, de un peronismo más abierto. Antes el peronismo mereció la crítica de haber fallado en su utopía de articular sectores contrapuestos entre sí. Hoy, la tradición más ligada a la forma republicana clásica le hace la crítica contraria: que estaría homogeneizando de modo tal de ser el único decisor. Las personas son lo que piensan en el momento actual y los símbolos que acarrean, las personas cargan su propia complejidad semiológica, y esos ministros cargan con sus propios símbolos descifrados o indescifrables. Soy partidario del capital de la historia, pero también de una fuerte investigación del presente y de que ciertos hilos sueltos de la historia tengan la chance de ser reinterpretados con mayor madurez. En el gran comienzo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx, citando a Hegel, dice que la historia tiene momentos fundamentales y los relaciona con las figuras contrarias: la tragedia y la comedia. Cambiando un poco la visión con la que Marx se acerca a los momentos de la historia y con la que adquiere ciertos compromisos con el pasado, creo que lo que fue la tragedia de los ’70 hoy tiene posibilidades de recoger el hilo suelto de la historia y convertirlo en una diseminación social y política.
–¿Cómo sería esa diseminación en la Biblioteca Nacional?
–Una biblioteca tiene que estar a la altura de los tiempos, tiene que ser antigua y novísima a la vez. La Biblioteca representa la metáfora perfecta de ese tiempo que sin ser cíclico, sin repetirse a sí mismo, tiene siempre el cuidado y la difusión de la memoria, esa especie de yacimiento remoto y al mismo tiempo activo. La Biblioteca es como un Estado sin Estado o una estrella sin constelación, que tiene que expresarse como un lugar de fuerte experimentación cultural, humana y técnica. La Biblioteca tiene que estar vinculada con formas de justicia en el plano laboral, con una justa retribución, en el plano cultural y en el plano de la lectura. La Biblioteca tiene que alentar un proyecto integral de justicia. Yo creo que es un archipiélago de situaciones y de ideas, es un gran archipiélago cultural y tecnológico. La idea de pensarla como una especie de territorio homogéneo no me parece adecuada; me parece mucho más interesante plantear una hipótesis de apasionamiento y difusión de heterogeneidades, de énfasis que pueden cambiar a lo largo de las épocas.
–¿Qué lugar ocupa la Biblioteca en el imaginario de los argentinos?
–En un país como la Argentina, con una fuerte tradición de lectura que hay que recuperar, la Biblioteca ocupa el lugar de aquello que mantiene una profunda fragilidad en su institucionalidad, pero el problema es que no se la puede pensar frágil institucionalmente; tiene que ser porosa, porque no puede haber tantos umbrales que la mantengan a distancia de la consulta. Pero la idea de que la Biblioteca es un lugar frágil, debido a que no hay la suficiente atención de lo que debe ser cuidado, es una leyenda muy extendida en el país. Esta leyenda es mentira, y además es socialmente injusta, porque éste es un lugar muy amoroso con los libros. Hay que desmentir la leyenda de que hay descuidos.
–Pero en términos de inventarios hubo un descuido histórico. Recién cuando finalice el inventario, se sabrá el patrimonio con que cuenta la institución.
–Sí, es cierto. Los momentos patrimoniales fuertes de la Biblioteca Nacional fueron, sin ninguna duda, con Groussac, que le dio un fuerte sello personal, algo que no es posible, ni es necesario, ni es deseable hoy, y con Martínez Zuviría, una persona problemática, y que sin embargo en la historia de la bibliotecología argentina figura como “un bibliotecario que cuidó el patrimonio”. En esta Biblioteca Nacional estuvieron Mariano Moreno, Groussac, Martínez Zuviría y Borges. Hay una continuidad Groussac-Borges respecto del uso de la ironía, y Martínez Zuviría fue un publicista de ultraderecha, uno de los novelistas más solicitados y un guionista de cine que tenía una fuerte acogida popular. Cada momento de la historia cultural importante de la Biblioteca Nacional, y éste creo que lo es, establece una continuidad que está llena de sobresaltos.
–¿Hay alguna cifra aproximada del resultado que arrojará el inventario?
–Sí, será superior a los 700 mil libros, sin contar el material de la hemeroteca. No es una biblioteca con muchos volúmenes, tiene los mismos que tenía El Califato de Córdoba en el año 1000. Pero a una biblioteca no la hace necesariamente su caudal, en cuanto a cantidad, sino que la hace el modo en que es interrogada la cantidad disponible. Una vez que se conozca lo que falta, habrá una política de compras de todos los huecos bibliográficos que tiene la Biblioteca. Faltan los últimos 20 años de las ediciones españolas, todo lo que modernizó la lectura en el mundo de habla hispana.
–Según un estudio realizado por la Secretaría de Medios, el 51 por ciento de los argentinos no leyó ningún libro en el último año. ¿Qué implica esta estadística para el director de la Biblioteca Nacional?
–Es un bofetón hecho con un fino guante de duelo, es como retar a duelo a la Biblioteca Nacional. Junto con la Conabip debemos adicionar planes de lectura por un lado y planes de recuperación del universo de la lectura. La Argentina es un universo resquebrajado en cuanto a la lectura. Los intentos de recuperarla provienen en gran medida de los modelos televisivos, esos modelos que crean sus propios mitos bajo la consigna de que quieren desterrar mitos. Eso mismo hace la lectura de una forma mucho más provocativa e inspirada. Es un esfuerzo que no pertenece sólo a la Biblioteca Nacional, pero tenemos que participar haciendo una genealogía de los modelos de lectura en la Argentina en la era de las imágenes y la televisión reinante, donde los libros que sirven más, pasan a la aceptación no de la televisión que los sostiene meramente sino al propio lenguaje televisivo. La Biblioteca colabora en un programa de televisión, La caldera, que se hizo en la caldera de la Biblioteca, tiene su edición de libros y una revista de problematización al más alto nivel de la filosofía y otras vetas de conocimiento. La contribución que puede hacer la Biblioteca estaría dirigida a un público de raigambre universitaria, lo que se llama un lector calificado. Pero no puede trabajar sólo con el lector calificado, debe participar en cualquier formulación de expansión de la lectura.
–¿Qué presupuesto se maneja para el 2006?
–Este año fue de 12 millones, pero para el año que viene será mayor, entre 13 y 14 millones, en consonancia con la idea de que la Biblioteca tiene que estar sustentada por un presupuesto digno con el que se pueda trabajar. No hay una actitud quejosa, pero si se puede aumentar, mejor. Hay grandes temas pendientes, como los edificios sobre la calle Las Heras y la restauración de los frescos de la galería Pacífico. Sobre eso ya hay trabajos avanzados de Clorindo Testa, pero la idea es, en lo posible, implementar la licitación.
–¿Cómo está la cuestión sindical, un frente que siempre ha sido conflictivo?
–La discusión sigue siendo una discusión viva, porque éste es un momento de movimiento; las personas hacen cálculos activistas sobre su capacidad de realizarse vitalmente a través de un salario más digno, y eso es algo que me parece absolutamente justo. Es un momento de ampliación de la demanda y de los reclamos, donde las personas perciben que su entrega laboral precisa de un sostén salarial adecuado, que no puede quedar retrasado. Los que estamos aquí no somos la patronal, no somos ajenos al mundo del trabajo, somos una capa interna del mismo mundo laboral. Tengo una visión libertaria de la función que pueden cumplir momentáneamente personas como yo, que intento practicar una política que no sea meramente acumulativa, que no saque un ladrillo de un lugar para forzadamente ponerlo en otro. Es un lugar que pertenece a lo imaginario y al orden más profundo de las libertades. Pensar la libertad en una playa donde sólo se convive con las gaviotas es una especie de felicidad libertaria sin fronteras. Lo liberador del libertarismo es cuando se piensa en las fronteras de una institución.
–Es la primera vez que una persona de izquierda asume en la Biblioteca Nacional.
–No me siento muy cómodo con la palabra izquierda. Yo defiendo un pensamiento libertario con fuertes herencias en la cultura nacional, entendida en sus manifestaciones más densas. Mi estilo personal es libertario porque simpatizo con todos los intentos de transformar lo que en la sociedad se vuelve un obstáculo para pensar libremente. El modo de relación de las autoridades anteriores de la Biblioteca era el de la cultura entendida como una fuente de prestigio, pero yo la quiero convertir en una lengua de la crítica, incluso en las artes de la documentación, que deben dejar de ser rigurosas y preservativas... ¡No hay que decir preservativas! ¡Es tan avanzado este hombre que, como el ministro de Salud, habla de preservativos! (risas).