UN RECORRIDO POR LA MUESTRA DE MARCEL DUCHAMP EN FUNDACION PROA
Marcel Duchamp: una obra que no es una obra “de arte” permite asomarse al particular universo de un artista que, en 1917, puso patas arriba la percepción del arte contemporáneo. Aún hoy, sus obras conservan una potencia indisimulable.
› Por Andrés Valenzuela
“¿Un mingitorio? ¿Me querés decir qué hace un inodoro en una galería?” Hoy una expresión semejante no tiene mayor sentido. Al menos no desde que Duchamp lo hizo en 1917 y puso patas para arriba el arte contemporáneo. Junto con la rueda de bicicleta sobre el taburete, el mingitorio de Marcel Duchamp es su readymade más famoso. Tanto que suele opacar la extensa y multifacética trayectoria artística del francés. Afortunadamente, al visitar Marcel Duchamp: una obra que no es una obra “de arte”, lo primero que ve el visitante es justamente el mingitorio y la rueda de bicicleta. A partir de allí, con el compromiso cumplido de observar la obra que se supone “debe” ser vista y la cabeza desembarazada de cualquier atisbo de ansiedad, el espectador puede recorrer las salas 2, 3 y 4 de la Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929, Capital Federal) que albergarán la exposición hasta el 1º de febrero del próximo año y que puede visitarse de martes a domingo a partir de las 11.
Esa decisión de poner por delante lo más conocido permite, superada la pulsión del mingitorio, abordar los otros aspectos de la obra de Duchamp: su tarea como experimentador inagotable, la pasión por el ajedrez que despuntó durante su estadía en Buenos Aires, sus indagaciones en la óptica, sus trabajos como temprano diseñador gráfico, las colaboraciones con el surrealismo –con el que siempre coqueteó sin adscribir nunca– y sus apuestas como original curador de exhibiciones. La exposición fue montada con material prestado por colecciones privadas, institutos franceses como el Musée d’Art Moderne de la Ville y el Centre Pompidou de París o el Museo de Arte de Filadelfia, Estados Unidos.
La primera sala presenta las reproducciones que el mismo Duchamp hizo en 1964 de los readymades que lo hicieron famoso, ya que los originales se perdieron o rompieron. Las altísimas paredes blancas del flamante edificio de Fundación PROA (inaugurado con esta exposición) contribuyen a destacar el carácter de objeto desplazado que caracteriza a las obras. Objetos apartados por decisión artística de su sentido original, corridos fuera de los márgenes de los criterios estéticos. En las propias palabras del artista, un readymade es un objeto que “el propio artista declara artístico sin haberlo hecho con sus propias manos”.
Una fecha justifica la presencia del mingitorio allí: 1917. Es que hoy, más de noventa años después, un inodoro, una escalera, un tacho de basura o una carretilla difícilmente sorprenderían a nadie. Pero en esa época, Duchamp revolucionó la definición de “obra de arte”. Lo acertado de la decisión de exponer en primera instancia las obras más conocidas se ratifica enseguida cuando aparece la réplica a tamaño real de La novia puesta al desnudo por sus solteros, incluso, una de las obras a las que Duchamp dedicó más tiempo en su larga carrera artística. Esta es para algunos especialistas su mejor obra. Se la conoce también como El Gran Vidrio y fue creada entre dos planchas de cristal con óleo, alambre de plomo, polvo y barniz.
Según el artista, la elección de los materiales le permitía “prescindir de la idea de pasta, de materia”. Esta preocupación sería una constante en la obra de Duchamp, que abandonaría progresivamente la pintura que al comienzo de su educación artística lo fascinaba. Quería alejarse de la imagen “retiniana” para mover al espectador de sus obras hacia “una idea, un concepto”. El arte –aseguraba– no debía satisfacer la mirada, sino la mente, motivo por el cual seguramente encontraba fascinante el ajedrez. Justamente, si el visitante sigue caminando encontrará las piezas que el artista talló durante su estadía en la capital argentina. Sobre la pared, Duchamp juega al ajedrez junto a su amigo el fotógrafo Man Ray, desde un fragmento proyectado del film Entr’acte (1924), de René Clair.
Toca el turno a las sala 3, que alberga los experimentos de óptica de Duchamp, como las Placas de vidrio rotativas, en una réplica traída de Estocolmo. En la misma sala puede disfrutarse de la tarea del artista como diseñador gráfico de las portadas de revistas como la S.M.S. (1968), la Minotaure (1934-35) o la Cahiers d’Art (1936), o del libro Yves Tanguy par André Breton. Otra vez, lo innovador de la mirada del francés no deja de sorprender y confirmarlo como un auténtico artista adelantado a su tiempo. En la misma sala también se encuentran las indagaciones de Duchamp en el erotismo a partir de la escultura y la fotografía. La irreverencia del francés queda clara ante LHOOQ, una reproducción de la Mona Lisa de Leonardo Da Vinci a la que le pintó barbilla y bigotes y la tituló con una sigla que leída letra por letra en francés puede entenderse como “tiene el culo caliente”.
Aún otro concepto más aguarda en esta sala. Duchamp puso en cuestión la reproducción de la obra de arte, al punto de dedicar mucho tiempo y esfuerzo a replicar sus propias obras, incluso más del invertido en los originales. Hasta hizo miniaturas de éstos, que son las que se exponen aquí. Dos elementos representan la preocupación del autor: la Boîte-en-valise y The Green Box, una caja con un minimuseo desplegable dentro.
La última sala está dominada por otra obra fundamental en la carrera de Duchamp: Etant donnés. En rigor, una reproducción virtual del museo de Filadelfia (que conserva el original), presenta una puerta antigua de madera con dos mirillas a través de las cuales se observa un muro roto que deja ver un bosque atravesado por un lago y, en primer plano, una mujer desnuda recostada sobre la hierba. Pero Duchamp jamás terminó la instalación original: trabajó en ella hasta su muerte y, sabiendo que su fin se acercaba, la dejó inconclusa, legando a la posteridad las instrucciones para montarla. En esta obra se concentraban los principales intereses del francés: la ruptura de la idea tradicional de obra de arte, el papel de la mirada del espectador, el erotismo inalcanzable. La exposición se completa con una miríada de fotografías, muchas de ellas tomadas por Man Ray, y por un documental atractivo sobre la vida de Duchamp y cómo cambió el arte del siglo XX.
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