Dom 14.12.2008
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LAS MENTIRAS, LAS PARODIAS Y LAS CAMPAÑAS QUE ALTERAN A LA WEB

El cuento del tío del ciberespacio

Versiones erróneas de la vida de políticos, leyendas urbanas que se asumen como ciertas, golpes a celebridades que le cambian la suerte a la farándula y revisiones de la historia oficial conviven en el amplio espectro de los inventos en red.

› Por Facundo García

Las fotos muestran cómo hacer un gato bonsai con ayuda de frascos. El procedimiento consistiría en meter al minino adentro y alimentarlo por tubos durante cierto tiempo, de forma que el bicho madure moldeado por el vidrio y después sirva de adorno. Cuando esas imágenes se vieron por primera vez, el horror de unos se mechó con los encargos que hacían otros. Al final todo era una broma: la empresa que vendía los instrumentos para hacer minifelinos era una farsa exitosa; o un “hoax”, como dicen los anglosajones. Y si bien aquella sanata ya está medio olvidada, en su momento sirvió para demostrar que la red es terreno fértil para el chamuyo. Desde entonces los rumores de Internet se han seguido multiplicando de a miles, alcanzando picos de creatividad que invitan a hacer una recorrida en clave casi literaria.

Basta pasar un par de horas coleccionando los relatos truchos que circulan por la web para comprobar su exuberancia. Sólo en el rubro “mascotas” la variedad es inagotable, y de los animalitos bonsai se ha pasado a ofrecer seres que vendrían diseñados genéticamente, muy en la onda Gremlins. A esta camada pertenecen los GenPets (foto), una especie de mamífero tamagotchi que –como es norma en estas farsas– hasta tienen una página (www.genpets.com) donde los fabricantes describen su producto.

Minga. En realidad, Genpets es un experimento social a partir de muñecos que ideó el artista Adam Brandejs. Su prueba tuvo tanta repercusión que hubo ecologistas que la emprendieron a piñas contra las vidrieras en las que exponía sus obras. De todas maneras, el rubro criaturas de compañía no es más que una parte del fenómeno: ahí donde pululan afectos, miedos o esperanzas, vale la pena salir a la caza de mentiras.

Hacia 1957, la psicoanalista Marie Langer documentó en su libro Fantasías Eternas (Ed. Nova) trascendidos que se habían escuchado por todo Buenos Aires en plena época peronista, más precisamente en junio de 1949. Una de las noticias falsas que miles afirmaban haber oído de buena fuente era la de un matrimonio joven que había contratado a una sirvienta, estando la esposa en el final de su embarazo. Semanas después del parto la pareja había decidido salir una noche al cine, dejando al niño en casa, al cuidado de la empleada. Cuando volvieron, ya tarde, encontraron el comedor iluminado. La mujer los esperaba ataviada con el vestido de novia de “la señora” y sobre la mesa había servido en una fuente al hijo asado con papas. Más allá de las interpretaciones psicoanalíticas, aquel macaneo cumplía con uno de los requisitos para distribuir dimes y diretes por la red: el relato debe estar en sintonía con una coyuntura social y sus temores. El cuento pegó tanto en Recoleta y Barrio Norte porque se vinculaba con el horror de las clases media y alta a que los descamisados se hicieran con el poder.

Ejemplos actuales sobran. En julio de este año comenzó a desfilar por correo electrónico un texto que pretendía hacer pronósticos políticos, aunque se leía mejor como guión de ciencia ficción. El engendro especificaba que “el gobierno tiene entre sus planes de ‘maldad’ (sic), antes de abandonar el poder, producir daño a la sociedad liberando una enorme cantidad de delincuentes comunes de alta peligrosidad, a los que se les otorgará luz verde para que incrementen a niveles impensados el estado de inseguridad que se vive en las grandes ciudades e incluso en zonas rurales”. Increíblemente, la chapucería ganó masividad, catapultada por su tono periodístico y las remisiones a “trascendidos” cuya fuente se citaba engañosamente o estaba falseada.

El ataque merecería pasarse por alto si no fuera porque encarna la actitud con la que hoy se batalla por la opinión pública on line. No en vano la última campaña presidencial estadounidense fue un lanzadero de misiles cuyo contenido consistía básicamente en fabulaciones. Se repartieron fotos de un morocho parecido a Barack Obama fumando, se dijo que el actual presidente era tan bobo que agarraba los teléfonos al revés; y hasta se repartió la versión de que el candidato demócrata era islámico. Tan frecuentes se hicieron las escaramuzas que los seguidores de Obama abrieron una página especial para retrucar operaciones malintencionadas (fightthesmears.com, traducible como “combate las calumnias”).

Las grandes compañías monitorean la tendencia. Un caso resonante a nivel local fue la demanda judicial de reparación de daños y perjuicios que inició Coca Cola contra Danone –dueña de las marcas Ser, Villavicencio y Villas del Sur–, acusando a esa firma de haber iniciado una campaña de desprestigio contra el agua Dasani basándose en textos enviados anónimamente vía mail. ¿Se viene el marketing del chisme?

En la entrada correspondiente a Jonathan Swift, la Enciclopedia Británica consigna que en 1708 el autor de Los viajes de Gulliver estaba tan harto de los astrólogos que decidió poner su talento contra ese gremio. Redactó secretamente una seguidilla de textos en los que –bajo el seudónimo de Isaac Bickerstaff– vaticinó y luego relató con detalles la muerte de John Partridge, uno de los augures más respetados de la época. Lo hizo pelota: el tipo estaba vivito y coleando, pero nadie le creía. El pobre Partridge fue borrado de los documentos oficiales y se vio obligado a pasar el resto de su vida explicando que no era un fantasma.

Y la anécdota es vieja, aunque sugiere otro ingrediente para el embuste exitoso: quienes se han puesto a investigar aseguran que la gente suspende su incredulidad si lo que le informan le da placer. En efecto, rompecadenas.com.ar –un sitio que pretende detectar las supercherías que pululan por el ciberespacio– no ha tenido respiro desde que se fundó, allá por 2001. Su responsable, el empresario e investigador del periodismo digital David Yanover, jura que “hoy la problemática sigue tan activa como en el inicio”. Yanover no tarda en enumerar engaños de antología. “La cadena de e-mail que se considera un clásico es aquella del nigeriano, que nos pide asistencia para mover su dinero a cambio de quedarnos con algunos de sus millones. Nunca se detuvo y resulta familiar para prácticamente todo aquel que alguna vez se conectó. De ahí, uno puede observar el increíble efecto y la llegada de las cadenas. Sin embargo el mal uso que se le ha dado a esta modalidad hace que los mensajes solidarios, por ejemplo, sean cuestionados”, opina el analista.

¿Es la Argentina una fuente de ciberchantas? No, si se la compara con otros países donde el tráfico de datos es mayor. Lo que no significa que no haya molestias. “Acá se dio hace un año, con mucha repercusión, el caso de una cadena que cuestionaba falsamente la aplicación de vacunas contra la rubéola en embarazadas en medio de una campaña del Ministerio de Salud. Son muy pocos los ejemplos que podríamos comparar con éste”, destaca Yanover. Igual las operetas se han ido acumulando a medida que transcurría la década. “Los ‘hoaxes’ que se reportaban en Rompecadenas al principio siguen siendo los mismos de hoy, con alguna que otra excepción –confía el entrevistado–. En general lo que se hace es modificar ligeramente el mensaje original, como para mantenerlo vigente. Por eso es tan importante el papel de los medios masivos, dado que la mayor arma contra las mentiras consiste en el conocimiento. Ningún antivirus es capaz de identificar una mentira o una broma.”

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