La Asociación de Internautas de España publicó en septiembre un estudio basado en 2283 encuestas: solamente una de cada tres personas (35%) creía saber diferenciar una noticia de una mentira. Y el 63,5% confesó que sólo a veces lograba hacer la distinción. El inconveniente es que una vez expandido el rumor, salir a desmentirlo públicamente tiende a agrandar aún más la bola de nieve. A esto hay que agregar que –en un mercado periodístico que pone al chascarrillo por delante de los acontecimientos– los episodios estrafalarios persisten porque garantizan la atención de los lectores. Los antídotos para las trampas informativas son los de siempre: evaluar las fuentes, verificar si hay versiones distintas y estar atento al uso de lugares comunes. Al fin y al cabo, los “hoaxes” se vehiculizan en la medida en que transportan –como caballos de Troya– trocitos de fantasías colectivas.
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