PRESENTA UNA VERSION DEL CUENTO “LA CASA DE AZUCAR”, DE SILVINA OCAMPO
› Por Lautaro Ortiz
Aunque los lectores de historieta insisten en que esta segunda etapa de la revista Fierro (mañana sale el número 27) poco se le parece a la vieja y mentada de los ’80, hay hechos que, saludablemente, se repiten: un buen día aparece un dibujante y patea el tablero. Max Cachimba lo hizo en el ’84. Hoy, sin Chichoni en tapas sino con la parada copada por tipos como Fayó, Parés, El Niño Rodríguez y una larga lista de diversa paleta y trazo, el milagro se repite.
Nacido en 1967 en Trenque Lauquen y afincado desde hace años en La Plata, el flaco Juan Soto apareció meses atrás por Página/12 sin más antecedentes que unas fotocopias de sus trabajos. Y mal no le fue: el suplemento Picado Grueso estuvo dedicado a él (una extraña y justa versión de El Matadero de Echeverría) y luego salieron la Orquesta de Lazarte y algunas historias breves llamadas Gapper & Snipper, que instalaron entre los lectores la lógica pregunta: ¿quién es éste?
Y entonces el humilde Soto tuvo que ir largando algo de lo que todos intuían: es fana de Robert Crumb y de Max Cachimba; está vinculado al rock (hizo portadas de discos para bandas platenses como Estelares, Mostruo, Los Galgos), alguna vez publicó en el suplemento Oxido de los ’80 gracias a Juan Lima y hasta se dio el gusto de ver su nombre dos veces en la publicación Blab! del prestigioso sello estadounidense Fantagraphics, compartiendo cartel con autores como Baseman, Tim Biskup, Mark Rider, Peter Kuper, Daniel Clowes, uno más pope que el otro. Mañana, cuando los lectores de Fierro se encuentren con las páginas de “La casa de azúcar” (versión realizada sobre un cuento de Silvina Ocampo), Soto dejará de ser invisible por un rato: “Y sí, me siento un bicho raro –dice–. Si bien en todos estos años (ya pasé los 40), he mostrado muy poquitas historias, nunca he dejado de dibujar. Haciendo vista atrás, siento que he invertido mucho tiempo en estudiar”.
–¿Cómo surgió la idea de pasar a historieta un cuento de Silvina Ocampo?
–Originalmente buscábamos –con Constantina Carbonari, mi mujer– una idea para una historieta, queríamos un relato que tuviera misterio, algo oscuro. Tina me acercó el de Ocampo y me pareció impresionante, creo que reúne todo lo que quería hacer. Tina hizo un laburo bárbaro de adaptación.
–Cuando uno repasa su trabajo, salta a la vista la influencia de Crumb hasta cierta línea de aquel primer Cachimba. ¿Lo ve así?
–Cachimba me gusta desde el principio. Me encantan los cambios que metió, me parece que ha logrado hacer algo finísimo y comparto plenamente su propuesta, no es extraño, en mí, me quedé pegado. A Crumb, en algún momento, le voy a levantar en mi casa un pequeño altar. También me gustan esos figurones de Molina Campos, o Medrano, en los almanaques de Alpargatas. Ahora, ya más grande, descubro que lo que me atrae es ese costumbrismo hiperrealista. Una vez me dijeron: el tema es robar sin que se note, inconscientemente algo de eso me quedó, y porque aun sin quererlo le sigo afanando a Dios y María Santísima.
–Otra observación: debajo de su línea seria y realista siempre se nota una suerte de lucha con el registro humorístico. ¿Siente que el humor se filtra en sus trabajos?
–Siempre me acuerdo de que mis viejos escuchaban los discos en vinilo de Les Luthiers (recuerdo hasta la tapa de Cantata Laxatón) y se reían a carcajadas y yo también, pero ni sabía por qué. Desde entonces me río de todo, menos de mí mismo. Me siento muy bien dibujando esos personajes Gapper & Snipper, es como si yo mismo me contara un pequeño chiste en cada viñeta. En otras historias, donde tengo que plantear una situación dramática, me doy cuenta de que estoy luchando contra mí mismo para que el humor no se meta en el cuadro, tal vez sean los encuadres o las caras de personajes constipados.
–Luego de su exposición en La Plata, a fines del año pasado, donde exhibió historietas, ilustraciones y pinturas, ¿hacia dónde va su búsqueda creativa?
–Sinceramente, mi cabeza anda y desanda caminos. A veces pienso que sería necesario pegar un golpe fuerte de timón en mi gráfica, decir: listo, esto ya lo hice y arranco por otro lado; otras veces pienso: me quedo abajo de este techito... pero eso sería andar con el freno de mano puesto. Esa muestra me sirvió para plantar una bandera y decir: esto es lo que yo hago.
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